Andrés ya ha contado las maravillas de Angkor, unos vestigios arqueológicos casi indescriptibles, ya que es muy complicado explicar la grandeza y voluptuosidad de los templos que hemos visitado. Incluso habiendo estado allí es difícil imaginarse la mayor ciudad preindustrial de la historia, en la que por supuesto no había sólo tempos, sino que se cree allí vivieron hasta un millón de personas en una aglomeración que se extendía 1000 kilómetros cuadrados ¡toma ya! Más tarde en el Museo Nacional de Phnom Penh, capital de Camboya, observamos unas recreaciones de animación que la Monash University (Melbourne, Cristina ¿qué tal?) ha creado para reflejar cómo transcurría la vida normal en Angkor. Aquí os pongo el enlace a la página de National Geographic, creo que colaboraron en el trabajo. Es una página un poco rara, y hay que actualizar el flash y todo eso, pero es que me pareció muy curioso cuando lo vimos.
Finalmente dejamos Siem Reap en un autobús que por 5 $ cada uno nos llevaría a Battambang, una ciudad al noroeste del Tonle Sap, el lago en el centro del país. En principio teníamos intenciones de desplazarnos a Battambang en barco, ruta muy recomendada ya que tienes la oportunidad de navegar el Tonle Sap y observar algunas aldeas flotantes y la vida que tiene lugar en ellas a golpe de remo. Pero encontramos varios inconvenientes; el primero de todos eran los 19 $ del billete por barba, lo cual dista mucho de los 5 $ del autobús, y lo segundo eran la ocho o nueve horas del recorrido, por supuesto hacinados y sentados en un palo. Además planeábamos visitar otros pueblos flotantes de camino a Phnom Penh, con lo cual nos podríamos ahorrar 14 dólares cada uno en beneficio de nuestro presupuesto, que seguro que no os parece tanto, pero os aseguro yo que las labores de contabilidad y gestión del dinero están siendo tareas arduas en el transcurso de nuestra vuelta al mundo. La única desventaja del autobús frente al barco es que puedes pinchar una rueda y retrasar la llegada. Nosotros, por supuesto, pinchamos. Os prometo que después de tantos episodios tirados en la carretera soy capaz de cambiar una rueda de autobús; la de un coche no lo sé, ¡como soy novato! je, je.
Ya en Battambang logramos sortear a la decena de conductores de motos que se arremolinaban en la puerta del autobús mientras los pasajeros casi ni podíamos abrirnos paso entre ellos, todos ofreciendo llevarnos a hoteles baratísimos y estupendísimos. Nosotros nos refugiamos en un restaurante chino vegetariano –qué combinación tan rara ¿no?, ni en Barcelona existen cosas tan especializadas- que resultó ser el descubrimiento del día. Evidentemente en el transcurso de nuestro viaje estamos teniendo la oportunidad de salir a comer muchas veces fuera, mejor dicho, siempre comemos fuera. Así, no nos inundan las ganas de probar cada día sitio nuevo; cuando en una ciudad reconocemos el restaurante que está bueno, como decimos en Cataluña, y es barato y agradable, de allí no nos echan ni con agua jirviendo. En Battambang, el Merci, el restaurante chino vegetariano, sería nuestra apuesta durante los tres días que allí nos quedamos. Aquí os enseño una foto de Andrés disfrutando de un postre chino. ¡No! ¡No es merengue!, por suerte. ¡Es hielo con sabores! Es que a los chinos les encantan las texturas raras y los colorines… ¡ya se yo de dónde ha sacado Ferrán Adrià más de una idea!, ese tío es un espabilao, pero a mí no me la da, je, je. ¡Desde que te vi venir!... (guiño a la minipandi)
Después de tomar algo allí, rápidamente encontramos una habitación a buen precio en un hotel cercano. La habitación estaba super limpia, con su tele, su televisor, su cabecero de madera maciza, eso se lleva mucho aquí, y un cuarto de baño reluciente. La única ausencia era la ventana es decir, era una habitación sin luz natural, un trastero vamos. ¡Pero es que eran 6 $! Estábamos seguros de que allí nos apañábamos las dos noches o tres que íbamos a pasar en Battambang. La primera noche bien, el ventilador que a la velocidad 3 provocaba un viento huracanado en aquella habitación hermética fue suficiente para permitirnos un buen descanso. Pero el segundo día la habitación ya estaba más calentica claro, aquello no había quien lo ventilara. La segunda noche fue horrible; además coincidía que yo andaba con dolor de garganta, por lo que sólo permitía a Andrés encender el ventilador en velocidad 1. Y menos mal, con la velocidad 3 podríamos habernos despertado en medio de un remolino a modo de Katrina o tormenta delta!!! ¡Y ya el tercer día era imposible! No podíamos dormir en aquel horno. “Por favor, ¡una habitación con ventana!” implorábamos a la recepcionista. “Ok, pagamos un dólar más por una ventana si esto nos ahora una muerte lenta por falta de oxígeno y alta temperatura”. Os lo digo yo, mereció la pena el gasto, je, je.
