martes, 20 de julio de 2010

Un poco de todo en Laos

Siempre que me toca a mi parece que la cosa se retrasa “un poco”. Pero en este caso tengo dos excusas. La primera es que la tecnología de las tres uves dobles todavía no ha invadido y revolucionado Laos en su totalidad. Y la segunda es que últimamente estamos viviendo un pico de actividad social que nos está impidiendo tener más ratos libres para escribir.

Así que una vez más trataré de ser breve, ja, y os contaré nuestras primeras experiencias en este país que por el momento nos tiene encantados de la vida. Aunque nunca podrá ser tan pegajoso como la India, la visa que tenemos es de un mes, y además ahora ya hemos cogido un buen ritmo de viaje. Al lío.

Dejamos Vientiane, hace ya bastante tiempo, rumbo al norte de Laos, concretamente hacia Vang Vieng. Para ello contratamos el viaje en autobús en el propio hostal donde nos estábamos quedando. Era incluso más barato que el autobús local desde la estación pública de autobuses, y además nos recogerían en la puerta. Esa misma mañana ya empezamos a disfrutar del ritmo relajado que tiene todo en Laos; nos recogen tarde, nos llevan al autobús que por cierto no estaba nada mal, y allí que echamos una horita más esperando que llegarán otros guiris de otros albergues y hostales. No pasa nada, venimos informados de que aquí todo hay que tomárselo con una sonrisa en la cara, si te enfadas el autobús no va a salir antes y otra cosa no, pero tiempo a nosotros nos sobra. El viaje lo hicimos por la ruta 13, una carretera de las más importantes del país, no existen autopistas, y pronto empezamos a disfrutar de la arquitectura más típica de Laos: casas con paredes de madera o cestería, techos de paja y elevadas del suelo al menos un metro, casi siempre más, lo cual evita que se vean afectadas por las probables inundaciones en la temporada de lluvias. Preciosas.

Vang Vieng es una ciudad poblada casi en su totalidad por turistas y sin mucho encanto. Casas de nueva construcción, calles anchas sin posibilidad para refugiarte del sofocante sol, rebosante de bares, internet-cafés y hostales y sin ningún interés religioso ni cultural. ¿Y qué hacen aquí entonces cientos de guiris, miles cada año? Más aún, ¿qué hacíamos nosotros allí? Pues hacíamos tubing… sí, tubing.

Por Vang Vieng pasa el río Nam Song, no el Mekong, como escuché a una turista contarle a su familia por skype a grito pelao en un ciber-café. La diferencia principal es el volumen de agua, ya veréis fotos del Mekong y notareis la diferencia. Además sería mucho más peligroso hacer tubing en el Mekong. Eso sí, los dos comparten el color marrón-rojizo de sus aguas, el cual le viene dado por la tierra roja que caracteriza a todo el país, una tierra muy fina y de naturaleza arcillosa. Cuando la tierra está seca los coches levantan nubes irrespirables de polvo rojizo, y cuando está húmeda forma un barro impermeable que permite acumular agua en los arrozales. Los colores que dominan las zonas rurales del país son el rojo de la tierra y los ríos y el verde del arroz y la vegetación más salvaje.

El tubing consiste, como habréis podido intuir, en utilizar un neumático de camión a modo de flotador para dejarte llevar río abajo. Pero además de para disfrutar de unos paisajes espectaculares y para teñirte la piel y la ropa de un rojo casi perenne, el tubing es una forma de salir de marcha. Sí, una marcha fluvial y diurna. Ya estábamos avisados y habíamos leído acerca de la famosa actividad desarrollada muy profesionalmente en Vang Vieng, pero la realidad superó nuestra imaginación. Parecíamos dos idiotas cuando el tuk-tuk nos abandonó, junto con otros cinco guiris, a tres o cuatro kilómetros río arriba de Vang Vieng. Entonces se suponía que debíamos echarnos al agua y volver nosotros solos al stand donde, por una cantidad nada despreciable de kips, habíamos alquilado nuestro neumático. Antes de acercarnos a la orilla ya empezamos a escuchar la música a todo volumen de los primeros bares que se asomaban al río, y varios chicos nos animaban desde lejos a que nos acercáramos y tomáramos en su bar los primeros chupitos de whisky gratis. 12:30 de la mañana. Mejor nos echamos al agua y vamos viendo cómo funciona esto, pensamos Andrés y yo.



Dicho y hecho. Los dos con el culo metío por el agujero del donut y remojándolo en el agua, muertos de la risa y siendo acosados desde el minuto uno por los empleados de los bares que se encontraban a una y otra orilla: nos hacían señas y llamaban la atención con banderas de colores fosforito, nos gritaban a un volumen que superaba los decibelios de los altavoces de metro y medio con el musicón, y más importantemente, nos lanzaban flotadores y botellas de plástico medio llenas de agua y enganchadas a una cuerda para que, aferrándonos a ellas, pudiéramos ser remolcados a su bar. No salíamos de nuestro asombro. A todo esto la corriente del río era considerable.

No tardamos en ponernos de acuerdo para hacer nuestra primera parada y tomar nuestra primera cervecita. Era importante entonces que los dos pudiéramos acercarnos a la orilla o engancharnos, como peces que pican el anzuelo, a los objetos atados a la cuerda que contundentemente nos serían arrojados. Objetivo conseguido, pronto estábamos tendidos en una alfombra con nuestra BeerLao en la mano, y la uña de nuestro dedo meñique pintada con esmalte para indicar que al haber consumido teníamos derecho a todas las actividades que el bar nos ofrecía de manera gratuita, aparte de mover el esqueleto claro: resbalar y saltar al agua por un tobogán de unos 15 metros de largo y alicatado por dentro con azulejos blancos, deslizarnos sobre el río por una tirolina a 5 metros del nivel del agua o lanzarte al agua enganchado a una cuerda a modo de liana. Os muestro la foto de cuando salté valientemente a modo de Tarzán. Sinceramente fui incapaz de hacer una foto decente de Andrés saltando, así que protagonizo yo este momento de aventura.



Además, en los diferentes bares, también se puede jugar al billar, a los dardos, descansar en una hamaca, y no sólo emborracharte, sino que además te puedes poner fino filipino a base de los porros que te venden listos-para-fumar o comiendo toda una serie de comidas y batidos happy o magic, ya sabéis a lo que me refiero. ¡Tranquila familia! Todavía no he perdido la cabeza. Nosotros nos ceñimos a beber unas cervecitas prudentemente y disfrutar del paisaje y de la actividad que de hecho era especialmente entretenida. Así cada año en temporada alta, enero y febrero, cuando esto debe estar macizo y la movida debe ser bastante gorda, mueren uno o dos guiris por cometer la imprudencia de consumir drogas desconocidas y hacer tubing. Una pena la verdad.



Y de vuelta a Vang Vieng había bastantes pocas cosas que hacer. El precio de la hora de internet estaba fijado en toda la ciudad y a una cuantía excesivamente elevada, más de tres veces lo que pagábamos en Vientiane. Sólo había que elegir uno de entre los numerosos bares y restaurante para cenar y tomar unas cervecillas. La oferta era de lo más curioso, desde el Aussie Bar, en el que nos acordamos de Cristina bebiendo nuestra BeerLao envuelta en un apretado stubby holder, al bar que en tres pantallas diferentes pasaba en paralelo los DVDs de Friends desde por la mañana hasta el cierre. Aquí os muestro una foto en la que se ven las mesas bajitas en las que los guiris nos sentábamos semitumbados y mirando todos en la misma dirección; surrealismo en Laos. Majo, te hubiera encantado y no paramos de acordarnos de ti. ¡Por favor! ¡Montadle a la niña un bar así en Barcelona!



Y al día siguiente pudimos disfrutar de una de las excursiones más bonitas que hemos hecho hasta ahora en el viaje. Nos alquilamos unas bicicletas y nos alejamos del paraíso guiri de Vang Vieng, adentrándonos en los paisajes más típicos de arrozales y masas de roca kárstica con sus paredes y vegetación característica. Las volveremos a ver en muchos otros puntos del país, y supongo también en Vietnam en el futuro. En principio queríamos visitar alguna de la multitud de cuevas que alberga las montañas de roca caliza del entorno, pero tras asomarnos a una de ellas, decididamente apostamos por pasar un poco de largo y disfrutar intensamente del paisaje, las aldeas y sus gentes, y sobre todo de la tranquilidad del Laos más rural que por lo que hemos visto más tarde es de lo mejor del país.





Así, llegamos a parar a una aldea en la que no había casi nada y por supuesto no había un restaurante que nos estuviera esperando con una carta en inglés. Tras preguntar con señas a varios niños, una mujer fue capaz de acompañarnos a lo que parecía ser la tienda de chucherías, y que al final resultó serlo todo en el pueblo: tienda de comida, restaurante, bar, droguería, etc. Era la primera vez en todo el viaje que llegábamos a un sitio que, a pesar de no ser especialmente remoto, no conseguíamos comunicarnos con nadie a través del lenguaje. Allí que nos atendió un hombre y de nuevo a base de gestos conseguimos que entendiera el hambre que arrastrábamos. Evidentemente allí nadie eligió plato ni nada, y estábamos dispuestos a comernos lo que fuera. El rato resultó de lo más agradable ya que el señor, que no se achantaba por la barrera lingüística, se sentó con nosotros a ver cómo comíamos y a intercambiar información de lo más básico pero también de lo más interesante. Nos enteramos que el sticky rice (arroz pegajoso) tan consumido en el país hace que se te empine la churrina, mientras que el arroz blanco tal y como lo conocemos en España no sirve para nada. ¡Vaya chasco! Recordaremos siempre ese ratito que echamos con el hombre. Os añado una foto de la tienda-restaurante y otra con el señor.





