Os recuerdo, como ya os contó Andrés, que durante nuestros días en Sikim hicimos una parada de relax en Rumtek, aquel lugar con un monasterio budista muy importante, y otro más pequeñito llamado Old Rumtek. En este segundo monasterio disfrutamos de la pooja matutina, lo cual no se me olvidará en la vida por haber tenido que tomarme aquel mejunje de mantequilla de yak caliente y salado. Sinceramente de lo peor que he probado en vida. Por si se os pasa por la cabeza venir, por favor pensaros dos veces eso de experimentar el desayuno típico de Sikim.
Pues ese mismo día Andrés y yo nos dimos un paseíto por los alrededores de los monasterios, un poquito por las carreteras tranquilas que los rodeaban, pero también quisimos indagar los caminos que se adentraban en los espesos bosques sin conocer hacia dónde se dirigían. Uff ¡vivimos al límite! Pasada la entrada del templo principal seguimos un sendero estrecho que abandonaba el pueblito, y que consistía en un caminito son el suelo de hormigón, el cual ascendía por la ladera de una colina, a veces incluso con algunos escalones. El paisaje era muy raro, ya que ambos lados del sendero estaban repletos de pañuelos y prendas de vestir de los monjes budistas. Suponemos que con algún fin o en algún ritual, los monjes se deshacen de sus prendas y las amarran a troncos y ramas, abandonándolas hasta que se deshacen y desaparecen. Por este camino solitario llegamos a un sitio más misterioso todavía, un claro en el bosque a modo de placita y con el suelo de tierra, donde parecía los monjes más jóvenes juegan al fútbol en sus ratos libres, a juzgar por las porterías de madera que descansaban en los extremos del abierto en el bosque. El cielo sobre la improvisada cancha de fútbol estaba decorado con cientos de mantras en banderas de los cinco colores más usados en el arte budista, blanco, rojo, amarillo, azul y verde.
-¿Seguimos andando por ese camino?- Le dije a Andrés señalando el senderito que ahora descendía en dirección opuesta a la del camino que nos había llevado a la placita.
-Vale- respondió Andrés, sin mucho interés pero tampoco sin oponerse abiertamente.
Esta vez el camino, que al principio descendía, se tornaba de nuevo ascendente en una hilera recta y casi infinita de escalones que claramente conducían a algún lugar. Igualmente el sendero estaba decorado con los eternos mantras que parecían acompañarnos a algún lugar especial.
-¡Venga tira!, a ver qué es lo que hay al final del camino- instigué a Andrés para que no bajara el ritmo, y así descubrir pronto nuestro destino en aquel bosque solitario que parecía querer contarnos algo a dos turistas curiosos. Seguro que no habría muy a menudo visitas como la nuestra por aquellos parajes.
Proseguimos entonces nuestra ascensión escuchando el cantar de los pájaros y los ruidos estridentes de cigarras y otros bichos que se escondían en la maleza. Así llegamos por fin al final de la escalera. Una construcción ruinosa se escondía entre las copas de árboles y la maleza desarreglada. Los últimos escalones nos llevaron a lo que sería la puerta principal de un antiguo monasterio ahora abandonado. Las paredes exteriores blancas estaban llenas de humedad, y a juzgar por las malas hierbas que se intuían en el interior de la construcción cuando miramos por unos agujeros en las puertas, aquello llevaba abandonado un buen tiempo.
-¡Mira! Parece que hay un senderito que rodea el monasterio. Vamos a ver si podemos entrar por la parte de atrás- animé a Andrés a que me siguiera en la sombra del bosque.
Abandonamos el camino de cemento que nos había guiado al lugar, pisando así el suelo mojado repleto de hierbas y maleza baja. Nada, no encontramos ninguna puerta trasera, ni siquiera pudimos asomarnos a ninguna ventana. La construcción parecía estar bien cerrada a conciencia. En aquel lugar sólo se escuchaban los chasquidos y pitidos insistentes de los bichos, el canto de los pájaros, y el ruido de un chorro de agua que caía desde lo más alto del monasterio a una pequeña alberca que rebosaba. Alguna tubería rota o llave alguna llave abierta olvidada sugería la ocupación no tan lejana en el tiempo de aquel monasterio.