Y Battambang no es que tuviera mucha cosa, un pueblo bastante motorizado que podría ser, como otras ciudades de Camboya, el resultado de la mezcla del urbanismo característico de Laos y el caos de la India. Afortunadamente desde que abandonamos el subcontinente indio no hemos vuelto a sufrir un estrés similar en ninguna de las ciudades que hemos visitado, de lo que podéis deducir que la entropía de Battambang era bastante llevadera. Básicamente queríamos hacer dos cosas: una excursión por los alrededores para visitar algunas ruinas de la época de Angkor así como unos templos budistas, y montarnos en el tren de bambú. Finalmente en los tres días que estuvimos allí sólo hicimos la primera de estas dos cosas, y el viaje en tren de bambú, que ya Andrés os explicará en la siguiente entrada, lo dejamos para la visita a Pursat, un pueblo más al sur y en nuestra ruta hacia Phnom Penh.
Y ¿qué hicimos entonces en todo ese tiempo? Como ya sabéis estamos tratando de dar la vuelta al globo sin un round-the-world-ticket (billete de vuelta al mundo), ticket que muchas alianzas de aerolíneas ofrecen a “buen” precio si antes determinas las fechas y las escalas de tu viaje. Nosotros hemos optado por hacer el viaje por libre e ir determinando la ruta, más o menos, conforme vamos viajando, entre otras cosas porque no tuvimos tiempo ni ganas de planear tan detalladamente nuestra escapada con antelación; aún así necesitamos cierta previsión para ir comprando los billetes que nos devuelvan a España, sobre todo para poder pillar las tarifas buenas es decir, la baratas. Y realmente no sé por qué nos dio por ahí, pero en Battambang comenzamos a esbozar el resto de nuestro paseo por el sudeste asiático, la visita a Oceanía y la llegada a Sudamérica. Ya os adelanté en mi anterior entrada que ya tenemos billete para cruzar el Pacífico. Pero todo el proceso de búsqueda y compra de billetes por internet en ciber cafés no duró sólo el tiempo que estuvimos en Battambang, sino que nos hicieron falta otros tres días más en Phnom Penh para cerrar la tourné. En total nos pegamos juntos siete horas de internet en Battambang y otras seis en Phnom Penh. Y además la cosa no fue tan sencilla como buscar, comparar, cuadrar fechas, consultar las condiciones de visados en los diferentes países y comprar, sino que la actividad se nos truncó a la mitad inesperadamente.
