sábado, 19 de junio de 2010

Sorprendente Kuala Lumpur

¡Ah, viajar! La vuelta al mundo, cambiar de país, el intríngulis de una cultura nueva, la incógnita, la sorpresa y la ilusión de la novedad. La verdad es que se nos había olvidado que teníamos que visitar más países, la India nos atrapó en su ritmo lento y largo por su interminable geografía y ahora sentimos de nuevo la emoción del primer día. Kuala Lumpur parece no ser un destino turístico muy jugoso, eso dicen, pero a Antonio y a mí nos gustan las ciudades, al fin y al cabo nosotros mismos vivimos en ciudades. Luego también visitaremos otros destinos en el país, entre ellos un parque nacional, playas, ya veremos.

Perdonad si el relato de hoy es por un lado un poco largo y por otro un poco desestructurado, es que hace bastantes días que hemos estado de excursiones y actividades y no hemos parado ni un segundo así que no nos hemos puesto a escribir, esto explica pues el silencio tan largo, lo siento Roberto hijo. Espero que no os rindáis y nos sigáis dando otra oportunidad.

Nada más llegar a Malasia empezamos a notar el fortísimo contraste con la experiencia india, el autobús del aeropuerto a la ciudad era como un sueño, iba a cien por hora o más, por unas autopistas presiosas, con aire acondicionado, asientos con la tapicería nueva, ¡y reclinables! Eran demasiadas comodidades juntas, estábamos al borde de las lágrimas cuando a través de las impolutas ventanas de ese palacio con ruedas pudimos disfrutar de nuestra primera vista sobre las torres Petronas, impresionantes. Las torres llevan el patronímico de la empresa que las construyó, es decir, la compañía nacional del petróleo de Malasia, y durante unos cuantos años disfrutaron del título de construcción más alta del mundo. Hoy día tienen el record de consolación de las torres gemelas más altas del mundo, bueno, algo es algo.



Habíamos reservado unas literas en un dormitorio compartido en Chinatown, mañana nos darán una habitación doble para nosotros solos, llegamos tarde y antes de dormir salimos a dar una vuelta por Petaling Street, la calle principal del barrio chino. Es un tramo de unos quinientos metros cubierto con una pérgola ondulada sembrada de farolillos rojos que aunque muy tranquila por la noche de día se pone literalmente maciza de tenderetes de ropa y accesorios de marca cien-por-cien-totalmente originales.


Farolillos de Petaling street

Una cosa que nos encantó de Chinatown fueron los horarios, esa noche nos comimos unos noodles (fideos chinos) fritos con sus gambitas y todo a la una de la madrugada. Más adelante repetiremos la experiencia incluso más entrada la madrugada encontrándonos en la mesa de al lado familias que bajan a cenar a las dos o las tres con los niños en pijama, muy de barrio y muy entrañable, la verdad y muy cosmopolita. Yo siempre he pensado que los supermercados chinos en Barcelona dan muy buen servicio porque tienen unos horarios de apertura súper extensivos y una miscelánea de produrtos más que suficiente para cualquier emergencia doméstica, ¡pero en Kuala Lumpur son 24 horas 365 días al año! Además aquí los súper de los chinos son muy graciosos porque imitan hasta en el color de los carteles a los internacionales “seven-eleven”, que pueden estar en el local de al lado, pero a ellos les da igual, copian y punto.

Según tengo entendido en China las copias son legales puesto que no existe la propiedad intelectual. A los propietarios de las marcas, aunque digan lo contrario en los medios de comunicación occidentales, les encanta que los chinos se familiaricen con las falsificaciones de sus productos para fomentar en ellos el deseo de poseer un original en el más que posible caso que alguno de ellos aumente su nivel adquisitivo. La ley en Malasia no sé qué dice a este respecto, en otras materias sí estamos algo informados y sólo os diré que Antonio y yo lo más cariñoso que nos dedicamos el uno al otro es preguntarnos la hora. ¡Bueno! ¡bueno! ¡bueno! ¡nos ha pasado un caso…! Os cuento:

Resulta que Malasia es un país islámico ¿de acuerdo? Tiene sus leyes laicas pero también se puede aplicar la ley islámica si alguien comete un delito. No sé quién elige, hay un caso conocido de una chica que bebió cerveza y su papá elgió la ley islámica para que la azotaran públicamente por su tropelía, bueno, cosas de familia. La homosexualidad islámica, es decir para los musulmanes, está terminantemente prohibida y esto conlleva o se sustenta sobre la base de una terrorífica pena de cárcel con azotes, con vapuleo público y muerte social de toda su familia y los que le hayan dirigido la palabra en los últimos cinco años. Bueno estoy exagerando, lo sé, pero es que yo me hago caca con estas cosas, perdonadme. El tema se me va de las manos, os sigo contando.
Como Kuala Lumpur es la capital del país, pues aquí está la mezquita nacional, evidentemente nosotros fuimos a visitarla porque a pesar de nuestro ateísmo ya explícito en estas páginas y por nuestro interés antropológico y arquitectónico, nos pirra un templo, no sé por qué. La Masjid Negara (traducido mezquita nacional) es una construcción bastante moderna, tiene un aire como de pabellón de la Expo, con muchos soportales y un bosque de columnas alrededor que sostiene una techumbre para dar sombra y cobijo a un grandísimo número de fieles que acuden aquí a rezar, sobre todo los viernes.


Columnata de la mezquita

En el centro de este enorme techo se encuentra la sala principal, enmoquetada y aireacondicionada. ¡Ah sí! Sí sé por qué me gustan los templos, son edificios generalmente espaciosos y si tienen la suerte de no haber contratado a un arquitecto demasiado grandilocuente y ególatra resultan acogedores a pesar de su tamaño. También hay templos pequeños ¿verdad? Pero este no es el caso. Los templos suelen tener una decoración que impresione a los feligreses, casi siempre están limpios y a veces hay algún aroma en el ambiente que te resulta relajante, inciensos, velitas, los musulmanes no gastan y quizá por eso me resulte algo fría esta sala, sin olvidar que está a 20 grados menos que el exterior. Los templos siempre son interesantes.


Sala de oración de la mezquita nacional

Bueno ¡al caso! ¡al caso!, cuando nos acercábamos a la puerta que da acceso a la sala nos encontramos con un chico bajito, jovencito, sonriente, con los bracitos cruzaditos como un profesorcito y con mucha cara de malayo (son chinos morenitos, muy cucos) que nos dijo que no podíamos pasar a la gran sala de oración y nos preguntó que de dónde éramos, que si musulmanes o cristianos, en fin rutinillas de portero. Antonio fue contestando a todo el cuestionario que yo interrumpí un segundito para preguntar si podía hacer alguna foto al interior, el chico asintió y yo me puse a lo mío. Cuando retomé la conversación la cosa había tomado unos cauces más que truculentos y el portero estaba diciendo que los musulmanes tenían mucha más fe porque (voy a hacer una pausa para mostrar mi más profundo respeto a las personas que profesan cualquier tipo de fe, pero que me perdonen los que administran la fe, porque en algunos casos se les va la olla) el Corán dice la verdad, y además está totalmente en consonancia con la ciencia actual, no como los Cristianos porque eso de la Virgen María no se lo traga ni pirri (permítaseme una traducción adaptada a mi estilo).

El peso argumental era apabullante, la velocidad con la que hablaba y la agilidad con la que encontraba explicación para todo daba un poco de grima, y Antonio y yo que pasamos del tema hondamente nos veíamos allí argumentando perogrulladas con ese pobre chico que tenía la cabeza alicatá hasta el techo con versos coránicos. Por arte de birlí birloque el porterito quien, por cierto, comenzaba a acentuar una sutil pluma (amaneramiento) que ya le veníamos notando desde hace rato, nos hizo bajar unas escaleras y pasar a un despacho para regalarnos unos folletos sobre las temeridades científicas que supuestamente el Corán había predicho hace mucho tiempo. Una de las mejores es que según los autores del folleto (escrito en español por la, agárrense, mezquita de Granada) el Corán aseguraba que en algún momento de la gestación el feto o el embrión humano era como una materia masticada porque se parecía a una goma de mascar usada y que luego resulta que se ha demostrado científicamente que eso era así ¡toma geroma! ¡qué cosa tan absurda! ¿Y esos son los pilares de la fe? ¡Pues pitando de aquí que esto se nos cae encima! Yo creí que se me salían las órbitas de las cuencas y Antonio no quería arrepentirse de haber estudiado biología pero al final lo hizo. Como fuimos pudiendo, nos fuimos acercando a la puerta y conseguimos dejar al porterito en la puertecita donde le habíamos encontrado. No dábamos crédito, habíamos sufrido acoso religioso ¡nosotros! Yo le tuve que decir algo antes de despedirme y sin anestesia le coloqué que debía viajar un poco por Europa, que se relajaría bastante. Él creía que le proponía un viaje por los centros cristianos y católicos de más rancio calado a ver si se calmaba su fiebre coránica, ¡noooooolr! yo lo que le estaba deseando con toda mi imaginación era un carnaval de Sitges y un día del orgullo gay por todo lo alto ¡disfrazado de brasileña! Cuando nos alejamos apenas diez metros ya le habíamos rebautizado, ahora era Maricarmen la porterita ¡venga hija! con dios, nunca mejor dicho.