-Pues nada, vámonos para abajo- sugirió Andrés.
Yo obediente volví sobre mis pasos hacia la entrada principal del pequeño edificio, seguido de Andrés a unos metros.
-¿Aquí no habrá leeches, no?- comentó Andrés utilizando el término inglés para las sanguijuelas, gusanos sobre los que ya nos habían puesto sobre aviso. Por lo visto estos bichos chupasangres y casi imposibles de evitar pueblan los bosques del Himalaya después de los días de lluvia. Sí, durante estos días habíamos tenido algunos chubascos.
-¡Ahhhhh! ¡Tengo una leeche en el zapatooooooo! ¡Ay qué asco!- gritó Andrés rompiendo estridentemente el silencio tras de mí.
Cuando miré atrás Andrés ya se encontraba sobre una sola pierna, el otro pie levantado en el aire y tratando de quitarse el bicho que se había aferrado fuertemente a la piel del zapato.
-¡¡Mírate tu si tienes también!! ¡Ah, qué asco!- continuaba gritando Andrés completamente fuera de sí.
-¿Pero cómo son?- pregunté como si no fuera a reconocer un bicho de semejante naturaleza -¡Sí! ¡También tengo! Ay, ay, qué asco…
- ¡Que tengo más! ¡Ahhhh! ¡Tengo tres en el mismo zapato!- Andrés ya no controlaba sus nervios. A esas alturas ya se había quitado el zapato y hacía equilibrios con una sola pierna entre la maleza, la cual seguramente estaba atestada de multitud de sanguijuelas sedientas de nuestra sangre.
Ya cada uno, entre un barullo de variados improperios y gritos, iba a salvar su propio pellejo. Los nervios habían paralizado literalmente a Andrés, y tras quitarse las cinco o seis leeches que acarreaba entre zapatos y pantalones, una en concreto aferrada al calcetín por dentro del zapato, no era capaz de reemprender la marcha.
-¡¡Pero vamos pa´lante!! No te quedes ahí buscándote más leeches que se nos van a pegar más… ya nos miramos en el hotel cuando lleguemos- le insistía a Andrés una vez me había deshecho de las cuatro sanguijuelas que desde mis zapatos trataban de encontrar un trocito de mi piel donde instalarse definitivamente.
Por fin alcanzamos a movernos los dos metros que nos separaban de las escaleras de hormigón que descendían desde la puerta principal del edificio abandonado. No he de explicaros el estado de histeria colectiva que llegamos a alcanzar en aquel momento, ni el ritmo frenético con el que bajábamos las escaleras para abandonar la sombra de ese bosque. Nos faltaba el aire, y a mí me temblaba la voz y el pulso sólo de pensar que alguna de esas sanguijuelas podía haber tenido éxito en la búsqueda del camino que le llevara al banquete de su vida.
Andrés a la cabeza, y todavía casi al inicio de la escalera, de nuevo se paró a inspeccionarse los zapatos. Evidentemente hice lo mismo.
-¡Ay que tengo otra!- gritaba yo mientras trataba de buscar un palito con el que empujar o espachurrar la sanguijuela aferrada a mi zapato.
-Sujétame que yo también tengo otra- me decía Andrés a la vez que estiraba la mano para que le ayudara a mantenerse en pie mientras de nuevo se quitaba el zapato –pero, ¿cómo te la estás quitando tú?
-¡Con un palito!
-¡Dame el palito!- Andrés era incapaz de quitar su mirada de la sanguijuela para buscarse su propio palito, muy fuerte.
A todo esto, Andrés ya me había soltado de la mano y trataba de eliminar a su compañera con la herramienta que yo le había proporcionado. De repente en la operación se desequilibró y, buscándome con el brazo para agarrarse y evitar su caída, me mete un golpe en el ojo que pa mi se quedó.
-¿Pa qué me sueltas?¿Pa qué me sueltas?- me gritaba encima el tío.
-¡Coño el golpe que mas dao en el ojo! ¡Si tas soltao tu!- encima de puta, apaleada, pensaba yo.