Os explico. Una vez teníamos decididas las escalas, las fechas, los vuelos definitivos, y más importantemente, cuadrados los números en el presupuesto del viaje, sólo hacía falta comprar de seguida todos los billetes. Y digo de seguida porque sólo hace falta que lo dejes para mañana para que desaparezca esa oferta tan estupenda, y el vuelo que te salía por tan sólo cien euros ahora te salga por trescientos. Tratando de comprar seis vuelos no podíamos asumir ese riesgo múltiple. Algunos de vosotros ya sabéis la ruta que completaremos, pero aún así trataré de obviar las escalas concretas para mantener el “gran misterio” de nuestro viaje y mantener “vivo” el blog. Compramos entonces nuestros dos primeros vuelos que nos llevarían, haciendo una escala en el sudeste asiático, a Indonesia. Ambos vuelos los compramos con Air Asia, una compañía de bajo coste de verdad, no los queos que tenemos en España. Pero tratando de pagar el tercer vuelo, de Indonesia a Australia donde nos encontraremos con Cristina, también con Air Asia, pues ¡aquello no tiraba! “Error” decía la página, “¡horror!” decíamos Andrés y yo después de intentar la compra cuatro veces a distintas horas del día. “¿Será que nos tenemos que sacar el visado electrónico para visitar Australia antes de efectuar la compra? ¿Será que la compañía muestra ese billete en la web pero al final la tarifa es fantasma?”, nos preguntábamos Andrés y yo sin parar. “Y ahora ¿qué hacemos?”. Pues eso, a grandes problemas, grandes soluciones, “nos vamos a Phnom Penh al aeropuerto, a la única oficina de Air Asia del país, y que nos resuelvan la papeleta”. Claro, ahora que no sabíamos seguro si llegaríamos a Australia no podíamos continuar comprando el cuarto, quinto y sexto billete para completar la ruta. “Mañana nos levantamos temprano, nos cogemos un autobús y nos plantamos en Phnom Penh”. Dicho y hecho.
En esta situación, y entre visita y visita a internet, sólo nos dio lugar a hacer una de las excursiones. El tren de bambú lo podríamos experimentar después nuestra prematura visita a Phnon Penh, en un pueblo al que tendríamos que llegar retrocediendo sobre nuestros propios pasos, Pursat, ya que se encuentra a medio camino entre Battambang y Phnom Penh. Así, tras acordar un precio razonable con un conductor de tuk-tuk visitamos Phnom Banan y Phnom Sampeau. El primero de estos sitios, Phnom Banan, es una colina en cuya cima se encuentran las ruinas de cinco torres-templo del siglo XI, y que según los locales fueron la inspiración para la posterior construcción de Angkor Wat, que presenta igualmente cinco torres. Evidentemente eso sólo lo piensa la gente de aquí, a quienes el resto de camboyanos no les echa ni cuenta. Para visitarlos había que ascender una enorme y cansina escalera cada vez más empinada, en la que nos cruzábamos los guiris acompañados de niños camboyanos que trataban de abanicarte a cambio de unos rieles. “¡Quita niño! Si le estoy racaneando un dólar a la chica del hotel por no tener ventana ¿cómo te voy a dar dinero a ti por abanicarme?” Creo que más que por mis palabras me entendió por el tono de voz, normal. Y arriba, una cosa muy modesta, pero con su encanto. Aun habiendo estado en Angkor merece la pena la visita este sitio. Aquí un par de fotos.
De nuevo en el tuk-tuk nos dirigimos a Phnom Sampeau atravesando, por un carril de tierra y piedras, el típico paisaje camboyano de llanas extensiones sembradas de campos de arroz de un verde casi fluorescente, y salpicadas por palmeras, bananeros y árboles que aportan unas tonalidades más oscuras de verde. En cierto modo, -a ver si me explico para que no me toméis por loco-, este paisaje me recuerda un poco a las dehesas de Huelva y Extremadura, sobre todo cuando después del invierno y las lluvias la tierra está recubierta por un manto de hierba verde intenso sobre el que destacan las encinas y alcornoques de un verde más oscuro. Salvando las diferencias, claro.