No salíamos del asombro, no nos lo podíamos creer, aquello no tenía sentido, ¿con esa pluma y de guardián de la fe? Pobre chico, pero qué trabajo de orfebrería no le habían practicado a esta criatura en el cerebro para estar así, no sabíamos si dar pie a la compasión, la indignación o sencillamente seguir corriendo lejos de allí. En fin amigos, como os decía antes, respeto seriamente a todas las personas que profesan alguna fe, también a Maricarmen la porterita, pero era muy alarmante para nosotros que un chico que en Sevilla sería una digna sucesora de la Esmeralda (tiren de Google) por su arte y su tronío y un manejo de las manos que ni los claveles de la Macarena peinan el aire con tanta sevillanía. Que quede claro que a un servidor de ustedes jamás se ha metido a opinar sobre la sexualidad de nadie, el que la lleva la entiende, pero es que este caso concreto nos hizo saltar por los aires porque el chiquitín era más pesado que una vaca en brazos y porque en un país con esta normativa sobre con quién se debe uno ir a dormir o no, este chico debería estar escondido en alguna parte y no en la Mezquita Nacional, es decir, ¡la boca del lobo!. En fin, que Alá le ilumine el camino a Maricarmen la Porterita.


Obreros decoran una cúpula de la Mezquita Nacional

A todo esto yo os estaba contando que la primera noche habíamos salido a horas intempestivas a cenar chino, pues bien, a la mañana siguiente las riadas de Louis Vuitones, Pradas, Guccis y Paul Smiths habían tomado la calle central de Chinatown, nosotros no somos clientes de marcas y menos de copias así es que nos entreteníamos más en salivar ante los puestos de frutas exóticas. Una mañana nos compramos rambutanes y pitahayas para después del desayuno ¡mmmmm! También hay muchas flores, hay un chico que sólo vende flor de loto, kioscos de bebidas que se entregan en bolsitas con una cañita para llevar y beber por la calle, puestos de castañas tostadas, aquí se deben dar todo el año, no sé yo qué especie de castaño es ese, pero de todos modos no apetece con este calor, ah! Maria José, la castañera de aquí va en mangalasisa, claro (esto es una broma interna con Maria José Ortuño, no le deis importancia los demás, seguid leyendo).

Después de desayunar en un sitio que tenía algo más que noodles y cosas fritas dimos una vuelta por las librerías más completas de la ciudad para buscar alguna guía de malasia y de nuestros próximos destinos en el sudeste asiático, no nos podíamos creer los centros comerciales que estábamos visitando. No es que seamos unos locos de las compras pero, comprendednos, venimos de tres meses en la India y ahora nos metemos en tres centros comerciales de lujo seguidos pues estábamos superados (nota: no es que en la India no haya shopping malls que es como se le dice en inglés a los centros comerciales, es que allí están en zonas aisladas totalmente exclusivas para pijos y no hay nada alrededor más que zonas residenciales aisladas totalmente exclusivas para pijos). El centro comercial más total-exclusivo-súper-élite era el que está al pié de las torres Petronas, en la librería de este centro nos volvimos turulatos con tantas secciones con tanta cantidad de libros en cada sección, estábamos flipados. Después nos dimos un paseo alrededor de las torres por un parquecito cercano que tiene un tartán de atletismo público para la gente que sale a correr, ¡qué detalle! Es un poco apabullante mirar hacia arriba y ver esos pedazos de edificios ahí al lado, parece irreal, algunas nubecillas pasan a media torre y te imaginas ahí trabajando ¡qué raro!





Después otra vez noodles, bueno, me ahorro el tener que repetirlo, yo he comido y cenado noodles todos los días porque me rechiflan, Antonio coquetea con el arroz de vez en cuando, pero a mí un fideo es que me pierde, me gusta todo lo chino y lo japonés, no entiendo de dónde me viene… ¡qué cosa!

Entre fideos y fideos hemos visitado una buena variedad de cosas en la Ciudad. He de decir que a mí lo que más me ha gustado son las torres, pero me encantó encontrarme en plena calle con un flamante museo textil de Malasia en el que explicaban muchas técnicas de tejido, teñido y decoración textil tradicionales de los diferentes estados de Malasia a lo largo de la historia, había una explicación de cómo los Sapiens del neolítico se hacían ropas con cortezas de árboles, a mi este tema es que me encantísima como diría mi amiga Belén (un besito guapa me parece que esta vez me vuelvo a perder el parto, todovaasalirbien). Había una detallada explicación con esquemas y vídeos de cómo realizan el batik en Malasia. Totalmente recomendable para aficionados al mundo del textil.