Una vez comidos emprendimos la vuelta a Vang Vieng y paramos por el camino a tomar un cafelito y a echar algunas fotos aprovechando la luz que había. Os enseñamos algunos de los paisajes que atravesamos, sinceramente unos de los más bonitos que he visto, ¿qué pensáis?







Nuestra siguiente parada fue Luang Prabang, una ciudad situada al norte de Vang Vieng y a orillas del Mekong, concretamente donde se une con el río Nam Khan formando una península rodeada de agua dulce que constituye la zona más antigua de la ciudad. A modo de resumen se puede decir que Laos no existió como tal hasta que un príncipe khmer, del antiguo imperio camboyano, conquistó y unificó la zona a mediados del s. XIV arrebatándosela principalmente a los thais. Entre otras razones, este príncipe fue responsable de tal campaña en tierras tan lejanas por acostarse con una de las concubinas de su padre… si es que en tos Laos cuecen habas. A los pocos años uno de los reyes descendientes de este conquistador inicial recibió como obsequio el Pha Bang de sus colegas khmer, una escultura de un Buda que sería alojado en Luang Prabang y que le otorgó a la ciudad su nombre. Desde entonces dicha ciudad ha sido la capital real de uno de los tres reinos en los que en el s. XVIII se dividiría Laos por los ataques de birmanos y thais, junto con Vientiane y Champasak más al sur. En la más reciente reunificación del país bajo el protectorado francés, a finales del XIX, Luang Prabang se constituyó como la capital real además de ser el centro religioso más importante del país, venerando principalmente al Pha Bang y albergando multitud de templos budistas.
La ciudad se aloja en terrenos llanos rodeados de colinas y bosques, y las casas y templos se encuentran dispersos entre arboles, jardines y calles de tráfico muy relajado. De nuevo disfrutábamos del ritmo lento y sosegado que caracteriza el país. Abajo os añado unas fotos de las vistas desde el Phu Si al atardecer, la única colina que existe en la ciudad. En la primera se ve Luang Prabang hacia el oeste y el río Nam Khan, y en la tercera la puesta de sol tras la orilla este del Mekong.







Obviamente las actividades en Luang Prabang fueron de lo más cultural y principalmente visitas a templos. Uno de ellos es de los más importante y antiguos en Laos, el Wat Xieng Thong del año 1560. Este templo se caracteriza por los tejados, que llegan prácticamente al suelo, y por los mosaicos de cristal que adornan la pared trasera externa y alguna que otra construcción dentro del mismo complejo.





Otro de los edificios más importantes de la ciudad es el antiguo palacio real, antiguo porque los reyes aquí ya no pintan nada. “Lao PDR” significa Lao People’s Democratic Republic, o lo que es lo mismo, República Democrática Popular de Laos. Concretamente los últimos reyes fueron derrocados en la revolución cultural de 1975 en la que se instauró el comunismo en el país, tras lo cual el matrimonio real fue enviado a las montañas del noroeste. Allí el rey y la reina fueron encerrados y murieron finalmente por falta de alimentación y cuidados médicos, ¡toma ya!, y esto fue en el ’75. Ahora el palacio real es el Museo Nacional que muestra las estancias tal y como quedaron en 1975 y alberga en una de sus habitaciones al Pha Bang. Evidentemente en ningún lado del museo se habla del proceso de abolición de la monarquía y de cómo se quitaron de en medio a los últimos habitantes de la casa. Abajo os adjunto una foto del palacio real y del templo que, aunque planificado inicialmente, se está acabando de construir actualmente. Cuando esté terminado albergará al Pha Bang.





Por las noches había poca cosa que hacer en la ciudad. No sé si Andrés os ha comentado ya que aquí en Laos hay toque de queda a las 23:30. Exactamente no sabemos muy bien en qué consiste. Parece que es algo estricto para los bares restaurante y comercios, los cuales han de cerrar a esa hora, aunque las personas pueden todavía permanecer en la calle. A pesar de esto a partir de las 23:30 todo está muerto, claro, en la calle no hay nada que hacer. Así nos limitábamos a cenar cada noche en el mismo sitio y bastante temprano, un callejón cerca del mercado nocturno de artesanía, pero que en este caso alojaba multitud de puestos de comida all-you-can-fit. Esto se traduce como “todo lo que puedas llenar”, y la mecánica era “todo lo que puedas llenar tu plato por 10000 kips (1 euro)”. Así tenías varias cosas para elegir, y lo podías mezclar todo y hacer montañita en el plato. Aquí una foto de las chicas que cada noche nos daban de comer.



Como ya os he comentado Luang Prabang es la ciudad más religiosa del país y la que alberga mayor número de templos budistas. Andrés ya contó que lo de ponerse a monje es algo habitual entre los chicos, aunque más que habitual es recomendable o necesario, ya que así terminan de formarse como hombres maduros y de provecho. Además esto constituye una razón de orgullo para la familia, la cual al hacer esta aportación al culto de Buda tiene más méritos a la hora de reencarnarse en mejores condiciones en las siguientes vidas. En el Wat Manolom tuvimos la oportunidad de colarnos en una ceremonia de “meterse a monje” de un chico. Primero pedimos permiso con señas y luego nos sentamos al fondo del templo, aunque en aquel momento no sabíamos qué era exactamente lo que estaba pasando realmente. Fue curioso y al final entretenido, ya que los familiares comenzaron a lanzar caramelos y billetes de 1000 kips (10 céntimos de euro) para que los más pequeños de la familia se revolcaran a gusto como si de la cabalgata de los reyes magos se tratara. En la primera foto salgo hablando con algunos novicios en el momento en el que les mostraba en un mapamundi del iPod dónde estaba España. Fue entonces cuando nos explicaron lo que había ocurrido en la ceremonia a la que acabábamos de asistir. En las otras dos fotos aparecen los novicios y monjes en otra ceremonia a la que asistimos más tarde, una especie de rezos a Buda entonando al unísono lo que podrían ser algo parecido a los mantras de la India.







Otra de las cosas más curiosas y bonitas fue presenciar al Tak Bat. Como ya he comentado antes el objetivo del budismo es, resumiendo en exceso, conseguir reencarnarse en mejores condiciones en las siguientes vidas. Lo de alcanzar el nirvana como hizo Buda es algo que ya casi ni intentan los budistas de a pie. Así lo que trata de hacer un buen budista en Laos es hacer méritos. Además de mandar al niño a ponerse a monje, también consigues muy buen puntaje si haces ofrendas a los monjes. Los monjes son enormemente respetados y, entre otras cosas, no se les debe tocar ni colocarse a una altura física superior a ellos. La ceremonia del Tak Bat consiste en que los monjes y novicios de cada templo recorren en fila las calles de la ciudad entre las 5 y las 5:30 de la mañana y en estricto silencio; durante el recorrido pasan por delante de ciudadanos que, sentados en el suelo, donan comida que colocan en los recipientes redondos que cada monje lleva consigo. El esfuerzo de levantarse a las 4:30 mereció la pena. Aquí unas fotos matutinas.







En Luang Prabang estuvimos finalmente cuatro o cinco días, tras lo cual nos dirigimos de nuevo a Vientiane para, desde allí, iniciar nuestra ruta hacia el sur de Laos camino de Camboya. Pero no queríamos volver sobre nuestros propios pasos y recorrer de vuelta la ruta 13 pasando de nuevo por Vang Vieng. Decidimos visitar la provincia de Sainyabuli, al este del Mekong y limítrofe con Tailandia, desde donde podríamos tomar un barco río abajo por el Mekong rumbo a Vientiane. Pero para ello tendríamos que hacer dos etapas consecutivas por tierra, primero hasta Sainyabuli, la capital de la provincia, y al día siguiente rumbo a Pak Lai, donde podríamos montarnos en el barco que en ocho horas nos dejaría en Vientiane. El viaje en bus a Sainyabuli fue correcto, eso sí, por carreteras de tierra. Del total de 29811 kilómetros de carretera en Laos, sólo 4010 kilómetros están asfaltados. Ya nos daríamos cuenta de la crudeza de estos números al día siguiente cuando, tras pasar encerrados en la habitación de Sainyabuli casi toda la tarde evitando el calor y el sol, saliéramos rumbo a Pak Lai en un sawngthaew. ¿Y qué es un sawngthaew os preguntaréis? Pues aquí os pongo una foto. Es una camioneta tuneada para que en la parte trasera puedan sentarse en dos banquitos longitudinales hasta 23 personas mayores y tres niños, amontonar maletas y mochilas sobre las que sentarse y viajar de espaldas, acumular sacos de grano y verduras, llevar pescados coleteando en bolsas de plástico y gallinas en cajas de cartón, y por supuesto relincharse en la estructura metálica más trasera y viajar todo el rato de pie. Evidentemente sin ventanas ni aire acondicionado, sino más bien tragando la nube de polvo que el propio vehículo levanta en la carretera seca no asfaltada. Y esto no es exageración, aquí la gente lleva su propia mascarilla para al menos mantener sus pulmones a salvo. No sé si os ha dado esa impresión, pero el viaje de seis horas a Pak Lai fue lo peor que hemos sufrido en estos ya casi cinco meses de viaje. Atención si tenéis intenciones de visitar Laos, esos infernales sawngthaew son inevitables en muchos recorridos.





