Bien queridos y queridas, sin que sirva de precedente me reitero en mis excusas por la anterior entrada tan larga y tediosa, gracias por vuestros comentarios sobre todo por el de mi compadre Roberto quien, evidentemente, gusta más de las chufleterías que de unas líneas de historia, pero que parece dispuesto a decirme lo que piensa y eso se agradece. Un beso Robertito hijo.
Después de nuestros días en las ruinas y el fascinante paisaje de Hampi seguimos camino al sur sin salir de Karnataka parando un día en Mysore, una ciudad de las muchas que ya vamos conociendo en la India con su tráfico y sus cosas y con no mucho que ver salvo el palacio real, una construcción de principios del siglo XX cargada de lujos y colorines que no pudimos fotografiar nada más que en el exterior porque no se permitían las fotos dentro. Era un palacio totalmente ignífugo porque justo lo mandaron hacer cuando el anterior fue devorado por un incendio que se originó en unas celebraciones de una boda, claro ¡si es que se ponéis locos encendiendo velas! Todo estaba hecho de piedra o de hierro como las columnas, que no había pocas, todo con muchísima talla y muchísima policromía, era un palacio de cuento de verdad, parecía de juguete.
Una cosa que nos encantó del verbo encantar del palacio es que está totalmente cubierto de bombillas y por la noche lo encienden como la portá de la feria ¿qué os parece? Tierno ¿eh? Aquí os muestro unas fotos de día que son las que pude hacer, muy fantasía oriental ¿verdad? La foto de noche es prestada de intenne. Gracias intenne.
En Mysore intentamos otra actividad más que era subir a una montañita que se suponía que iba a ser muy bonita, Chamundi Hill, pero subimos y aquello era como acercarse a la ermita que hay en muchos pueblos en lo alto de una colinita sólo que ésta además estaba rodeada de muchas tiendas de souvenirs y heladerías y vacas, porque se ve que la gente aquí es muy devota de la diosa Chamundi, debe ser como la virgen de la Cabeza en Andujar o la Reina de los Angeles en Alajar, no creo que llegue a la devoción que despierta la Marismeña, como tú la llamas Juanfran. Nosotros estuvimos allí un ratito viendo las vistas que tampoco eran la bomba y cogimos el bus de vuelta, que ¡menos mal! Porque cuando íbamos en el bus cayó una granizada que parecía una garbanzada, nos quedamos de piedra, como casi todo el resto del autobús ¿eh? Que eso allí no era habitual se ve, y menos con el calor que estábamos pasando durante el día.
Bien, pues con nuestro susto pasao y nuestra mochila vuelta a empaquetar nos fuimos hacia Ooty, no quedaba muy lejos, apenas cinco horas de tortuosa carretera ascendente hacia un puerto de montaña que nos habían recomendado visitar en varias ocasiones, el chófer un cafre por supuesto que tocaba el claxon hasta para avisar de que iba a tocar el claxon, de locos. Lo peor fue al principio del viaje; habíamos contratado un servicio privado con el que íbamos a hacer un viaje más rápido y más cómodo. Nos recogieron en el hotel y nos sentamos donde nos pareció bien, estuvimos eligiendo asiento porque el micro bus (que pa la caló que daba podía ser micro…ondas) había sido diseñado el día después de la boda de la hija del diseñador de autobuses y todos los asientos tenían una incomodidad, o no podías meter las piernas hacia delante o no las podías meter hacia detrás, tú elegías, pero encontramos unos que estaban bien. El resto de asientos cómodos estaban ocupados por familias con hijos y de repente el acomodador del autobús nos dijo que allí ¡noooooo! Que ahora venían unas personas ¿¡¿¿¿¿¿¡¡¡perdoooon??!!!?!?!! Y nosotros que somos ¡no me tires de la lengua! Total que Antonio Ecuanimidad Susperregui me ayudó a descontracturarme y moverme al asiento de atrás del todo, donde daba una solana que pa qué. Al minuto entran dos chicas calladitas como es habitual y el nota le dice a una de ellas que