Antonio sin embargo disfrutó mucho más en el museo de historia nacional, allí pudimos enterarnos un poquito de dónde venía esta nación y en resumidísimas cuentas se trata de un territorio liberado de una colonia inglesa que anteriormente había sido portuguesa e intento de holandesa y que anteriormente había sido el imperio de Melaka, muy importante porque un solo rey se había hecho con las coronas de todos los reinos antiguos, mira os lo he explicado del revés. De aquellas coronas debió quedar algo ya que parece que en Malasia hay unos doce o trece reyes y el título de rey reinante, valga la redundancia, lo van pasando en relevo, como lo de la presidencia de la comunidad en los bloques de vecinos. Por cierto estando nosotros en Kuala Lumpur se ha celebrado el cumpleaños del rey que toca ahora y el campo de cricket que hay delante de la Corte Suprema lo han dejado precioso, han puesto unas pérgolas con banderitas y la bandera que ondea en el mástil más grande del mundo está recién planchada. Además hoy han venido a ensayar los militares que se ve que tienen que hacer un desfile o algo. La verdad es que el uniforme tiene gracia, llevan un pequeño sarong (como un pareo) corto encima de los pantalones que les da un aire muy exótico. ¡Qué monos oye!



Hemos pasado unos días muy agradables en Kuala Lumpur, la verdad, paseando arriba y abajo, comiendo en tenderetes humeantes y baratitos, una tarde fuimos a visitar el jardín de los hibiscos y las orquídeas, ay Cris Gamell, te habría encantado estar aquí con tu cámara puesta en la opción “mis colores”, a mí me han encantado especialmente los hibiscos, que en España dice Antonio que se le llaman pacíficos.


Pacífico en flor

Una noche salimos a dar una vuelta por la marcha de Kuala Lumpur, habíamos leído que los gays de aquí tienen un par de sitios habituales con actuaciones y travestis (por aquí se les llama lady boys) y no nos lo podíamos perder, con la orientación puesta a punto y un trazado de monorraíl que funciona como un reloj no tardamos en llegar a la zona donde encontraríamos ese par de bares, yo iba con ganas de reírme, tenía como una guasa, íbamos mirando los nombres de las calles pero no veíamos más que callejones. Claro, en uno de esos puede estar el bar en cuestión. A lo lejos, en una esquina vi un grupito de chicos jóvenes con mucho estilismo de pelo y un look más que producido, nos seguíamos acercando y yo iba mirando a ver quién parecía el más abierto para preguntarle por el club que buscábamos pero mi ojo acostumbrado a conjuntar ropa detectó una nota discordante en aquél grupo, iba como en chándal pero sin gracia, como fuera de lugar, de pronto fue como si me cambiaran el pie derecho por el izquierdo, comencé a caminar sin sentir las piernas, era como si todos los sonidos del mundo hubiesen cesado y sintiera el mismo girar del planeta, mis ojos estaban recibiendo una información que mi mente se resistía a procesar, ¿qué estoy viendo? ¿es un yonki? ¿es un mendigo? ¡no! ¡es Maricarmen la porterita!

¡Nooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo! Cielo santo por Alá qué hemos hecho mal, ahora ya no le podremos preguntar a ninguno del grupo por el bar porque el energúmeno este no necesita mucho para pegarse aquí media hora contándonos movidas religiosas, contrimás si le preguntamos por un club gay. Yo le dije a Antonio, quien vivía en la ignorancia, que mirara hacia delante, que mira quién está aquí, que no mire, que mire, que no mire, ¡Helouuuuuuuu! ¿cómo tú por aquí? Adios adioooooooooooos, yo no detuve el paso ni mijita, a mí no me pillaba ni de coña, y en cuanto anduvimos dos metros más comenzó el pitorreo, ¡lo sabía! ¿dónde iba a estar si no? ¿Será posible con la tabarra que nos dio? ¡Esto es doble vida y lo demás es cuento! ¡Qué callado se lo debe tener! Y así seguimos caminando hasta que nos dimos cuenta que seguramente nos habríamos pasado de la calle del local que buscábamos.