Otra vez los nervios se habían hecho con nosotros, y no parábamos de inspeccionarnos olvidando hacer el camino de vuelta que nos llevara a salvo de tan horribles parásitos. Cuando convencí a Andrés de retomar la marcha todavía me dio tiempo de resbalarme en un trozo de barro y caerme de culo. Espero que no se me hayan subido más bichos, pensaba levantándome rápidamente sin muchos escrúpulos a la hora de apoyarme para hacerlo.
Así emprendimos una bajada frenética por aquellas interminables escaleras, mientras mi mente era incapaz de dejar de visualizar a esas sanguijuelas pegadas fuertemente a mi piel.
-¡A mí me pica todo el cuerpo!- relataba Andrés a voz en grito evidenciando la presencia de dos guiris en aquel bosque que se creían iban a descubrir algo interesante. Ja, ja.
Por fin llegamos al hotel, y tardamos cinco segundos en despelotarnos y encorvarnos para inspeccionarnos cada rincón de nuestro cuerpo. O quizás tardamos menos. Tampoco os voy a explicar las posturitas de mírame aquí y mírame por allí, ya que estos bichos por lo visto prefieren alojarse en los pliegues de la piel tales como ingles, axilas y demás. Por suerte no encontramos ninguna, y procedimos a examinar nuestras ropas por miedo a que alguna, más lista y menos impaciente que sus compañeras, estuviera escondida a la espera de carne fresca. Todavía hoy me imagino encontrándome alguna leeche, eso sí engordada con el tiempo, en algún rincón de mi cuerpo. Por suerte las pesadillas no han llegado todavía.
Y después de esta de misterio, os relato en un párrafo nuestras impresiones de Kolkata, última parada en la India después de visitar Sikim. Llegábamos avisados del calor y la pobreza de Kolkata, y lo primero sí, pero lo segundo no. Después de haber recorrido durante tres mese el país, de pobreza y miseria en Kolkata nada de nada. Al contrario, parece una ciudad mucho más tranquila y asequible que otras como Delhi o Mumbai, y aquí las calles tienen aceras, no hay un tráfico infernal, y aunque alguna vez te piden dinero, el acoso al turista parece que aquí no funciona, o está pasado de moda, o hace mucho calor para andar persiguiendo a nadie. La ciudad para mí tiene más encanto que el resto de ciudades indias, y en los barrios de centro se mezclan difuminadamente zonas de tiendas, mercados, zonas para comer, barrios de gente más humilde y avenidas con tráfico regulado, con sus semáforos y todo. De lo que más nos gustó fue la visita el primer día al Indian Museum, un museo a la antigua usanza, un museo de verdad. Si no mirad las fotos. Allí nos paseamos por salas repletas de muebles que almacenaban millones de fósiles sin clasificar, conchas de bivalvos amontonadas por especies, minerales y rocas de distintos tamaños y colores, decenas de animales disecados y cornamentas colgadas a modo de trofeos de caza. De lo más interesante fue el fósil gigante del armadillo prehistórico, las maquetas gigantes de insectos comunes, los fetos humanos embotellados, especies cornudas en peligro de extinción, y explicaciones inverosímiles de ecología básica, todo ello mostrado por orden en las siguientes fotos.
Por supuesto paseamos por las zonas coloniales de la ciudad, que albergan edificios que atestiguan que Calcuta fue la capital durante la primera etapa de la colonización británica. De tan inolvidable periodo, Kolkata goza del Victoria Memorial, impresionante edificio de mármol blanco en honor a la reina que unificó todos los territorios de la Compañía de las Indias Británicas baja un solo poder, el suyo.
Y como no también visitamos la tumba de la hermana Teresa de Calcuta, que está alojada en la casa de las Misioneras de la Caridad que ella misma fundó y donde vivió hasta 1997. En la siguiente foto dos misioneras contemplan la tumba de María Teresa, sí, era María Teresa, mientras el viento que levanta las cortinas entra en la sala para rozar la tumba de quien merece ser santa.
Y como dato curioso de la ciudad, Kolkata es la única ciudad de la India en la que hemos observado todavía se conservan los rickshaws tirados con fuerza humana, los tana rickshaws. Por lo visto aquí no se han quedado muy anticuados, ya que en época de monzón son los únicos que pueden atravesar las calles inundadas hasta las rodillas del hombre que tira del carro.
Y como premio al que haya llegado hasta aquí leyendo esta entrada, os regalo esta ristra de fotos que deberían ser reveladoras de donde nos encontramos ahora.