Por fin en Pak Lai y obligados a echar una noche allí, nos enteramos que no había servicio de barcos a Vientiane. Nuestro gozo en un pozo. No entendimos si es que habían dejado de ofrecer el servicio o qué, pero el caso es que seguro que no había. Al día siguiente nos enteraríamos de que los niveles de agua en el Mekong eran muy bajos para la época en la que estábamos y que por tanto se había suspendido el transporte de pasajeros. Frustrados y todavía acarreando el dolor de culo del banquito del sawngthaew, no cesamos en nuestro empeño de ir en barco a Vientiane, así que nos dirigimos al pequeño puerto fluvial donde se agrupaban cuatro o cinco barcos. Preguntamos a ver si alguno de aquellos cargueros iba a Vientiane al día siguiente, y por un momento pareció que sí. Nos indicaron que subiéramos al barco a hablar con el responsable, pero no hubo manera. Aunque intentamos convencerlo con sonrisas y gestos medio cómicos ese hombre acabó por darnos la espalda y hacer oídos sordos. ¡Qué bonito hubiera estado en el blog contar un autostop fluvial!



Así que nada, de nuevo a buscar transporte a Vientiane para el día siguiente. Nos despertamos temprano y preguntamos por el autobús que salía a las nueve de la mañana, aunque unos locales terminaron convenciéndonos para ir en monovolumen por el mismo precio. El transporte privado a modo de taxi supongo ilegal, es algo también común en Laos. Total que dijimos que sí. Mientras esperábamos para la salida que sería a las diez, una hora más tarde que el bus, desayunamos en una terracita desde donde pudimos disfrutar de las danzas populares de las mujeres. Por lo visto tendría lugar una jornada de deportes al aire libre en el pueblo, y las mujeres de cada barrio o aldea cercana se agrupaban para dirigirse al campo de juego haciendo paradas y bailando suaves compases acompañados por idénticos movimientos de manos y pies. Fue una sorpresa agradable y muy bonita. A nosotros, por supuesto, el que más nos gustaba era el único chico que junto al resto de mujeres y en primera fila bailaba y movía las manos. Lo hacía perfecto. Aquí os adjunto las fotos.





Por fin parecía que llegaríamos a Vientiane en un monovolumen con aire acondicionado. Eso sí, igual de apretado que el sawngthaew, yo iba delante con los pies sobre un saco de grano. Andrés iba en la segunda fila de asientos, y tras él, otras dos filas más. Pensábamos que iba a ser un viaje más cómodo, pero tras cruzar el Mekong en barca hacia la orilla oeste mi acompañante comenzó a repartir bolsas de plástico a todos los viajeros. Esto ya lo habíamos presenciado en el bus de Luang Prabang a Sainyabuli, pero nunca supimos para qué era, aunque sospechábamos algo. Pronto, cuando el conductor tomaba a toda velocidad las curvas y subes-y-bajas de la carretera a modo de montaña rusa, salimos de dudas. A él parecía no importarle, pero Andrés no pudo evitar ponerse los cascos de iPod a todo volumen para no escuchar la orquesta gutural que viajaba en las dos filas traseras. Y allí que pasamos las cinco horas hasta que llegamos a Vientiane haciendo paraditas y desechando lo que en otra especie hubieran sido egagrópilas. Con deciros que para Andrés el viaje fue peor que el del sawngthaew del día anterior os lo digo todo. ¡Por fin llegamos a Vientiane! Y por fin acabo esta entrada, ¡qué deseperación!

Aquí os dejo con este buen sabor de boca, esperando que todos estéis bien y disfrutando ya de vacaciones, viajes, playas, familia y amigos, buena comida y cerveza bien fresquita. Muchos besos a todos y hasta pronto.

Antonio

jueves, 8 de julio de 2010

Islas Perhentian y Vientiane

Hola de nuevo! No estaría bien comenzar esta entrada sin agradecer a todos los comentarios a mi anterior entrega, parece que la historia de Maricarmen la porterita ha gustado a muchos y he de decir que el mérito es totalmente suyo, yo solo compartí con vosotros mi sincera perplejidad, en serio, con personajes así cualquiera puede contar historias. Además aunque vosotros no os deis cuenta a nosotros esto nos sirve de terapia para exorcizar algunos espíritus que se nos van metiendo por el cuerpo, o dicho en otras palabras, que nos desahogamos con vosotros, de modo que no os extrañe que otros personajes esperpénticos (que son los que molan) sigan apareciendo por entre estas líneas.

Pero Maricarmen se quedó atrás hace ya algunos días y nosotros hemos vivido otras experiencias inolvidables, a mí concretamente me siguen picando algunas ronchas de los mosquitos de la selva del Taman Negara, y de vez en cuando reviso la cámara para ver las fotos de la raflessia y las mariposas, presioso. De nuestra última excursión en Pulau Redang no tenemos muchas fotos porque la mayoría de las actividades eran subacuáticas y la cámara es de secano.

Tras nuestro contacto con la comunidad china de vacaciones en Pulau Redang estuvimos debatiéndonos entre ir a un centro de conservación de tortugas o tirar directamente hacia el norte a las Islas Perhentian, muy turísticas pero, al parecer, con motivo. Por los comentarios que habíamos ido recogiendo de locales y visitantes lo de las tortugas no pintaba demasiado bien. Dicen que ya no quedan y además nos daba la sensación de que por aquí lo de la conservación de la naturaleza se creen que es embotellar tomates para el invierno, a juzgar por cómo, los propios monitores de las actividades, pisoteaban los corales con las aletas en el resort de Redang. Total, que nos fuimos a la playita. En esta ocasión no había que reservar nada así que bastaría con coger un autobús que nos llevara a Kuala Besut y desde allí un barquito a una playa de arena blanca.

Al terminar nuestros días de resort con familias chinas nos recogió un barquito del hotel y nos dejó de nuevo en aquel destartalado puerto que servía de distribuidor para los visitantes de los resorts de Pulau Redang, el minibús nos esperaba para devolvernos al sur a Kuala Terennganu, que fue nuestro punto de origen para la estancia en el resort. Pero nosotros teníamos que ir al norte para coger el barco a la otra isla. Le dijimos al conductor que nos dejara en la estación de autobuses para ir por nuestra cuenta hasta Kuala Besut y él nos abandonó en el apeadero.

Para hacernos un poco con la situación Antonio fue a preguntar a una señora que estaba cerrando su tienda de ultramarinos porque llamaban a rezar en la mezquita de al lado. Mientras tanto yo me dedicaba a hacer una prospección visual de 360º sin salir de la parada del bus porque se estaba cayendo el sol a pedazos. Desde allí se veían algunos edificios de oficinas, de esas oficinas que están en los polígonos, la mezquita y un restaurante que parecía dar una cabezadita dos locales más allá de la tienda. Todo estaba un poquito borroso y ondulado por el calor como en esas películas de carretera americanas, claramente estábamos a las afueras de… del pueblo. Antonio volvía con cara de pereza, eran las doce del mediodía y teníamos que esperar hasta las tres a que llegara el siguiente bus que tardaría dos horas en llegar a Besut, ¿eeeeeeeh? ¡Ay por favorsito con la calor tan mala que hace! ¡Y además vamos a llegar al puerto justísimos para coger el último barco que nos han dicho que es a las cinco! El canto de la mezquita aportaba lo suyo a este comienzo de pesadilla, parecía que el moecín quería decirnos: tranquilos chicos que si os aburrís siempre podéis convertiros al Islam ni que sea por un ratito, veniiiirse, venniiiiiiirse.

Pero afortunadamente el susto nos duró sólo los cinco minutos que tardó en aparecer un taxista que nos ofrecía un viaje hasta el puerto en sólo una horita y pico por un módico y regateado precio. El propio taxista nos confesaría más tarde que aquel era un viaje de vuelta para él y que por pocos Rinngits que se agenciara, buenos eran para pagar la gasolina y alguna reparación que aquel vehículo empezaba a necesitar después de haber peinado la geografía malaya desde antes que las plantaciones de palmeras lo llenaran todo para la industria del aceite de palma. El mismo taxista se resignaba a haber cedido la mayoría del protagonismo a los autobuses ahora que eran tan baratos, tan rápidos y tan modernos: “cuando este coche era nuevo, yo mismo llevaba a los turistas al otro lado de la península, pero ahora todo ha cambiado”. No sé si era el olor a eskay o esa melancolía de batallitas con turistas de hace treinta años pero me dio la sensación de que en cualquier momento aparecería el cartelito de “Bienvenidos a Benidorm” y el resto del camino lo hice en silencio.

En menos que canta un gallo estábamos en Besut listos para coger el barco a las tres de la tarde, después de habernos entretenido en comer algo e investigar los precios de los tickets y reservar el autobús de vuelta a Kuala Lumpur para dentro de unos días. ¡Uuuuu! ¡Qué suerte!