Tras una pausa de reflexión volvimos con determinación a preguntarle a Maricarmen la porterita por el local. ¡Helou! perdona Maricarmen, ¿dónde está el Blue Boy? Y en ese momento ya empezó ella a hacer aspavientos y carcajadas ¡lo sabia! - decía la porterita- en cuanto os vi esta mañana lo sospeché con esos pendientes, claro, claro, blablá, el Blue Boy está en esta calle ahí al fondo a la derecha. El tío se lo sabía perfectamente y estaba en toda la esquina, confirmado Maricarmen es gay.

Así que finalmente llegamos al local que buscábamos para pasarnos todo el rato que nos duró la cerveza que nos tomamos (sólo una porque nos costó 22 ringgits, unos 5.5€) comentando lo fuerte que era el acontecimiento que acabábamos de vivir. Definitivamente la religión es un rollo. Como en el local no había mucho ambiente la cerveza era carísima y el espectáculo tardaría en comenzar, nos largamos a dar un paseo de vuelta al hotel, no habíamos caminado ni cien metros cuando en otra esquina nos volvimos a encontrar con lo más pesado de Malasia, sí, claro que sí, Maricarmen. Ahora sí que nos pilló y acabamos preguntándole, pero tu ¿eres gay? Y él con esa manera compulsiva de explicarlo todo decía que no, que él no podía porque estaba la ley islámica y que él era muy respetuoso, claro.

Pobre chico, allí se quedó bajo las vías del monorraíl dando vueltas por la zona donde los gays que o no son musulmanes o no se lo toman tan a pecho se congregan para divertirse, es una zona muy bulliciosa de Kuala Lumpur entre los centros comerciales que tienen las fachadas llenas de neones y pantallas con anuncios, daba cosita de verle a él con su chándal que le queda fatal y una botellita de agua en la mano porque de alcohol nanai. Según nos dijo se paseaba por allí porque le hacía gracia ver a los gays porque se vestían muy graciosos y muy creativos, ángelito.

Bueno y ya no os como más el tarro con Maricarmen la porterita, que va a parecer esto un folletín de posguerra con estos personajes.


Nos encanta el Monorraíl

Como dije al principio era muy probable que me fuera de una cosa a otra y ahora me he acordado de que un día fuimos a la oficina nacional de turismo a ver unas danzas populares, fue muy divertido y al final nos hicimos una foto con los bailarines porque se ponían allí a posar a propósito y nos hizo gracia.




Después nos dimos una vuelta para ver las torres de noche y, si de día me habían gustado, de noche nos maravillaron. Parecían salidas de una película futurista pero de las antiguas, no podía parar de mirar para arriba y hacer fotos desde todos los ángulos. Las habíamos visto hasta desde dentro porque se puede subir al puente de forma gratuita. El puente está en la planta 41, de 84 que tiene en total, y es una salida de emergencia para pasar a la otra torre, pero de noche es que tienen un atractivo.



Un edificio vecino refleja las Petronas




Hemos pasado unos días muy agradables en la capital, pero teníamos que seguir y decidimos
tirar para las Cameron Highlands, una zona por el centro del país que prometía paisajes preciosos de campos de té entre la selva y una flora extraordinaria, sobre todo la raflessia, una de las flores más grandes del mundo. Pues bien, cuando llegamos allí nos encontramos con que las highlands son la huerta de Malasia y están llenas de invernaderos de fresas y lechugas hidropónicas que quiere decir que se cultivan en agua con ingredientes, y cada vez que salías de excursión sólo veías plástico, parecía Almería, salvando las distancias. Había trozos de selva muy bonitos y los campos de té eran muy grandes y verdes pero en realidad la visita a las Cameron highlands se salvó porque pudimos ver la raflessia. Parece una cosa de cuentos, me recuerda a los dibujos animados de fantasías en el bosque, ¡es enorme! Por lo visto es una planta parásita que sólo florece, no tiene ni tronco ni hojas ni nada, se engancha a alguna planta y ahí crece, y cómo crece. También dimos unos paseos por la selva nosotros por nuestra cuenta, pero la verdadera aventura en la jungla la veremos en el próximo capítulo.





Antonio y yo coronados con helecho en la excursión para ver la raflessia

Ahora os dejo que ya está bien por hoy.

Muchos besos, y gracias por seguir ahí, para nosotros es muy importante, aunque penséis que estamos a la vida vidorra y que no nos acordamos de nadie no es cierto, es verdad que estamos de vacaciones pasándolo rechupi, pero también es muy raro estar tanto tiempo sin amigos, así que por favor, escribidnos unos meils que no os cuesta nada. Quería dar también las gracias por seguirnos a todos los anónimos amigos de amigos que han recibido el link y, aunque no nos conozcamos, nos estáis siguiendo, eso tiene un valor extra así que para vosotros gracias-gracias.

