lunes, 1 de febrero de 2010

Lo primero, la mudanza

Viendo lo bonito que le queda a Andrés la narración más romántica de nuestra experiencia, quizás sea mejor que me lance a postear contando la parte más frívola de esta nueva etapa en nuestras vidas.

Acabamos de llegar a nuestro punto de partida es decir, Sevilla, y lo único que hemos hecho hasta ahora ha sido abandonar Barcelona no sin pena, llantos, y el desbarajuste lógico en una mudanza de alguien que no sabe exactamente dónde va. Y menos mal que nos hemos deshecho de la mayoría de cosas y por supuesto, de todos los muebles.



Cristóbal, el mudancero tempranero, ha sido indudablemente el protagonista del traslado de nuestros bultos desde Can Bartrons a Gines, por el módico precio de 400 euros y un plazo de dos días. El apodo se lo debe a su cualidad de aparecer siempre antes de lo previsto, lo que no ha facilitado en absoluto la coordinación de la mudanza. En principio Cristóbal había de llegar al número 3 de la Calle Valencia en Barcelona el miércoles 27 de enero por la tarde o bien el jueves 28 por la mañana. Pero sorprendentemente, y sobre todo teniendo en cuenta que Mudanzas Lorena es una empresa andaluza (Málaga) -hubiera esperado que llegara tarde pero nunca antes- Cristóbal adelantaba su arribada al miércoles 27 a las 9 de la mañana. Allí estábamos Andrés y yo acompañados de María José y Cristina para cargar el camión lo antes posible. En 25 minutos, y mientras en el camión Cristóbal marcaba cuidadosamente con su rotulador rojo la palabra “Gines” en todos nuestro bultos, aquello estaba liquidado. No nos olvidemos de Roser que debido a un pequeño retraso y sobre todo, a la puntualidad inglesa de Cristóbal, llegaba directamente para el piti de rigor tras el trabajo bien hecho (no pasa nada amor).



Y cuán inocentes éramos Andrés y yo pensando que el viernes 29 de enero podríamos descansar plácidamente por la mañana en casa de mi hermano (Sevilla), antes de que Mudanzas Lorena descargara nuestros enseres en Gines. Obviamente Cristóbal irrumpió en nuestros sueños achuchándonos por el móvil, contando no se qué historieta de que la Guardia Civil lo había parado y multado por sobrecarga, ¡a mi qué me cuentas!, y lo peor... amenazando con entregarnos las cosas 15 días más tarde si en una hora no nos presentábamos en Gines para descargar. Dicho y hecho, por tan sólo 15 euros de taxi nos plantamos en Gines a recoger nuestras cajitas.

Nuevamente todo fue bastante rápido y en 20 minutos estaba todo abajo. Ya teníamos todo listo para una buena comida de bienvenida en casa -gracias Ana y Eva- y una siesta. Pero a modo de reportaje de Cuarto Milenio Cristóbal seguía entre nosotros... ¡Ahhh! ¡No puede ser lo que están viendo nuestros ojos! ¿Es posible que Cristóbal lo haya rotulado todo? ¿Todo?




No pasa nada, llevaremos el nombre de Gines y su espíritu rociero por donde quiera que pasemos. ¡Nunca renegaré de mis orígenes!

Antonio

Hasta pronto Barcelona. Bye bye occidente

Si se mira desde el parque Güell, Barcelona es una ciudad tranquila.

Y desde dentro no es que sea estresante, pero una vez te sumerges, la vida aquí te puede invitar a muchas decisiones. Aquí hemos vivido Antonio y yo una cantidad impagable de experiencias, ha habido tiempo para todo. Hemos salido, hemos bailado, hemos hecho buenos amigos, hemos ido al teatro, a muchos conciertos, sobre todo de La Mala y de Fangoria. Desde aquí hemos viajado, hemos aprendido mil cosas, hemos trabajado, yo hasta he cambiado de profesión, hemos sido catetos, normales, modernos, otra vez normales, extranjeros, autóctonos, visitantes y anfitriones, nos hemos divertido mucho y no tanto, hemos ido a muchos restaurantes y a bastantes Bar Manolo, museos, cines, paseos, lluvias y días de playa, calores sofocantes y fríos de pelar, metros y tranvías, de vanguardia y con encanto, hemos sufrido obras públicas y vecinales, carriles bici en eterno proyecto, victorias del Barça (más sufre la fuente de Canaletas) y victorias de la selección… en fin.

A Barcelona se le ha encasquetado el sambenito de Cosmopolita pero a mí me gusta por muchas más cosas (muy recomendable y emocionante una diada castellera), esas paradójicamente las hemos descubierto con el tiempo. Ahora, y a pesar de estar aquí de lo más adaptados y cómodos tenemos que irnos, habíamos decidido poner un límite a nuestra experiencia en Barcelona y aunque no cerramos la puerta a una vuelta a esta casa y no nos vamos huyendo de ella, ha llegado el momento de marchar. Ahora ya todos sabéis que nos vamos de viaje, pero para mí ha sido como irme de casa para siempre, estoy un poco aturdido, se me pasará. En el fondo siento que me va a venir bien tomarme un tiempo después de siete años aquí, como si necesitara algo de perspectiva para saber qué relación tengo con esta ciudad. Después la querré más todavía, siempre me pasa pero, por ahora, hasta pronto Barcelona.

Ahora nos vamos y a estas alturas a nadie se le ocurre buscar una justificación para hacer un viaje de vuelta al mundo, se hace para disfrutar y punto, pero a muchos nos puede apetecer buscarle un sentido, marcar un objetivo, fijar una búsqueda, en el fondo las cosas se hacen por algo. Evidentemente no hacemos el viaje por irnos de Barcelona, ella no tiene “la culpa”, pero sí que representa con matrícula de honor el mundo que ya conozco y del cual estoy tan contento de ser nativo. Barcelona es muy occidental, muy mediterránea y muy manola, europea y del sur. Por eso dejar Barcelona y dejar Occidente me resultan ahora la misma cosa. Y dejar occidente si va a ser un ejercicio buscado de renovación, una verdadera toma de perspectiva, un cambio de esquemas, traqueteo voluntario de la ética y la estética, puesta a punto de prejuicios y dilemas, refresco, apertura, masaje de meninges, lavado y centrifugado de las certezas que nos dieron a asimilar desde punto y hora que nuestra retina recibió la primera señal. Hoy creo que quiero ir hacia oriente porque no le conozco. Quiero salir de casa, quiero dejar occidente. En el fondo siento que me va a venir bien tomarme un tiempo después de treinta y cuatro años aquí, como si necesitara algo de perspectiva para saber qué relación tengo con este lado del mundo. Después le querré más todavía, siempre me pasa pero, por ahora, bye bye occidente.

Andrés