En nuestra visita a Phnom Sampeau, de nuevo una colina que emerge de las infitinas llanuras de arroz, pudimos pasearnos alrededor de templos y santuarios budistas que poblaban la cima, de nuevo recubiertos de reflejos dorados y con el aire un poco hortera que diferencian a la arquitectura budista camboyana de su homóloga laosiana, mucho más refinada y proporcionada. Por ello esto no fue lo que más apreciamos de nuestra parada, sino que nos deleitamos con espectaculares vistas que teníamos de los campos de arroz. Aquí os pongo un par de fotos, a ver si entendéis más fácilmente el símil escrito más arriba.
Por último, y con ayuda de unas chicas camboyanas muy amables, pudimos encontrar en la masa forestal de la colina, el camino a las killing caves o cuevas de la muerte. Estas cuevas fueron escenario, al igual que otros cientos de lugares repartidos por todo el país, de los asesinatos y atrocidades que componen el capítulo más negro de la historia de Camboya, el régimen del Khmer Rouge entre los años 1975 y 1978, del que más tarde contaré detalles a propósito de algunas de nuestras visitas en Phnom Penh. El grupo de chicas camboyanas resultó ser un cuarteto de quinceañeras que, a la caza de turistas, esperaban entablar conversación con cualquiera con el que pudieran practicar su inglés. Ya nos había pasado con algún monje budista en los monasterios de Laos, pero también este motivo es usado en más de un punto turístico caliente por maleantes y timadores como excusa para embaucar y robar a guiris. El grupo de quinceañeras no parecía suponer peligro alguno: chicas jóvenes con sus bolsitos, risas de vergüenza y timidez es decir, chicas en plena edad del pavo, y caras repletas de acné y espinillas. Por ello accedimos a entablar conversación con ellas, contarle un poco de nuestra vida, y de paso pedirle que nos llevaran a las cuevas. La verdad es que fueron encantadoras y en el momento de despedirnos no paramos de darle las gracias y aconsejarles que siguieran practicando y estudiando inglés.
Y tal y como os he contado antes, al día siguiente nos dirigimos a Phnom Penh sin pensarlo dos veces, e intentar resolver la papeleta de los vuelos en el aeropuerto de la capital. Lo malo era que al llegar más por la tarde no podríamos ir a las oficinas de Air Asia el mismo día, así que nos tomamos la cosa con calma, exploramos el barrio en que nos alojaríamos y planeamos un poco qué hacer en nuestros sucesivos días. Y ¿cómo explicaros cómo es Phnom Penh? Pues es una ciudad de 1,3 millones de habitantes y, creo yo, 1,3 millones de motos. Aquí en Camboya la cosa va de motos, eso está claro. El tráfico es algo exagerado, y los miles de motos se mezclan con numerosos coches, todos ellos monovolúmenes de esos que parecen todoterrenos, autobuses y conductores de ciclos, bicicletas que llevan al cliente en este caso en la parte delantera del vehículo en lo que se asemeja a un sofá de una sola plaza. Pero aún así, la cosa no parece ser peligrosa para los peatones, no porque haya pasos de cebra ni semáforos, sino porque una vez que le echas cojones y te tiras al asfalto caminando a una velocidad moderada, todos los vehículos te sortean por delante y por detrás a la vez que tu vas avanzando lentamente hacia la acera opuesta. El truco es ese, lentito pero tampoco despacio del todo, y con decisión; como te vean dudar y no sepan si vas pa’lante, pa’tras o te vas a parar, ya no saben por dónde rebasarte, y entonces ya la hemos liado porque pararse no se paran, ¡eso seguro! Nosotros progresamos adecuadamente en nuestro aprendizaje, y pronto estábamos como pez en el agua. Como no, conforme íbamos andando no parábamos de tener ofertas de motos para llevarnos a algún lado, pero también, por parte de los mismos motoristas al parecer pluriempleados, de marihuana, “boom boom” y “happy ending” (final feliz en inglés). Nuestro guía Kim en Kompong Cham ya nos había mostrado dónde encontrar en su localidad las leidis para “boom boom”, con lo que ya estábamos al día de la terminología utilizada con los guiris para ofrecer chicas y facilitar el turismo sexual. Lo del “happy ending” todavía no lo hemos terminado de aclarar, aunque probablemente sea lo mismo, solo que para asegurarse que has captado la oferta en caso de no haber entendido la primera onomatopeya. Por lo demás Phnom Penh es una ciudad de arquitectura bastante corriente y más bien de poca altura, lo que afortunadamente deja escapar fácilmente el humo y los ruidos del denso tráfico motorizado.