se siente delante en el asiento solitario del copiloto dejando a su amiga también sola junto a él, porque ese parecía el asiento del acomodador, ya que estaba justo al lado de la entrada de pasajeros. En esto se para el autobús y el acomodador (le llamo así porque, aunque hacía las funciones que habitualmente realiza el cobrador, en este viaje los billetes son de prepago en la recepción del hotel, es decir que no pintaba ¡naaaa! Solo que molestar y que molestar) se bajó del autobús no se a hacer qué gestiones, el chofer desaparece y nos tuvieron allí cerca de una hora, señoras y señores con la calor tan mala, yo me moría, y además con los pies pa lante todo el rato porque ese asiento no tenía hueco debajo. Al cuarto de hora de abandono le dije a Antonio ¡Shhss! ¡Niño! ¡pa lante! Y nos colocamos en el asiento que nos gustaba (a todo esto no os penséis que el asiento era a tó compló, que no llegaba ni a media espalda y las rodillas raspaban con el de delante, pero era el más cómodo) y ya tenía en mi mente el discurso que le iba a soltar al acomodador cuando me dijera que me moviera. Bueno pues resulta que empieza a subirse gente individual así cada uno a lo suyo y a sentarse donde querían, el señor este se subió a la hora de tenernos allí (ignorando totalmente nuestro cambio de asiento) y en cinco minutos se volvió a bajar para no subir más, ¡toma castaña! Ni discursito ni ná le pude decir, nos dejó allí con esa cara de maravilla que se te queda cuando tu hermano te dice que no hables tan alto y luego se pone los Walkman a toa pastilla, ¿por qué nos cambiaba a todos de sitio señor? No no le pregunto al señor del autobús, se lo pregunto al Señor nuestro dios todopoderoso y omnisciente, sabes que nunca te molesto con tonterías y que mis lagunas de fe las soluciono en casa pero ¡esto! Esto me lo tienes que contestar tu Jesusito-de-mi-vida-eres-niño-como-yo.
Buff, al fin y al cabo no pasó nada, a mi me duraron un par de horas las ganas de darle una colleja al acomodador pero nada más. El viaje fue como pudo y a mitad de trayecto se puso a llover desconsoladamente, nosotros sufríamos por las mochilas que estaban en el tejado del bus cubiertas con lonas. Cuando llegamos a Ooty aún llovía y el autobús se paró sin más. Todo el mundo seguía en sus asientos incluido el conductor. Nadie decía nada, parecía como si estuviésemos esperando algo, seguía lloviendo. Al final un señor que venía con niños dijo ¿qué, huevo o bisté? Y entonces el chofer dio la orden a un ayudante con cara de susto para que empezara a bajar las maletas y mochilas de todos. Justo enfrente de donde habíamos parado había un hotel que tenía un soportal para refugiarnos de la lluvia ¿casualidad? Nada de eso queridos, en la India no existen las casualidades. El chofer del autobús se convirtió en un abrir y cerrar en botones del hotel, meneando las maletas por la recepción con la agilidad de una ardilla después de tres cafés turcos, Antonio entró a preguntar y le pareció muy caro, nos quedamos en la puerta un rato pensando qué hacer y esperando que escampara, al instante salió el chofer y nos pidió dinero ¡si! Por el morro, por nada, es más el tío decía ¡gift, gift! (regalo regalo) que el viaje había sido muy difícil con la lluvia y que le diéramos algo. Ya me conocéis y sabéis que siempre tengo respuesta y que salto con facilidad, pero en esa ocasión el hombre se deshizo en un murmullo lejano con solo mirarme a la cara, seguro que mirándome a los ojos pudo ver la mala leche de todos mis antepasados guardiaciviles juntos. Por favor señor, un poco de respeto, que nos has dejado aquí en la nada al lado del hotel que te da comisión y como no lo has conseguido ¿nos pides un regalo?
Antonio hizo una pequeña excursión y encontró un hotel más baratito, vale, hoy nos quedamos y mañana buscamos otro.
Os dejo que hoy no me salto el yoga ni de coña.
Muchos besos, Andres