El pobre taxista se quedó un poco desalmado al comprobar que nosotros esquivábamos las ofertas que él nos ofrecía para llevarse una comisión con más agilidad que el Rey Juan Carlos se saltaba las sesiones de logopedia. Allí se quedó él anclado a sus años setenta. Afortunadamente cuando nos montamos en el barco camino de las Perhentian, concretamente a la isla pequeña, todo volvió a ser fresco y actualizado, Alfredo Landa huyó de mi mente despavorido cuando aquella barquita se puso a cien millas por hora o nudos o la medida de velocidad que se use en Malasia para llevar turistas a la playa muy rápido.

¡Oh, navegar! El chaleco salvavidas te da un aire de lo más chic y las ráfagas de espray salado que levanta la lancha me saben a diversión, luego los porrazos que da la barquita cuando cae en esas embestidas que da contra el mar parece que te van a descolgar el estómago, pero bueno, estamos de buen humor y prefiero concentrarme en la imagen de la isla haciéndose cada vez más y más grande. Es una pena no tener una buena melena en estas ocasiones, no os explico más. Desde lo lejos las islas son dos montañitas selváticas flotando en el mar y cuanto más te acercas más tonos de verde distingues, esmeralda, botella, manzana, pistacho, agua, limón, ¿os dais cuenta? En nuestro lenguaje los nombres de los verdes no hablan de selva, ni siquiera hablan de árboles, ¡quienes ponen los nombres a los colores viven en ciudades!


No me digais que no sienta bien el chaleco, vamos

Al llegar nos apeamos en un embarcadero horroroso que destroza la belleza y la sencillez de Coral Bay, la cala donde hemos decidido buscar alojamiento. Es una playa pequeñita arropada con palmeras y otros árboles, bueno, en realidad la mayor parte de la playa está ocupada por hotelitos, casi todos de cabañas, y dejan escasamente que la selva se asome al mar.

Una nocturna del restaurante donde nos hicimos fijos los dias de las Perhentians

Después de buscar un poco y ver una sola habitación disponible y asequible, nos la quedamos. Al fin y al cabo era una cabaña “a piel de playa“ por cuatro euros la noche, no está mal. Luego nos daremos cuenta de que no tenemos mucha luz natural, ni una triste mesita, ni un enchufe, en fin, detalles.

¡Qué bien! Habíamos llegado mucho antes que si hubiéramos venido en bus, gracias señor taxista. El planning que se nos presentaba para los próximos días era bastante sencillito, descansar y hacer alguna actividad si merecía la pena. Al día siguiente estuvimos dando un paseíto por la playa de Coral Bay y no parecía muy apta para el baño, tenía muchas rocas y las decenas de lanchas que esperaban turistas para hacer excursiones llenaban toda la orilla. No entiendo cómo habiendo construido ese embarcadero tan monstruoso sólo lo utilizan para un barquito que viene tres veces al día a traer y llevar turistas a tierra firme, es absurdo, y todos estos aquí va y viene metiendo ruido y olor a gasolina por toda la orilla. Bueno, no me quiero poner criticón que estoy de vacación, aunque, vale, voy a confesar, lo que pasa es que estos chulitos descamisetados que conducen las lanchas a toda velocidad, de pie, con las gafas de sol más horteras que había en la manta donde las compraron, el cigarrito en la boca y esa actitud de “no me miréis todas que la noche no es tan larga”, pues como que me irrita una poquita, la verdad.

Pero qué van hacer los chiquillos, si se han criado aquí rodeados de turistas en biquini cuando no haciendo topless. Bueno de topless sólo vimos una pero os recuerdo que Malasia es un país musulmán y se toma bastante en serio sus creencias, quiero decir, no como los españoles que eran todos muy católicos y muy recatados hasta que a la primera sueca se le olvidó la parte de arriba del biquini en la habitación y pensó que daba igual, que aquellos catetos peludos no podían hacerle nada, razón tenía la mujer.

Pero no sólo había chulitos en las barcas. Sin ir más lejos me di cuenta que uno de esos engendros de playa lo teníamos en la recepción del Fátima Chalet, que es como se llamaba el alojamiento donde pasamos esos días paradisiáticos. No me quiero cebar con la criaturita pero era un treintañero que sólo sabía contar hasta dieciocho, con su melenita, claro, su guitarrita para rasguear lánguidos arpegios tras la puesta de sol, obvio, sus camisetas para lucir tatuaje de hombrito, normal, y una mueca diagonal a modo de sonrisa que, acompañada de esa caidita de ojos que ni Ana Belén, me producía urticarias cada vez que tenía que ir a hablar con él. ¡Preguntadle a Antonio! El pobre me tenía que escuchar una historia diferente cada vez que volvía de la recepción de pedirle algo al pichuflín aquel. Claro, Antonio sabe mucho, él me decía, “¡ve tú, ve tú! Que yo estoy aquí un poco liado con mis cosas” y me mandaba a mí a hablar con aquel Narciso que sólo encontraba ya consuelo en ese ratito que la vida le dejaba pasar ante su espejo cada mañana. El resto del día se lo comía la incertidumbre de no saber si tenía bien compuesta la melena o la expresión de perdonador ¡Ay madre!

Lo primero fue cuando le fui a decir que en mi habitación no había mesa y que pensaba pasar unos días en la cabaña, así es que lo normal es que me apeteciera tomar algo en el porchecito… era como si me estuviera escuchando todo el rato, pero su mente ya tenía bastante información desde la primera frase y a partir de ahí sólo oía un bla bla blá que él estaba deseando interrumpir con una imprecisión de las suyas “no… je je” (todas sus intervenciones para conmigo se entrecortaban con carcajadas forzosas de estilo chupiguay donde está tu tabla de surf) “… no todas las habitaciones tienen mesas” ya, ¡claro! –pensé yo- ¡ni yacusi!, ¡no te fastidia el melenas!, cuando un cliente dice “perdone señor, mi habitación no tiene mesa” está queriendo decir “¿sería usted tan grato de buscarme una mesita si eso?”, yo no he venido hasta tus plantas a descubrirte una obviedad, chico. Lo siguiente que recuerdo es haber cargado yo mismo con una mesa del bar hasta la puerta de la habitación, pero bueno, misión cumplida. Mi sorpresa fue mayúscula cuando al comentarle que mi habitación tampoco tenía enchufe me largó la misma cantinela de que no todas lo tenían, hijo de mi vida ¡estás bajo mínimos! Deja de mirar ofertas de neoprenos en el eBay y léete alguno de esos libros que intercambias dos por uno a ver si se te queda algo ¡perla! Pero esta vez consiguió enlazar otra frase de memorieta para invitarme a que trajese a su despachito cualquier cosa con batería que quisiera cargar, ¡vaya hombre! siempre tiene una solución, no, si va a resultar un tipo eficiente el garabato. Cuando digo despachito me refiero a una mesita que tenía en el rincón de la tiendecita de conveniencia guion recepción donde podías comprar desde repelente de insectos hasta galletas, cambiar libros y por descontado, contratar un snorkeling, si es que el paraíto no se atascaba en sus perezas y le daba por mandarte a otra agencia.

Nosotros no quisimos, supongo que comprenderéis, contratar la excursión al recepcionista de cartón piedra, antes me tiro a bucear con una cañita de refresco que alquilarle a este un snorkel, para que me diga “no… je je, si no todas las gafas tienen cristal”.

Para nuestra sorpresa la actividad estrella que te ofrecían por toda la isla era bastante barata, unos diez euros, y consistía en un snorkelling que te entretenía todo el día y te paseaba por cinco o seis puntos diferentes con la medio promesa de avistar ¡tiburones y tortugas! ¡vaya chollo! nosotros decidimos contratarlo en Amelia Café porque además de ser ligeramente más económico que el resto, te invitaban al desayuno ¡genial! Pero lo haremos mañana, hoy vamos a ir al otro lado de la isla a dar un paseíto y visitar la otra playa, de paso veremos otros alojamientos a ver si encontramos algo más… ¿equipado? Y no me refiero solo al mobiliario.

Al llegar a la otra playa, Long Beach, que nosotros habíamos dejado de lado a la hora de buscar habitación porque tiene fama de más ruidosa, encontramos que era más grande y que, a pesar de tener más hoteles y restaurantes, dejaba más arena libre para pasear y descansar. Había sombrillas a todo lo largo, el primer día preguntamos si eran de alquiler y nos cobraron, el segundo día preguntamos si eran de alquiler y nos dijeron que no, cositas del turisteo. Pero sin lugar a dudas lo mejor de esta playa era que tenía una arena finísima y limpísima y un agua totalmente cristalina y azul, una vez más las fotos son un reflejo infiel. No había rocas al adentrarse en el mar así que podíamos caminar hasta que nos cubriera sin pisar nada raro y en todo caso si había algo lo veías con total nitidez. Allí nos metimos en remojo y nos quedamos dos o tres horas. Creo que nunca he visto a Antonio tantísimo rato en el agua, ni en la playa de la India donde se bañaba con el pañuelo como las moritas. Cuando te metías en aquel agüita y mirabas hacia la playa era el paraíso, todo lleno de palmeras, esos colores, ¡qué gusto por favor! los chuletas de las barcas se empeñaban en romper aquella burbuja en que nos habíamos sumergido, pero nanai, el buen rollo se había declarado oficial e inquebrantable, el tiempo no pasaba, estábamos como en casa, es que parecía una piscina, de verdad, ¡qué cristalinidad!