La primera noche ya localizamos el restaurante que nos acogería para desayunar, comer y cenar en los días venideros, el “Mama Restaurant”. Desayunando allí al día siguiente pudimos arreglar con un conductor de tuk-tuk nuestra visita a Air Asia en el aeropuerto, así como otras visitas que haríamos en Phnom Penh; un chico joven, guapete y simpático, aunque lo más importante no era eso, sino que fuera fácil regatear y determinar un precio adecuado. Así fue. Para no entretenerme más, os diré que el problema en la compra de los billetes de Indonesia a Australia se debía a un fallo en la web, ¡toma castaña!, así que fue fácil pagar en metálico y comprarlos inmediatamente. Una vez tranquilos, aunque conscientes de que aún nos quedaban por comprar unos cuantos de vuelos para cruzar el Pacífico, pudimos dedicarnos a la actividad turística, en concreto una visita el Museo Nacional, con lo que terminaríamos el curso intensivo de cultura Khmer que habíamos empezado hacía 11 días en Kompong Cham. En él se encuentra la colección más extensa de cultura Khmer del Camboya, con multitud de esculturas y restos arqueológicos recuperados de Angkor y otros puntos del país. De las cosas más importantes que pudimos aprender allí fue la evolución de la representación escultórica del linga (pene) de Shiva. Básicamente pudimos concluir que la tendencia artística llevó a los escultores de las enormes rocas graníticas desde el realismo a otra tendencia más abstracta; principalmente me refiero a la desaparición del frenillo como elemento ornamental del linga. Así, las esculturas más antiguas tienen claramente forma de pilila, mientras que las más evolucionadas se ciñen a un patrón de base octogonal, una parte intermedia cuadrangular (¿o era al revés?), y un extremo superior redondito. Algo menos ordinario, definitivamente. Siento no tener fotos, pero la captación de instantáneas en el museo estaba prohibida.
Por suerte, en la zona dedicada a una exposición itinerante e interactiva acerca de la cultura de países regados por el Mekong sí se podían hacer fotos, y pude pillar a Andrés probándose algunos estilismos regionales ¡sí! Aquí una foto del exterior el Museo Nacional y del modelo de haute couture mekongiana.
En los siguientes días, además de continuar con las horas de internet y la planificación del viaje, cambiamos de tópico y nos pusimos al día de, como os comentaba anteriormente, el episodio más terrorífico de la historia de Camboya, el régimen del Khmer Rouge. Resulta que tras el protectorado francés de Laos, Vietnam y Camboya, este último país obtuvo su independencia en 1953 durante el reinado de Sihanouk; Francia apoyó la monarquía local en sus últimos años de “visita” en Camboya. Los primeros años del reinado de Sihanouk fueron de prosperidad para el país, así como de apoyo a China y a los vietnamitas del norte, comunistas en guerra contra los vietnamitas del sur, a cuyo lado se encontraban los Estados Unidos de América. Poco a poco el régimen fue virando a un estado más represivo y corrupto, supongo fruto del régimen casi totalitario, y digo casi porque Sihanouk renegó del trono en 1955 para ser elegido seguidamente primer ministro en democracia. El desengaño de las juventudes más revolucionarias así como el bombardeo americano de terrenos camboyanos, dado que Sihanouk estaba permitiendo a través de Camboya el transporte de soldados vietnamitas del norte hacia el sur de Vietnam, provocó una rebelión que terminó con el golpe de estado de Lon Nol en 1970, y que obligó a Sihanouk a refugiarse en Pekín hasta 1975. Fue desde allí desde donde Sihanouk apoyó un movimiento revolucionario en contra de Lon Nol y que él mismo apodó Khmer Rouge, a cuya cabeza se encontraba Pol Pot.