¡No orvidarnooooo!

sábado, 5 de junio de 2010

Adios a la India

Sí amigos, ya hemos cambiado de país, pero la revelación de este misterio la dejaré para el final de esta entrada. No vale bajar para mirar las fotos. Antes contaré algunas historias más o menos grotescas y algunos detalles, pocos, de nuestros días en Kolkata, última parada en la India.

Os recuerdo, como ya os contó Andrés, que durante nuestros días en Sikim hicimos una parada de relax en Rumtek, aquel lugar con un monasterio budista muy importante, y otro más pequeñito llamado Old Rumtek. En este segundo monasterio disfrutamos de la pooja matutina, lo cual no se me olvidará en la vida por haber tenido que tomarme aquel mejunje de mantequilla de yak caliente y salado. Sinceramente de lo peor que he probado en vida. Por si se os pasa por la cabeza venir, por favor pensaros dos veces eso de experimentar el desayuno típico de Sikim.

Pues ese mismo día Andrés y yo nos dimos un paseíto por los alrededores de los monasterios, un poquito por las carreteras tranquilas que los rodeaban, pero también quisimos indagar los caminos que se adentraban en los espesos bosques sin conocer hacia dónde se dirigían. Uff ¡vivimos al límite! Pasada la entrada del templo principal seguimos un sendero estrecho que abandonaba el pueblito, y que consistía en un caminito son el suelo de hormigón, el cual ascendía por la ladera de una colina, a veces incluso con algunos escalones. El paisaje era muy raro, ya que ambos lados del sendero estaban repletos de pañuelos y prendas de vestir de los monjes budistas. Suponemos que con algún fin o en algún ritual, los monjes se deshacen de sus prendas y las amarran a troncos y ramas, abandonándolas hasta que se deshacen y desaparecen. Por este camino solitario llegamos a un sitio más misterioso todavía, un claro en el bosque a modo de placita y con el suelo de tierra, donde parecía los monjes más jóvenes juegan al fútbol en sus ratos libres, a juzgar por las porterías de madera que descansaban en los extremos del abierto en el bosque. El cielo sobre la improvisada cancha de fútbol estaba decorado con cientos de mantras en banderas de los cinco colores más usados en el arte budista, blanco, rojo, amarillo, azul y verde.



-¿Seguimos andando por ese camino?- Le dije a Andrés señalando el senderito que ahora descendía en dirección opuesta a la del camino que nos había llevado a la placita.

-Vale- respondió Andrés, sin mucho interés pero tampoco sin oponerse abiertamente.

Esta vez el camino, que al principio descendía, se tornaba de nuevo ascendente en una hilera recta y casi infinita de escalones que claramente conducían a algún lugar. Igualmente el sendero estaba decorado con los eternos mantras que parecían acompañarnos a algún lugar especial.



-¡Venga tira!, a ver qué es lo que hay al final del camino- instigué a Andrés para que no bajara el ritmo, y así descubrir pronto nuestro destino en aquel bosque solitario que parecía querer contarnos algo a dos turistas curiosos. Seguro que no habría muy a menudo visitas como la nuestra por aquellos parajes.

Proseguimos entonces nuestra ascensión escuchando el cantar de los pájaros y los ruidos estridentes de cigarras y otros bichos que se escondían en la maleza. Así llegamos por fin al final de la escalera. Una construcción ruinosa se escondía entre las copas de árboles y la maleza desarreglada. Los últimos escalones nos llevaron a lo que sería la puerta principal de un antiguo monasterio ahora abandonado. Las paredes exteriores blancas estaban llenas de humedad, y a juzgar por las malas hierbas que se intuían en el interior de la construcción cuando miramos por unos agujeros en las puertas, aquello llevaba abandonado un buen tiempo.

-¡Mira! Parece que hay un senderito que rodea el monasterio. Vamos a ver si podemos entrar por la parte de atrás- animé a Andrés a que me siguiera en la sombra del bosque.

Abandonamos el camino de cemento que nos había guiado al lugar, pisando así el suelo mojado repleto de hierbas y maleza baja. Nada, no encontramos ninguna puerta trasera, ni siquiera pudimos asomarnos a ninguna ventana. La construcción parecía estar bien cerrada a conciencia. En aquel lugar sólo se escuchaban los chasquidos y pitidos insistentes de los bichos, el canto de los pájaros, y el ruido de un chorro de agua que caía desde lo más alto del monasterio a una pequeña alberca que rebosaba. Alguna tubería rota o llave alguna llave abierta olvidada sugería la ocupación no tan lejana en el tiempo de aquel monasterio.

-Pues nada, vámonos para abajo- sugirió Andrés.