Antonio por fin sale del agua en Long Beach

Al día siguiente hicimos la excursión de snorkeling. A las diez menos cuarto estábamos saboreando unas austeras tostadas con mantequilla y un café que era nuestro desayuno gratis y esperando que nos llamaran para subir a una de las lanchas de la orilla.

Antonio desayuna en Amelia Cafe, el dia del Snorkeling no habia este zumo

Por si alguien se había preguntado qué hacen las chicas jóvenes de la isla mientras los chicos aprenden a hacer eso de saludar con el pulgar para un lado y el meñique para el otro y los otros tres dedos plegados, les diré que ellas trabajan de camareras con su pañuelo encasquetado a todas horas para no herir la sensibilidad religiosa de ningún barquero en bermudas. En fin.

El guía lanchero que nos iba a acompañar todo el día se presentó con una especie de pañuelo negro en la cabeza en plan pirata pero de cuero falso y un dudoso bigotillo que le acababa de dar un aire de esbirro de algún mafioso chino de telefilm. Otro treintañero que se piensa que los calendarios se cambian cada año solo porque la alineación del Barça ya no es la misma. Evidentemente intentó hacer bromas de esas de guía enrollado pero ya no le salen naturales y además en esta ocasión le había tocado el grupo de guiris más paraíto del mundo, por otro lado el que más y el que menos tenía el cuerpo cortaíto de salir a navegar con el desayuno que aún no había encontrado su asiento en el estómago.

La primera parada fue en el faro, un aparato flotante a unos cientos de metros de la orilla alrededor del cual se podía disfrutar de un maravilloso buceo de superficie, había muchísimos peces y el coral era más bonito que en Redang, había muchas formaciones grandes con formas muy diferentes. Hay corales en forma de bola gigante, como cactus, planos, alargados, amarillos, azules, morados, mis favoritos son unos que parecen setas pero de color rosa y que forman grupitos como islas. Entre los corales hay peces que van haciendo su ronda en solitario, otros que van en pandillita de tres o cuatro y otros que no salen a la calle si no son más de mil, era alucinante nadar entre esa masa de pececillos con rayas fluorescentes, si te mueves ellos reaccionan todos a la vez, como si todos fueran uno. No me imagino un ecosistema fuera del agua tan densamente poblado y tan agradable de visitar, nada te toca ni hace ruido, yo solo oigo las burbujas que dejo salir por las gafas para que no me entre agua pero de fondo hay un silencio que te anima a entretenerte en seguir a un pececillo cualquiera, todos son bonitos, o embobarte mirando a un pez payaso (el Nemo de Disney) en su anémona. Bueno, yo es que soy más de embobarme, Antonio lleva los ojos más abiertos que yo y va buscando, en tres de los otros puntos donde paramos para bucear me avisó para que viera tiburones que estaban pasando cerca de nosotros. Tranquilos, estos tiburones no comen personas, son tiburones buenecitos, pero son preciosos ¡y grandes! Creemos que medirían entre uno y medio y dos metros ¡eso es un pedazo de pescao! En otra de las paradas nos detuvimos a mirar tortugas, los guías se saben perfectamente por donde paran las cuatro que quedan por allí (que nosotros llegamos a sospechar que estaban domesticadas y trabajaban para el turismo) y no tardamos en encontrar una grandísima que pastaba por los poco profundos fondos. Otra más pequeña nos deleitó además con un vuelo subacuático precioso. En la última parada vimos alguna raya pequeñita, pero de las que pican ¿eh? Era difícil de distinguir pero una vez más mi audaz Antonio la avistó y me avisó. Pensareis: ¡es que el Andrés está en babia! Responderé: sí. Pero es que allí abajo todo es tan bonito y te puedes embobar con tantas cosas… bueno y que yo tengo tendencia, sí.

El snorkeling nos había dejado muy buen sabor de boca y un poquito de cansancio, este día lo rematamos con un internete, una cena y a la cama prontito. Y aunque luego estuvimos tres días más, prácticamente no hicimos nada, del porche de la cabañita al restaurante, a Long Beach y vuelta a Fatima Chalet, porque evidentemente no encontramos nada más barato. Han sido unos días muy fáciles, muy tranquilos y muy reconfortantes. Entre estos y los del resort de los chinos creemos que ya llevamos una buena pausa.


Antonio payasea despues de cenar en Coral Bay

La última tarde nos despedimos del recepcionista y le pagamos la habitación. A la mañana siguiente hicimos el viaje de vuelta en lancha, nuevamente, sin la expectación de la ida, me pareció un trayecto más normal. En el muelle de Besut no importaba que fueran las 9:00 de la mañana, la actividad era máxima y decenas de barcos recogían y dejaban pasajeros, incluso había cola de barcos para llegar a la pasarela aunque en este ajetreado puerto las autoridades decidieron construir un tímido embarcadero mucho más pequeño que aquel que partía en dos la pequeña Coral Bay, desequilibrios de la administración.

No hay tiempo para mucho, un pipí, compramos unas galletitas en la tienda y al bus, que quedan diez horas hasta Kuala Lumpur. El chofer remolonea un poquito para ver si llega algún viajero rezagado y amortizar más, si cabe, el trayecto y luego tardamos siglos en salir de ese pueblo, nos hacen cambiar de autobús a los pocos kilómetros y algunas perrerías más, pero no nos importa porque son unos autobuses comodísimos y las horas hasta la capital se nos pasan relativamente rápido. ¡Ay! De vuelta a Kuala Lumpur, a Chinatown y al mismo Guest House de la otra vez, dormitorio compartido, total, para una noche, mañana daremos una vuelta antes de volar hacia Vientiane, la capital de Laos.

Unos gatitos chinos parecen despedirse de nosotros la ultima noche en Kuala Lumpur

Tras las gestiones de aeropuerto bastante ágiles y un vuelo de dos horas y media en el que nos dieron asientos separados llegamos a un aeropuerto tranquilito, como el de Sevilla o algo así. Lo primerito que hicimos fue soltar treinta y cinco dólares americanos para pagar el visado de un mes en la República Democrática Popular de Laos, es decir, un país comunista. Buscamos la oficina de cambio y tras obtener nuestros Kips comprobamos escandalizados que el señor se ha equivocado y nos ha dado trescientos mil de menos, hombre pues no me parece un error despreciable ¿sabe? Ni siquiera al cambio, que son unos treinta euros, ¿hemos cambiado unos doscientos euros y nos querías tangar treinta? O lo que es lo mismo, ¿nos tienes que dar dos millones doscientos mil kips y nos das un millón novecientos mil? Sí, aquí somos millonarios, como cuando vas a Turquía, por un euro nos han dado alrededor de diez mil kips. Al final no hubo que discutir. Nos alejamos de la terminal para buscar un taxi más allá de la cola que hay a la salida, que hemos leído que son bastante más caros y antes de llegar a la carretera nos intercepta un chofer que esperaba en los alrededores. Tras un torpe regateo porque todavía no controlamos la moneda, claro, nos lleva al hostal que teníamos reservado. Nos quedamos pero sin estar convencidos y al día siguiente buscamos otro mucho mejor y más económico.

Las primeras impresiones de Vientiane son bastante agradables. Es una ciudad sin edificios altos, cada casa es de su padre y de su madre y Antonio dice que es como Chipiona, tan soleado y tan calmado y con casas tan variopintas y tan raras. Cualquiera diría que estamos en un barrio residencial periférico tipo Santa Clara o algo así pero estamos en el centro de una capital.

Este es un país comunista desde 1975, me imagino que los primeros años tuvieron que ser bastante soviéticos pero la psique nacional pudo ir moldeando la cosa y hoy día tienen un modo de vida bastante relajado, sin demasiadas prohibiciones aunque sí algunas, no es como el comunismo chino. El gobierno de Laos es muy amiguito del chino, claro, pero los chinos no se meten en cuánto de importante es aquí la religión o en si tienen empresa privada mientras les sigan pasando a ellos la producción maderera y les dejen pasar con autopistas pagadas en Yuanes (moneda china) a través de Laos para llegar a Tailandia o Camboya.

Una mujer entregando una ofrenda artesanal hecha de hoja de palma y flores

El aire de la ciudad tiene calma, los conductores de todos los vehículos van tan lentos que parece que ya van a llegar. Las chicas van en sus motos con una sombrillita en una mano, sí, el sol pega bastante, pero si vas a más de 15 por hora la sombrilla se va al garete y a ellas ni se les mueve, todo el mundo guarda una prudente distancia de seguridad y nadie toca la bocina, ¡na! ¡die! ¿Os hemos hablado ya del tráfico en la India? Animados por esta tranquilidad nos alquilamos unas bicis para ir de templo en templo y para llegar a la embajada de Camboya, donde teníamos que pedir el visado. Nos cascaron otros 20 dólares por barba ¡y dale con los dólares! ¡qué manía! pero ¿qué le vamos a hacer? Esto no se puede regatear y si lo quieres pagar en la moneda de Laos te sale más caro. La verdad es que Antonio y yo estamos encantados con los visados porque te ponen unas pegatinas preciosas en el pasaporte y eso como recuerdo tiene un caché que pa qué.