Este pichuflín, Pol Pot, resulto ser un chico becado y educado en París, ciudad donde comenzó a tontear con el marxismo. A la cabeza del Khmer Rouge se encargó de liderar la guerra civil en Camboya, que acabó con la toma Phnom Penh y la liberación definitiva del país del régimen de Lon Nol en 1975. A los bombardeos de los americanos en Camboya durante el régimen de Sihanouk se sumaron entonces cinco añitos de guerra civil. Pero aunque Sihanouk volviera a Camboya, este no salió del Palacio Real, y sólo encerrado desde allí pudo contemplar el viraje al marxismo radical de sus, ya no tan colegas, Pol Pot & Cia. El Khmer Rouge, dando de lado a Sihanouk y tomando las riendas del país durante un régimen totalitario, gobernó Camboya hasta 1978, tratando de convertir el país en una enorme cooperativa de agricultores mediante una transformación total de su sociedad. Para ello se obligó a todos los habitantes de Phnom Penh y otras ciudades, incluidos niños y ancianos, a emigrar al campo, donde trabajarían de 12 a 15 horas al día con dos platillos de arroz en el cuerpo. Las familias fueron separadas de por vida en pro de una nación autosuficiente supuestamente basada en la agricultura pero también en la industria. La cultura y la educación quedaron totalmente abolidas, así como se persiguieron las conversaciones contra el régimen, las relaciones amorosas, e incluso a las personas que llevaran gafas, símbolo de sabiduría. Cualquiera de estas razones era suficiente para ser ejecutado inmediatamente. Fue una época en la que los ciudadanos no podían confiar en nadie, ya que cualquier confesión podría ser utilizada en su contra para acabar con el peor final posible, la muerte. El terror omnipresente hizo que el país fuera reconocido como una prisión sin muros en las propias palabras de los que sufrieron el régimen. El balance fue el asesinato de un tercio de la población total del país en tan sólo tres años, alrededor de dos millones de personas. Hasta entonces se habían cometido numerosos genocidios por desigualdades de raza, religión y razones varias, pero este ha resultado ser el primer autogenocidio de la historia.
No entendemos muy bien por qué la comunidad internacional no intercedió en lo que estaba sucediendo. Finalmente fueron los vietnamitas, después de la reunificación de su país en 1975 con la victoria de los comunistas, quienes entraron Camboya y liberaron a su población del Khmer Rouge. La cosa no debió de ser muy difícil, ya que además de que Phnom Penh y otras ciudades estaban desiertas, el terrorífico régimen había llevado al país a una debilidad total. Los años siguientes fueron años de guerrilla del Khmer Rouge, y no fue hasta 1991 cuando todos los partidos, incluido el Khmer Rogue, firmaron un acuerdo de paz. Lo dramático de la historia es que a día de hoy, incluso habiendo existido un gobierno de transición bajo control de la ONU, los dirigentes del Khmer Rouge siguen sin ser condenados por sus atrocidades. El juicio contra ellos está teniendo lugar ahora mismo, 31 años después de ser derrocados. Pol Pot murió durante los años de guerrilla.