Sí amigos, estamos en Kuala Lumpur, capital de Malasia. La Torres Petronas, que durante unos años fueron los edificios más altos del mundo, se han convertido en un símbolo nacional. La ciudad, completamente moderna y casi totalmente occidentalizada, está repleta de rascacielos de multitud de formas y alturas. Malasia es un país musulmán, y la flor nacional es el hibisco, curiosamente de origen chino. Os contaremos muchas más cosas de este país en breve.
Sólo deciros que ya hemos puesto fecha a nuestros días en Malasia, y nos hemos comprado recién un vuelo al próximo país de nuestro viaje. A partir de ahora todo irá mucho más rápido.
Muchos saludos y besos a todos,
Antonio
Guapossss,que risa me pegao leyendo lo de los bichitos,pa que otro dia no se os ocurran las excursiones de aventureros,jajja,bueno un besito
ResponderEliminarUn abrazo desde Dharamshala, chicos! me alegro de q el viaje siga yendo bien, babosas incluidas. yo tambien sali enamorado de kolkata, varanasi, agra y delhi fueron pasadas mas rapido y no tan a gusto... ahora fresquito desde dharamshala (desde donde yo si veo montanas, jaja)a apurar los ultimos dias por india.
ResponderEliminarnos vemos en las rutas! cuidaos mucho
adrian (si hombre, el de darjeeling)
jaja, todavía me acuerdo cuando nos pasó lo mismo a María y a mí en Tailandia con las leeches, jaja, ¿auténtico pánico al verlas enganchadas a la ropa verdad?. Y después como los monos... jaja a inspeccionar cada milímetro de piel del prójimo por si acaso alguna tuvo éxito!!
ResponderEliminarMe ha encantado el relato, muchas risas.
Y ahora Malasia, vaya cambio de primeras no?
Muchos besos a los dos, seguid así.
Andresitoooo guapo, que coraje me dió cuando llegué y me dijeron que habían hablao cortigoooo, ayyy te añoro, besos pa los dos, y ahora a contarnos Malasia que mas allá de la existencia de las putas malayas no conozco na... besossss, anda chiquitín intentalo otra vez... jejejej besossss
ResponderEliminarjoder con las sanguijuelas esas, yo me veo con alguna en el cuerpo y me da algo, como cuando me quito garrapatas en el camino del rocio, las cuales buscan el mismo manjar que las leeches esas, la sangre, que asco por dios!!! pero bueno,y estais pisando asfalto, no? anda ya chikillos dejaros de tantas aventuras y ahora a comer grillos, saltamontes y esas cosas, no?? no es alli donde se come eso, probarlo to, no se vengais sin probar esos manjares, jejejejjej!!!!!!!!!
ResponderEliminarmil bezitos amores, y aunque ya lo haya echo pero lo vuelvo a hacer hoy dia 13 de junio, FELICIDADES ANTOÑITOOOOOOOOOOO!!!!!!!! andres tu pa noviembre...
chao
jajajajaja!!! que risa marisa!!! ai Antonio, que buen relato, gracias por ese ratico tan distraido, que buen regalo!!! pero ahora no me puedo quitar de la cabeza los leeches...habra de eso en Melb? no, no ceo, por suerte!!Hey,asi que en Malasia??!!! estoy perdida, ahora no os tocaba Laos, Vietnam y to eso?! la verdad es que, aunque suene mu cutre, no puedo pensar en Kuala Lumpur y las torres petronas sin acordarme de la peli esa con Sean Connery y Catherine Zeta Jones...que poquita cultura tengo por dios...a lo que iba,y despues de Malasia que viene? Indonesia? Philippines? Australia????!!! ya, ya, ya se que no vais a revelar vuestro futuro paradero pero eso si, avisadme cuando tengais vuelo pa Australia anada que asi me entra el subidon y lo disfruta ya desde antes!!!
ResponderEliminarun besito pa los dos aventureros con mas arte!
po no que hemos llamado a la ana pa que me de tu movi por que vamos a bcn al sonar....pa queda contigo y eso....
ResponderEliminary me encuentro que te has IDO con mayusculas!!!
un poco despistaos si que vamos...buen viaje titi!!!!
julio y charo