En terminando con las gestiones nos pusimos a visitar cositas, la más conocida de Vientiane, y que constituye un símbolo nacional es That Luan, una estupa dorada que según la leyenda conserva alguna reliquia del mismísimo buda en persona. Todas las excavaciones arqueológicas desautorizan dicha leyenda pero ¿a quién le importa lo que diga un europeo con malos pelos que va limpiando agujeros con una brochita?


Imagen del That Luan con un con un Turista graciosisimo

Al lado de la estupa visitamos un monasterio muy importante de Laos porque en él reside el líder espiritual del budismo Teravada, pero el sólo manda en Laos ¿eh?, no es como el Dalai Lama que es una estrella internacional y hace sus giras y todo, aquí son más humildes. Además de éste visitaremos varios templos más pero en Laos es imposible quedarse con los nombres de los templos no sólo por la dificultad de las palabras sino sobre todo por la cantidad de templos que hay.

Un "guardian" me ayuda a aclararme con los templos

Lo que yo llamo templos se llaman Wat, y son un conjunto de edificaciones que generalmente se componen del templo propiamente dicho, algunos edificios para alojar a los monjes, algún templo secundario, lo que parece una especie de sala de oración pero que no tiene paredes, y el campanario, o debería decir el tamborario, porque es un tambor de dimensiones titánicas el que se aloja en estas torrecitas para avisar a los vecinos de alguna circunstancia especial. De momento yo no los he oído. También suele haber alguna campanita tipo cencerro, pero no siempre.

La serpiente multicabeza (de una a siete) o Naga te da la bienvenida al wat

La sala principal de los templos las preside alguna imagen de Buda, hemos aprendido que hay infinidad de representaciones de Buda y que significan cosas diferentes dependiendo de la postura de la imagen. La más querida para el “retablo mayor” es la del Buda meditando con las piernas cruzadas en esa posición que nosotros llamábamos “como los indios” hasta que se puso de moda el yoga, claro, pero también son muy populares a las entradas de los templos la del buda ofreciendo protección, que es con las manos al frente como si quisiera parar el tráfico, o la del Buda pidiendo lluvia, que es de pie con los brazos extendidos hacia el suelo y las manitas un poco levantadas, como Massiel bailando el “La la lá”. Es muy entretenido y todos son muy bonitos. Por algún motivo no es costumbre tener una sola imagen de buda sino muchas, y cuantas más mejor así que en algunos sitios se cuentan por miles, ¿qué curioso eh? ¿os imagináis una iglesia con dos mil quinientos crucifijos? Hay una manera muy práctica de alojar tantas imágenes que es haciendo pequeños nichos en las paredes.


Este wat alberga dos mil quinientos budas

Imponente Buda meditando preside el templo ante dos diminutas fieles


Un buda "esmeralda" preside en muchos altares

Buda pidiendo lluvia, en este caso las manitas no estan muy levantadas

Los monjes en Laos están por todas partes y es muy habitual verlos en parejitas por la calle cubiertos con un enorme paraguas negro, el sol pega a base de bien (me encanta esta expresión). Y atención, las mujeres y los monjes suelen llevar paraguas y sombrillas, los hombres, me imagino que con la tradicional y globalizada tontería masculina prefieren freírse las meninges antes que hacer algo inapropiado para personas de su sexo fuerte. Nosotros tenemos dos paraguas estupendos que nos compramos en la India y nos dan muchísimo alivio por estas calles ardientes.

Un grupito de monjes remolonean en el jardin del wat, otros hacen sus tareas

Ya os contaremos más cosas de los monjes, ahora un adelanto. En los wat viven y rezan monjes de todas las edades, antes de los veinte son novicios y después ya son monjes hechos y derechos, aunque la mayoría de los monjes solo están en el wat temporalmente porque es como una tradición que todos los hombres pasen por la vida monástica. Cada vez es más corto el período que se estima mínimo pero lo siguen haciendo aunque en algunos casos el compromiso se resuelva en un par de semanas o tres. Esto a las familias les revierte unos beneficios religiosos indiscutibles y, por lo visto, los chicos no se resisten ni un pelo, al parecer los Lao (gentilicio de Laos) son bastante supersticiosos y saltarse algo así sería terrible.

Nos dio la sensacion de que los monjes "temporales" se ocupan de las tareas domesticas

Un monje sacia la curiosidad de Antonio

Por último, y para despedirme os muestro en vídeo una de las atracciones turísticas que visitamos en bicicleta, el Patuxai. Éste es un arco de triunfo, monumento que el antiguo régimen comenzó a erigir en homenaje los caídos en guerras previas a la era comunista, pero que estos últimos continuarían construyendo con el cemento que el gobierno de los Estados Unidos les regaló para hacer un aeropuerto.


Lo normal seria que un turista pida a un transeunte que le haga una foto con un monje,
en este caso un transeunte pide a un monje que le haga una foto con un turista, al fondo el Patuxai

Según ellos mismos dicen en un arranque de honestidad inmortalizado en una placa al pie del edificio, es un monstruo de cemento y está sin terminar por la turbulenta historia del país. En su interior de siete plantas se pueden comprar todos los souvenirs habidos y por haber incluyendo la mayor variedad de camisetas de recuerdo que yo recuerde. En sus alrededores los Vientianeses y los turistas nos deleitamos con un atronador hilo musical chinoide que a nosotros como podréis ver nos encantó.





Muchos besos y muchas gracias por acompañarnos,

Andrés.

jueves, 1 de julio de 2010

Malasia salvaje

¡Hola de nuevo! Sí, somos conscientes de que últimamente andamos un poco lentos con esto de publicar en el blog, pero es que hemos andado muy liados con muchas y muy variadas actividades. Algunas os las cuento hoy aquí, suponiendo que no tendré el éxito del relato que me ha precedido con Maricarmen la porterita como protagonista indiscutible. Aún así intentaré entreteneros unos minutos.

Como ya sabéis desde hace un par de entradas estamos en Malasia. Primera parada Kuala Lumpur (KL). Como ha contado Andrés hemos disfrutado de un contraste casi extremo con lo que veníamos viviendo en la India. Principalmente por el civismo que reina en esta capital, todo el mundo muy educado, el metro impecable, las calles limpias y una enorme amabilidad en sus habitantes. Por ejemplo, Andrés se ha olvidado puntualizar el estricto sentido único de los corredores en el tartán circular de KL, y la vigilancia constante por parte de un agente para que ningún peatón invadiera tal espacio restringido a los deportistas… ya quisieran en Sevilla vigilantes así los usuarios del carril bici de la ronda ¿no?

También nos han sorprendido las carreteras y los transportes. Hemos pasado de haber viajado únicamente por dos autopistas en los tres meses que hemos estado en la India, a marearnos en los escalextrics que nos llevaban del KLIA (KL Intenational Airport) al centro de la capital. Y hemos cambiado los cinco asientos por fila en los autobuses de India, “tres asientos corridos-pasillo-dos asiento corridos”, a los “dos super asientos-pasillo-un solo super asiento al otro lado del pasillo”. Eso no lo he visto yo en España ¿eh? Además cuando te reclinas se levanta el que yo llamo “apoya-gemelos”, y el autobús no lleva las ventanas abiertas, sino que siempre hay aire acondicionado. Y mira que aquí no hace tanto calor como en la India. En fin, lujo total.

También quería contaros que en KL he probado la rana por primera vez en mi vida. Andrés también se ha estrenado. Sí, y no sólo las tan famosas ancas, sino que nos hemos comido una rana entera, una señora rana, 400 g pesan las tías. Resulta que buscando algún puesto en la calle para comer baratito vimos que en uno de ellos tenían sobre una mesa una pecera llena de ranas enormes amontonadas unas sobre otras, vivas claro, a las que les llaman “chicken-frog”, traducido “rana-pollo”. No sabemos si las llamaban así por el sabor o por el tamaño. Nos explicaron que las troceaban, las limpiaban y las freían, y allí que nos decidimos a catarlas. Resultado: un manjar exquisito, una carne blanca y fina con un rebozado suave y crujiente. Nos quedamos con ganas de más, pero no era precisamente barata, 16 ringgits el bicho, cuatro euros, que aquí es un dinero. Si volvemos a KL repetimos fijo.

Y como último apunte nos ha sorprendido gratamente la situación de la mujer. Supongo que nos ha sorprendido por dos causas principalmente. Primero porque comparado con India, aquí la mujer trabaja fuera de casa, conduce, habla con hombres, y aunque lleva velo, se atreve a vestir los pitillos más apretados con sandalias de tiras y taconazos y bolso a juego. Todo esto es inimaginable en la cultura hindú. Y en segundo lugar nos hemos dado cuenta de los prejuicios que arrastramos acerca de los países islámicos y el rol de la mujer en tales sociedades tan ortodoxas. Y no es que ahora piense que en estos países las mujeres disfrutan de total igualdad con respecto al sexo masculino, como predicaba y perjuraba Maricarmen la porterita. Más bien me refiero al bombardeo informativo, o más claramente, la comida de olla a la que estamos siendo sometidos en los países de cultura occidental, léase terrorismo islámico, violación de los derechos humanos en el islam… en fin, reflexiones y pensamientos. Todo es matizable, y no parecen los musulmanes más ortodoxos los únicos que “amenazan” la libertad que “disfrutamos” en los países occidentales capitalistas. Ahí lleváis eso.