Yo obediente volví sobre mis pasos hacia la entrada principal del pequeño edificio, seguido de Andrés a unos metros.

-¿Aquí no habrá leeches, no?- comentó Andrés utilizando el término inglés para las sanguijuelas, gusanos sobre los que ya nos habían puesto sobre aviso. Por lo visto estos bichos chupasangres y casi imposibles de evitar pueblan los bosques del Himalaya después de los días de lluvia. Sí, durante estos días habíamos tenido algunos chubascos.

-¡Ahhhhh! ¡Tengo una leeche en el zapatooooooo! ¡Ay qué asco!- gritó Andrés rompiendo estridentemente el silencio tras de mí.

Cuando miré atrás Andrés ya se encontraba sobre una sola pierna, el otro pie levantado en el aire y tratando de quitarse el bicho que se había aferrado fuertemente a la piel del zapato.

-¡¡Mírate tu si tienes también!! ¡Ah, qué asco!- continuaba gritando Andrés completamente fuera de sí.

-¿Pero cómo son?- pregunté como si no fuera a reconocer un bicho de semejante naturaleza -¡Sí! ¡También tengo! Ay, ay, qué asco…

- ¡Que tengo más! ¡Ahhhh! ¡Tengo tres en el mismo zapato!- Andrés ya no controlaba sus nervios. A esas alturas ya se había quitado el zapato y hacía equilibrios con una sola pierna entre la maleza, la cual seguramente estaba atestada de multitud de sanguijuelas sedientas de nuestra sangre.

Ya cada uno, entre un barullo de variados improperios y gritos, iba a salvar su propio pellejo. Los nervios habían paralizado literalmente a Andrés, y tras quitarse las cinco o seis leeches que acarreaba entre zapatos y pantalones, una en concreto aferrada al calcetín por dentro del zapato, no era capaz de reemprender la marcha.

-¡¡Pero vamos pa´lante!! No te quedes ahí buscándote más leeches que se nos van a pegar más… ya nos miramos en el hotel cuando lleguemos- le insistía a Andrés una vez me había deshecho de las cuatro sanguijuelas que desde mis zapatos trataban de encontrar un trocito de mi piel donde instalarse definitivamente.

Por fin alcanzamos a movernos los dos metros que nos separaban de las escaleras de hormigón que descendían desde la puerta principal del edificio abandonado. No he de explicaros el estado de histeria colectiva que llegamos a alcanzar en aquel momento, ni el ritmo frenético con el que bajábamos las escaleras para abandonar la sombra de ese bosque. Nos faltaba el aire, y a mí me temblaba la voz y el pulso sólo de pensar que alguna de esas sanguijuelas podía haber tenido éxito en la búsqueda del camino que le llevara al banquete de su vida.

Andrés a la cabeza, y todavía casi al inicio de la escalera, de nuevo se paró a inspeccionarse los zapatos. Evidentemente hice lo mismo.

-¡Ay que tengo otra!- gritaba yo mientras trataba de buscar un palito con el que empujar o espachurrar la sanguijuela aferrada a mi zapato.

-Sujétame que yo también tengo otra- me decía Andrés a la vez que estiraba la mano para que le ayudara a mantenerse en pie mientras de nuevo se quitaba el zapato –pero, ¿cómo te la estás quitando tú?

-¡Con un palito!

-¡Dame el palito!- Andrés era incapaz de quitar su mirada de la sanguijuela para buscarse su propio palito, muy fuerte.

A todo esto, Andrés ya me había soltado de la mano y trataba de eliminar a su compañera con la herramienta que yo le había proporcionado. De repente en la operación se desequilibró y, buscándome con el brazo para agarrarse y evitar su caída, me mete un golpe en el ojo que pa mi se quedó.

-¿Pa qué me sueltas?¿Pa qué me sueltas?- me gritaba encima el tío.

-¡Coño el golpe que mas dao en el ojo! ¡Si tas soltao tu!- encima de puta, apaleada, pensaba yo.

Otra vez los nervios se habían hecho con nosotros, y no parábamos de inspeccionarnos olvidando hacer el camino de vuelta que nos llevara a salvo de tan horribles parásitos. Cuando convencí a Andrés de retomar la marcha todavía me dio tiempo de resbalarme en un trozo de barro y caerme de culo. Espero que no se me hayan subido más bichos, pensaba levantándome rápidamente sin muchos escrúpulos a la hora de apoyarme para hacerlo.

Así emprendimos una bajada frenética por aquellas interminables escaleras, mientras mi mente era incapaz de dejar de visualizar a esas sanguijuelas pegadas fuertemente a mi piel.