En nuestras dos siguientes visitas nos empapamos de la realidad de estos tres años de la historia de Camboya, y no paramos de leer y escuchar los testimonios de los supervivientes en las exposiciones de dos famosos escenarios: la prisión S-21, ahora el Museo Tuol Sleng, y los campos de ejecución Choeung Ek. La prisión S-21 era un colegio que fue convertido en prisión para encerrar y torturar a aquellos que podrían suponer una amenaza al régimen, entre ellos importantes oficiales y mandatarios del propio Khmer Rouge que fueron denunciados por sus compañeros. Esta es una de las doscientas prisiones que había en Camboya, y está preservada tal cual la encontraron los vietnamitas en 1978. Lo único añadido son los paneles con las miles de fotos de todos los que pasaron por allí entre 1975 y 1978, y con algunos testimonios e historias personales. Algunas aulas hicieron las veces de sala de torturas mientras otras fueron divididas en decenas de celdas individuales. Todo tal cual, muy cutre, como de andar por casa, lo cual añadía mucha más sordidez a la visita. En las fotos os muestro uno de los edificios del colegio, la trama de espino metálico que evitaba que los internos se suicidaran saltando al vacío desde los corredores exteriores, y finalmente los pasillos improvisados entre las aulas y las celdas.
Y la segunda visita a los campos de ejecución de Choeung Ek no fue mucho más agradable. A pesar de lo macabro de todo esto, seguimos pensando que es imprescindible hacer alguna de estas actividades para “comprender” lo que sucedió en aquellos años de horror, algo que no debería de desaparecer de la conciencia popular y evitar así que vuelvan a suceder episodios como este. Los campos de la muerte de Choeung Ek están a unos 12 kilómetros al sur de Phnom Penh. Obviamente lo que allí sucedió fue la ejecución de hasta 17000 personas, la mayoría de las cuales provenía de la prisión S-21. Además de visitar una pequeña exposición y ver un documental, bastante sencillos pero también muy ilustrativos, tuvimos la “suerte” de pasear entre las fosas comunes. Andando entre los caminos que serpentean alrededor de los grandes hoyos en la tierra puedes incluso reconocer vestigios de huesos y ropajes de las personas que fueron ejecutadas y enterradas allí. Aún hoy en día, y tras una jornada de lluvia, estos restos emergen de la tierra volviendo a recordarnos que sólo hace 31 años que terminó el régimen del Khmer Rouge. Adicionalmente también puedes reconocer el árbol contra el que golpeaban a los bebés hasta la muerte, así como el árbol sobre el que colgaban la megafonía para poner a todo volumen canciones que hicieran sordos los gritos de terror de los ejecutados. Soy consciente de lo macabro de este relato, pero es que fue así, tal cual. Por último, y al igual que en otros cientos de campos de ejecución a todo lo largo y ancho del país, recientemente se ha construido un memorial de las víctimas, una estructura de arquitectura típica camboyana en la que se conservan huesos y ropas de muchos de los allí ejecutados. Aquí la foto.
Pero después de todo este sórdido recorrido por los puntos más calientes de la historia de Camboya, ¡todo acabó en fiesta! Sí, al día siguiente era 6 de agosto, el cumpleaños de Andrés. 35 tacos. Para ese día reservamos la visita al Palacio Real, que obviaré por no haber sino nada del otro mundo. Y después disfrutamos de una comida de cumpleaños en un restaurante de postín, ¡trece dólares los dos! Se nos fue la cabeza con el gasto, je, je. Y como no, compramos una tarta que Andrés llevaba esperando desde hacía varias semanas. Por la mañana localizamos una pastelería con buena pinta, y después de comer volvimos a por una tarta individual al gusto del ojomeneado. Para que entre tanto festejo nos se nos olvidara que andábamos en Camboya, decidimos comernos la tarta en el recinto de un monasterio budista en medio de la ciudad, en una mesa de obra a modo de merendero cobijada bajo la sombra de un árbol. Aquí unas fotos de Andrés disfrutando de su pastel. ¡Felicidades!
Al final acabamos el día en una terracita frente al rio Tonlé Sap, que un poco más abajo confluye con el Mekong. La cerveza durante la happy hour a 60 centavos de dólar no nos defraudó, aunque Andrés siempre quería más…
Mil besos a todos. Espero que os toméis con calma y filosofía el mes de septiembre. Nosotros seguiremos haciendo de las nuestras y contándolo. Os echamos de menos.
Antonio