Pero basta ya de cavilaciones y consideraciones intelectuales, y vamos al lío con nuestro próximo destino y alguna que otra chorradita. Como ya habéis leído después de KL visitamos las Cameron Highlands y disfrutamos de la raflesia. Allí estuvimos tres noches y seguidamente nos dirigimos al Taman Negara, que traducido del malayo significa “Parque Nacional”. Es raro, porque no es el único parque nacional que tienen en Malasia, pero lo llaman sencillamente así. Será que es el más importante, “El Parque Nacional” con mayúsculas. Bueno no sé. Para llegar allí contratamos el transporte que nos ofrecía el hostel, una combinación de minibús y viaje en barco río arriba hasta alcanzar Kuala Tahan, la ciudad, o mejor dicho aldea, más cercana a la entrada del parque. En el minibús compartimos el viaje con una pareja de suecos, tres islandeses uno de ellos muy inoportuno en sus intervenciones que parecía más yanqui que otra cosa, una pareja alemana que habían sido Erasmus en Granada, Yogui y Tanjia, encantadores, y con los que compartimos comidas y excursión al día siguiente, y otro chico más que no abrió la boca y del que no pudimos deducir su procedencia. Las dos horas de trayecto fluvial resultaron espectaculares e hicieron que mereciera la pena el precio del billete combinado. La barca era de madera, techada y muy larga, e íbamos recostados de dos en dos disfrutando del paisaje, ambas orillas pobladas por una densa selva en ausencia total de aldeas o algún rastro de civilización. El agua era de color marrón y parecía que nos estábamos adentrando en zonas muy remotas y salvajes. Luego resultó no ser exactamente así claro, pero lo que sí es cierto es que en estos parajes se aloja la selva más antigua del mundo ya que ésta no fue afectada por las últimas glaciaciones, supongo que por una combinación de latitud y altitud que la protegió de la congelación.




Al llegar a Kuala Tahan nos dirigimos rápidamente junto con Yogui y Tanjia en busca de las mejores y más baratas habitaciones dobles de la aldea en Durian Chalet, en algo que se pareció a las carreras más competidas de Pekin Express. Los islandeses nos pisaban los talones y corríamos el riesgo de ser adelantados y de que nos arrebataran la oferta. Finalmente no fue así, y cada pareja encontramos una estupenda habitación doble equipada con mosquitera, tendedero para hacer la colada, una kettle y dos tazas, y en cuya puerta, que daba a un jardín precioso, los dueños del hotel prendían una espiral antimosquitos cada noche. Nada de lujos, pero el trato fue estupendo. En realidad hemos protagonizado carreras más encarnizadas contra otros turistas en la lucha por las últimas habitaciones o plazas disponibles. Concretamente recuerdo una en Sikkim en la que corrimos desesperados pero muertos de la risa, además de cargados con las mochilas, tratando de adelantar a un matrimonio indio que iba por una calle paralela. Andrés había preguntado anteriormente por plazas en un jeep compartido y sabíamos que sólo quedaban dos. También sabíamos que el matrimonio, con el que precisamente habíamos compartido el trayecto previo, tenía el mismo destino que nosotros, así que sólo había sitio para una pareja ¡nosotros! Parecíamos Alazne y su madre en sus peores momentos, ¡je, je! Después me sentí un poco mal porque se quedaron en tierra, pero es que tuvieron unos gestos y actitudes muy feas con nosotros en el viaje anterior.

Bueno que me lio. La intención era preparar una excursión a la selva de un par de días o tres, lo cual seguramente requeriría el pago de un guía o excursión organizada que nos dirigiera los pasos y nos facilitara la comida y el agua. Dormiríamos en una cueva o bien en un hide, esto último no sé cómo se traduce exactamente al español, pero es una cabaña en alto en medio de la selva desde la que puedes esperar bien callado y vigilando por una ventana para observar la posible vida animal qué pase por allí. En este caso podríamos ver elefantes salvajes, tapires, gibones, ciervos, jabalíes e infinidad de pájaros. Cuando preguntamos por las diferentes opciones que había, lo más barato resultó ser una excursión con guía de dos días y una noche durmiendo en un hide por la friolera de 110 euros los dos. A lo mejor no os parece muy caro, pero conociendo los precios de aquí y, sabiendo que dormir en el hide tan sólo costaba 1,25 euros por persona que se pagaban a las autoridades del parque, nos pareció un abuso. Otra opción era hacer el mismo recorrido por nuestra cuenta, ya que la excursión a ese hide en concreto no requería obligatoriamente el alquiler de un guía -mientras que a otros hides más lejanos sí- con la desventaja de acarrear nosotros con el agua y comida para dos días y peor aún, enfrentarnos a los peligros de la selva nosotros solos.

Mientras decidíamos qué era mejor, el primer día después de llegar a Taman Negara hicimos una pequeña excursión por el parque. En este caso el paseo fue por la zona más cercana a la entrada, de modo que todo estaba muy bien señalizado y podríamos volver al pueblo en pocas horas. Además fuimos tranquilamente con Yogui y Tanjia observando la multitud de flores diferentes, los helechos de mil y una formas, y la infinidad de bichos, orugas, arañas, mariposas y demás que pueblan el rain forest.







Lo más interesante de la salida fue llegar al famoso Canopy Walk del Taman Negara, un recorrido colgante que transcurre entre 30 y 40 metros de altura por las copas del los árboles, y que en esta caso es el más largo del mundo ya que tiene una longitud de unos 500 y pico metros. La mala suerte fue que estaban reparando una zona del mismo, y al final sólo disfrutamos de 270 metros de recorrido por las alturas. De todos modos fue espectacular, y la visión y los sonidos de la selva ahí arriba son únicos. Aquí os adjunto unas fotos para que os hagáis una idea.






Al final, tras un ataque de valentía y quizás también de racanería, no sé qué factor de los dos influyó más, decidimos adentrarnos en la selva por nuestra cuenta, asegurándonos antes de que los caminos estaban bien señalizados, pagando nuestros 2,50 euros para reservar dos camas en el hide y preguntando a los locales por las precauciones a tomar par que no nos faltara nada imprescindible durante nuestra excursión, cosas como cantidad de agua necesaria, saco de dormir sí o no, mosquitera… en fin. Igualmente sabíamos que de nuevo las afamadas leeches o sanguijuelas poblaban el parque, sobre todo tras días de lluvia como había sido el caso, por lo que preguntamos insistentemente a todo el mundo que pudimos la manera de evitarlas, ¡íbamos a estar dos días en la selva, y no estábamos dispuesto a acarrear ningún parásito chupasangre! Respuesta: Baygón anticucarachas. Sí amigos, el espray verde que se vendía en todas y cada unas de las multi-stores locales era el remedio que utilizaban los autóctonos para evitar las leeches. Según ellos era tan sencillo como rociar los zapatos y calcetines, nunca la piel directamente claro, con aquel espray, lo cual evitaría que los bichos subiesen por ellos en busca de piel en la que engancharse. ¡No compramos un bote sino dos!

Y allá que nos dirigimos al día siguiente, con una ruta por delante de 11 kilómetros y una estimación de seis horas para cubrir el recorrido. El camino transcurría en su mayoría por un trazado paralelo al río, y sólo en los últimos dos kilómetros se adentraba al interior de la densa selva donde se localizaba el hide. Ya nos habían avisado de que el trazado era relativamente duro, sobre todo por las subidas y bajadas constantes de los pequeños y no tan pequeños barrancos por los que se deslizaban arroyos que iban a parar al río que quedaba a nuestra izquierda. Y nada más comenzar el trekking allí estaba, cruzada en medio del camino, sin distinguir bien si era una raíz más en el suelo o no, una serpiente completamente negra y absolutamente quieta que por suerte pudimos reconocer. No llega a ser así y la piso, o se me mueve bajo los pies o algo y me muero del susto… Afortunadamente mientras la observábamos en la distancia retrocedió sobre sus pasos y se perdió en la hojarasca.

El calor era asfixiante, y la humedad no os cuento, lo cual combinado con las subidas y bajadas constantes y nuestra indumentaria de manga larga y pantalón largo, en la selva hay que cubrirse señores, hacía que estuviéramos sudando lo que no habíamos sudado en los tres meses de la India. Y no estoy exagerando. Además tampoco queríamos bajar mucho el ritmo ya que las amenazas de la jungla eran constantes, las leeches estaban al acecho paradas en medio del camino y esperando notar las vibraciones del suelo para ponerse a explorar como locas hasta encontrar donde engancharse, a algunos mosquitos y otros insectos voladores no parecía importarles el sabor amargo del repelente que cubría nuestra piel, e incluso un abejorro o lo que fuera aquello me embistió y picó en la frente provocándome un calorcito que afortunadamente no fue a peor. “Venga chico, que cuanto antes lleguemos a la cabaña esa antes descansamos, ya comeremos allí”, le decía yo a Andrés quien desistió de parar a comer sentado en un tronco al ver un par de sanguijuelas que se dirigían a sus zapatos como si de un imán se tratara. A todo esto el entorno y el paisaje eran espectaculares, solo que no estábamos en la situación de pararnos y recrearnos posando y haciéndonos fotos. Los peligros de la selva no eran pocos. A pesar de ello pude capturar a Andrés en una instantánea en la que no debéis de dejar de apreciar sus nada favorecedoras transparencias, ¡je,je!. Haced zoom por favor, así veis que no estoy exagerando cuando os digo lo que sudamos.