-¡A mí me pica todo el cuerpo!- relataba Andrés a voz en grito evidenciando la presencia de dos guiris en aquel bosque que se creían iban a descubrir algo interesante. Ja, ja.

Por fin llegamos al hotel, y tardamos cinco segundos en despelotarnos y encorvarnos para inspeccionarnos cada rincón de nuestro cuerpo. O quizás tardamos menos. Tampoco os voy a explicar las posturitas de mírame aquí y mírame por allí, ya que estos bichos por lo visto prefieren alojarse en los pliegues de la piel tales como ingles, axilas y demás. Por suerte no encontramos ninguna, y procedimos a examinar nuestras ropas por miedo a que alguna, más lista y menos impaciente que sus compañeras, estuviera escondida a la espera de carne fresca. Todavía hoy me imagino encontrándome alguna leeche, eso sí engordada con el tiempo, en algún rincón de mi cuerpo. Por suerte las pesadillas no han llegado todavía.

Y después de esta de misterio, os relato en un párrafo nuestras impresiones de Kolkata, última parada en la India después de visitar Sikim. Llegábamos avisados del calor y la pobreza de Kolkata, y lo primero sí, pero lo segundo no. Después de haber recorrido durante tres mese el país, de pobreza y miseria en Kolkata nada de nada. Al contrario, parece una ciudad mucho más tranquila y asequible que otras como Delhi o Mumbai, y aquí las calles tienen aceras, no hay un tráfico infernal, y aunque alguna vez te piden dinero, el acoso al turista parece que aquí no funciona, o está pasado de moda, o hace mucho calor para andar persiguiendo a nadie. La ciudad para mí tiene más encanto que el resto de ciudades indias, y en los barrios de centro se mezclan difuminadamente zonas de tiendas, mercados, zonas para comer, barrios de gente más humilde y avenidas con tráfico regulado, con sus semáforos y todo. De lo que más nos gustó fue la visita el primer día al Indian Museum, un museo a la antigua usanza, un museo de verdad. Si no mirad las fotos. Allí nos paseamos por salas repletas de muebles que almacenaban millones de fósiles sin clasificar, conchas de bivalvos amontonadas por especies, minerales y rocas de distintos tamaños y colores, decenas de animales disecados y cornamentas colgadas a modo de trofeos de caza. De lo más interesante fue el fósil gigante del armadillo prehistórico, las maquetas gigantes de insectos comunes, los fetos humanos embotellados, especies cornudas en peligro de extinción, y explicaciones inverosímiles de ecología básica, todo ello mostrado por orden en las siguientes fotos.



Por supuesto paseamos por las zonas coloniales de la ciudad, que albergan edificios que atestiguan que Calcuta fue la capital durante la primera etapa de la colonización británica. De tan inolvidable periodo, Kolkata goza del Victoria Memorial, impresionante edificio de mármol blanco en honor a la reina que unificó todos los territorios de la Compañía de las Indias Británicas baja un solo poder, el suyo.



Y como no también visitamos la tumba de la hermana Teresa de Calcuta, que está alojada en la casa de las Misioneras de la Caridad que ella misma fundó y donde vivió hasta 1997. En la siguiente foto dos misioneras contemplan la tumba de María Teresa, sí, era María Teresa, mientras el viento que levanta las cortinas entra en la sala para rozar la tumba de quien merece ser santa.



Y como dato curioso de la ciudad, Kolkata es la única ciudad de la India en la que hemos observado todavía se conservan los rickshaws tirados con fuerza humana, los tana rickshaws. Por lo visto aquí no se han quedado muy anticuados, ya que en época de monzón son los únicos que pueden atravesar las calles inundadas hasta las rodillas del hombre que tira del carro.



Y como premio al que haya llegado hasta aquí leyendo esta entrada, os regalo esta ristra de fotos que deberían ser reveladoras de donde nos encontramos ahora.



Sí amigos, estamos en Kuala Lumpur, capital de Malasia. La Torres Petronas, que durante unos años fueron los edificios más altos del mundo, se han convertido en un símbolo nacional. La ciudad, completamente moderna y casi totalmente occidentalizada, está repleta de rascacielos de multitud de formas y alturas. Malasia es un país musulmán, y la flor nacional es el hibisco, curiosamente de origen chino. Os contaremos muchas más cosas de este país en breve.

Sólo deciros que ya hemos puesto fecha a nuestros días en Malasia, y nos hemos comprado recién un vuelo al próximo país de nuestro viaje. A partir de ahora todo irá mucho más rápido.

Muchos saludos y besos a todos,

Antonio