Por fin vimos un clarito en la selva. “Mira, ahí está el hide”. Unas largas escaleras subían a la cabaña que parecía estar a la altura de un segundo piso aproximadamente. Pero no fue tan fácil como subir y despojarnos de nuestras mochilas para descansar, comer y reponer fuerzas. Conforme nos acercábamos a la base de las escaleras un zumbido omnipresente y cada vez más ensordecedor nos rodeaba por completo. Sí, eran abejas, creemos, cientos de abejas que revoloteaban al inicio de las escaleras, a lo largo de todos los escalones y, sin apenas darnos cuenta, alrededor de nosotros, inspeccionando los colores de nuestras mochilas, persiguiéndonos cuando reculamos para alejarnos de la nube de insectos. A ver quién era el guapito que entraba en el hide, ¡menuda bienvenida! Evidentemente teníamos que dormir allí, no teníamos tiempo, y mucho menos fuerzas, para volver andando seis horas sobre nuestros pasos hasta el pueblo. El pánico se apoderó de la situación mientras dábamos vueltas sobre nosotros mismos y uno alrededor del otro avisándonos mutuamente de donde estaban las abejas que nos perseguían a cada uno… surrealista. Pero afortunadamente la psicosis no llegó a más, y el guapito que se atrevió a coger el seguío y subir las escaleras fue mi Andrés, que cuando menos me lo esperaba me dejó sólo allí abajo y con una cara de imbécil que no veas, mientras él ya se había refugiado y puesto a salvo en el interior de la cabaña.

¡Ea, pos nada, p’arriba! Y allí que me dispuse a subir las escaleras tranquilamente sin molestar a nuestras vecinas pidiéndole a todos los santos, vírgenes y cristos -en estas situaciones viene muy bien creer en estas cosas- que no me picara ninguna de aquellas zumbonas criaturas. Cuando alcancé el pomo de la puerta sin que nada hubiera ocurrido mis niveles de adrenalina bajaron de inmediato. “Uff, ¡menos mal!” Pero cuál fue mi sorpresa, pequeño saltamontes, cuando abrí la puerta y el zumbido dentro era igual que fuera “ahhh”. Evidentemente, la ventana alargada por la que de seguro –sí claro- avistaríamos la rica fauna salvaje del Taman Negara era una abertura sin cristal, ni mosquitera ni nada. Sinceramente, en ese momento me vi acabando como McCaulay Coulkin, o como se escriba, en su película “Mi chica”. Mira que hace años y tengo mala memoria, pues se me vino la película a la cabeza con total claridad.

Lógicamente aquello había que resolverlo. Afortunadamente nuestro equipaje llevaba todo lo necesario: mosquitera, chinchetas, pinzas y una cuerda para colocarla en las literas de madera, y antihistamínicos por si la cosa se ponía chunga como en la película. Lo único que faltaba era paciencia y autocontrol para no entrar en pánico mientras colocábamos el dispositivo protector. Nuevamente tuvimos éxito y nos pusimos a salvo lo más rápidamente posible. Además llevábamos parches de piretrina para repeler los mosquitos que de seguro también entrarían por la ventana, eso fijo. Coronel Tapioca total, pero esta vez con razón, por no hablar de las pastillas potabilizadoras de agua que nos permitieron beber agua de los arroyos cuando acabamos con los seis litros de agua mineral que portábamos inicialmente.

No hace falta decir que estamos vivos, que resolvimos la situación con éxito y que al menos pudimos dormir, eso sí, no vimos tapires, ni elefantes, ni cochinos-jabalíes ni na de na… en fin, nos conformaremos con los impresionantes sonidos de la selva y con haber superado con éxito esta aventura. A continuación os pongo una foto del chiringuito que nos montamos. Se nos ocurrió arrimar la litera a la ventana de modo que a través de la mosquitera podíamos observar el claro de la selva protegidos de las abejas. En la segunda foto aparece la vista que teníamos desde el hide.




Al día siguiente lo mismo. Otra vez las abejas. Pero solo hacía falta recoger y pirarnos. Teníamos pensado hacer la vuelta por otra ruta diferente a la del día anterior, de modo que la ruta final sería un recorrido circular que nos llevaría de nuevo al pueblo. Pero esto pudo ser. En el nuevo itinerario hacía falta cruzar un río por una zona en la que no había puente. El poder hacerlo o no dependía de los niveles de agua que llevara el cauce, y parecía que en estas fechas era suficiente como para cubrirnos hasta la cintura. No estábamos dispuestos a empaparnos y continuar la ruta de vuelta con los zapatos empapados, así que decidimos tomar el mismo camino que el día anterior pero en sentido opuesto. La decisión fue matadora, ya que desde las primeras horas notábamos el cansancio acumulado, la falta de buena alimentación y la mala noche en esas literas de madera sin colchón. De nuevo gracias a nuestros aislantes pudimos dormir algo. Las constantes subidas y bajadas estaban acabando con nuestras fuerzas, pero de nuevo no queríamos bajar el ritmo. En algunos momentos en los que ascendíamos barrancos casi verticales enganchados a una cuerda creí que no podía… Finalmente llegamos a Kuala Tahan en menos tiempo del esperado en comparación con lo que habíamos tardado el día anterior.

- ¡Mira Andrés!, aunque tuviéramos pensado irnos mañana a las islas de la costa este, yo necesito un descanso. Mañana nos quedamos aquí sin hacer nada, dormimos, comemos en el restaurante flotante ese que nos gusta y ya está- sugería, o más bien informaba, a Andrés.

- Venga vale, por mi encantado –

Al día siguiente recobramos fuerzas. Además encargamos en el hotel que nos pusieran una lavadora. ¡La segunda colada que encargamos desde que estamos de viaje! Llevábamos ya tres meses y medio lavando a mano como las antiguas. Es duro… y no queda igual que a máquina. ¿O seré yo? Que no sé frotar bien…

Y aquí fin de nuestra aventura forestal, ya que dirigimos nuestros pasos a la paradisíaca costa este de Malasia peninsular. Nuestra primera parada Pulau Redang, una isla que según teníamos entendido era uno de los mejores sitios del mundo para hacer snorkelling dada la claridad de sus aguas. Lo único malo es que para poder disfrutar unos días allí estás obligado a contratar un pack de viaje que incluye bote a la isla, alojamiento en hotel con pensión completa y salidas a distintos punto a hacer snorkelling. A esta isla no existe transporte local que puedas coger por tu cuenta, ni siquiera existen alojamientos para viajeros independientes que no tengan reserva previa, así que decidimos pagar un extra sobre nuestro presupuesto y disfrutar de esas afamadas aguas y sus arrecifes de coral.

La experiencia no fue exactamente lo esperado. Os cuento. Nada más bajar del minibús, que nos dejó en el embarcadero, nos vimos rodeados de decenas de familias chinas de tres generaciones que se amorraban impacientemente a los barcos todavía no preparados para salir. Las chinas ya disponían de pamelas que acababan de comprar en los puestos del embarcadero, y no se habían dejado atrás sus cestas repletas de comida y snacks para su excursión del año. Como nota discordante estábamos Andrés y yo, los únicos occidentales, y una pareja de musulmanes malayos que no paraban de hacerse fotos de una manera compulsiva en todas las posturas y gestos… no exagero, en el viaje de vuelta lo pillamos a él autofotografiándose haciéndose el dormido en los asientos del bote ¡muy fuerte! El hotel resultó bastante decente, bueno, concretamente el mejor hotel en el que hemos estado hasta ahora, pero sin lujos. Eso sí, el enclave era espectacular. Y allí que nos las aviamos para conseguir comida y relajarnos entre las hordas de chinos que bajo nuestro punto de vista resultaron ser de lo más entretenido. Otros hubieran muerto de desesperación.

Así que allí estuvimos dos noches y tres días, saliendo a hacer snorkelling por distintos puntos del archipiélago, y jartándonos de café, tostadas y postres chinos entre una excursión y otra. Nada de manjares exquisitos pero cantidad no faltaba, que eso también cuenta. Los fondos marinos nos deleitaron con pequeños tiburones, multitud de peces payasos en sus anémonas, alguna que otra raya e infinidad de peces de colores. No son los arrecifes más bonitos que hemos visto, pero el agua sí que era la más clara. Como curiosidad os cuento que las mujeres musulmanas no se privan de hacer snorkelling, eso sí, con pantalones largos y camiseta de manga larga, y las gafas y el tubo colocados encima del velo ¡toma ya! A continuación o pongo unas fotitos de la isla con algunas poses de lo más natural. Todo para vosotros. La experiencia submarina fue mejor en nuestra siguiente etapa, pero eso ya le toca a Andrés, que yo ya me he colao escribiendo –no creáis, que me ha costao lo mío-.







Y por último os adjunto un mapa muy chulito de la ruta que llevamos hecha, no sé hasta que momento está actualizado. Una cortesía de María y de mi hermano Aitor, que se lo han currado que no veas. Desde aquí mil gracias y un beso enorme. Todo para que nos sigáis con más facilidad y mejor orientación. Mil besos a todo y hasta pronto.

Antonio


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