jueves, 23 de septiembre de 2010

Visita al delta del Mekong e inicio de nuestra ruta hacia el norte de Vietnam

Nota al lector: actualmente, y aunque sigamos relatando historias acaecidas en Vietnam, nos encontramos en China. En este país el gobierno todavía aplica la censura como método infalible para asegurar una “adecuada” información a su población, de modo que no tenemos acceso a Facebook, Youtube y lo que es peor, Blogspot. Así que si estás leyendo estas líneas es gracias a la colaboración de María y Aitor, quienes muy amablemente habrán colgado el contenido que les hemos enviado desde China por email. Mil besos a los dos. Por cierto, esperamos pegarnos el atracón de todos tus comentarios cuando abandonemos en gigante asiático; te damos hasta el 4 de octubre.

Andrés os dejó en Saigón, y yo retomo la narración de nuestro viaje para llevaros finalmente al delta del Mekong. Y digo finalmente porque llevamos siguiendo este cauce fluvial río abajo desde que visitamos Vientiane y Luang Prabang, en Laos, entre finales de junio y primeros de julio.

Sorprendentemente, y todavía desconocemos el por qué, en nuestra guía de viaje, recomendaba visitar el delta del Mekong en un tour organizado. Según la Lonely Planet, esta vez un ejemplar fotocopiado y comprado en la calle por cuatro dólares, unirse a una excursión es barato y más fácil. Quizás nos perdiéramos algo, pero a estas alturas no nos llama lo del megáfono, la banderita y el tiempo libre para hacer compras. Así que nos dirigimos en autobús urbano a una de las estaciones de buses donde según la Loly, salían autobuses a My Tho, nuestra primera visita en el delta. Esta sería la primera de muchas veces en las que la guía de Vietnam nos la jugó sucio; desde la estación de Cholón no salían buses a My Tho, por lo que deberíamos coger otro bus urbano hasta la estación de Mien Tay a unos 10 kilómetros del centro. ¿Será que los de la Loly son conscientes de que su información para visitar el delta del Mekong es una caca?

En Mien Tay fue entretenido buscar el autobús barato a My Tho, ya que en Vietnam, además de haber autobuses públicos, hay compañías privadas que hacen los mismos recorridos pero a precios que pueden ser el doble o más. Tras esquivar varios vendedores y ventanillas de autobuses privados, pudimos alcanzar la venta de tickets de buses públicos, en un área mucho más recóndita y mugrienta de la estación. Dicho y hecho, allí que nos montamos en el minibús sin aire acondicionado para esperar la salida media hora más tarde, todo ello en medio del párking y sin protección alguna del inclemente sol. ¡Qué sudorina querido!

A la llegada a My Tho varios motoristas nos acosaron en la estación dispuestos a llevarnos a nuestro hotel, así como un taxi que con la puerta abierta esperaba que esquiváramos la marabunta de conductores de motos y nos refugiáramos en su tapicería de cuero. “No gracias, nosotros somos más de lo barato, ¿medio dólar por cada moto al My Tho Minihotel?” Allí no hubo ni que regatear, todos de acuerdo desde el primer momento ¡qué raro! Claro, la trampa estaba en que harían el intento de dejarnos en otro hotel en una zona de la ciudad que ni siquiera estaba en nuestro mapa. ¡Menos mal que vamos con los ojos bien abiertos! Un tono serio y contundente bastó para ponernos de nuevo los cascos y poner rumbo a nuestro hotel.


¿Y qué hacíamos en My Tho? Esta ciudad de 180000 habitantes es la primera población del delta del Mekong viniendo desde Saigón, por lo que nos serviría de enlace para nuestros dos próximos destinos, Ben Tre y Can Tho. Concretamente My Tho y Ben Tre ofrecen la posibilidad de pasear en barca por los canales e infinitos brazos del Mekong. En nuestra búsqueda del barquero que nos ofreciera un buen precio para dar un paseíto sólo encontramos una única oferta, la cual nos pareció cara. En el pueblo no había otros turistas, y parecía que no seríamos capaces de encontrar algo más barato; poca oferta para la, más bien, escasa demanda. Como no teníamos prisa y podíamos pasearnos también en Ben Tre, decidimos dejarlo para el día siguiente a ver qué tal. Y mientras ¿qué? Pues paseíto por el pueblo, visita al mercado, saludos derecha e izquierda “¡xin chào, xin chào!” y sobre todo búsqueda de algún sitio de bia hoi que nos refugiara esa misma noche.


El paseo además nos sirvió para hacernos una idea de cómo es el delta del Mekong. Nada que ver con lo que nos habíamos imaginado. Esperábamos algo más bucólico, más tranquilo y quizás más rural. En su lugar nos encontramos ciudades grandes pobladas de motos, infinitos y enormes brazos del Mekong que separaban grandes islas, e innumerables puentes y megaestructuras que hacen fácilmente habitable un terreno que antes seria poco accesible. Aún así la cosa no nos decepcionó, ya que el ritmo de vida era realmente más lento que en Saigón, y al no haber turistas en ninguna de nuestras dos primeras paradas las visitas fueron muy auténticas y entretenidas. Aquí os adjunto una foto de mi carita con uno de los enormes puentes a mis espaldas así como las traseras de varias casas que reposan sobre enormes palos para no sufrir las crecidas del gigante Mekong.



Lo que no conseguimos fue localizar un bar de bia hoi, así que de vuelta al hotel preguntaríamos el precio de los tercios allí mismo. Tras una incongruente conversación en inglés versus vietnamita con las señoras del hotel, nos enteramos que el bar de bia hoi ¡estaba en la calle de al lado del hotel! Pero eso no fue lo mejor, la mayor sorpresa fue el precio, ¡2500 dongs cada caña! ¡¡la mitad de lo que valía en Saigón!! ¡¡¡Y eso son 10 céntimos de euro cada cerveza!! Claro, hicimos dos visitas al bar, una antes de cenar y otra después, no os cuento más.


(Creo que a partir de ahora el blog se convertirá un reporte de todos los bares de bia hoi que hemos conocido en Vietnam, con su localización y precios exactos, algo que todavía no entendemos no está recogido en la Lonely Planet).


Al día siguiente la cosa fue fácil, moto a la estación y primer autobús a Ben Tre. El minibús nos dejó esta vez en una acera en mitad del pueblo, aunque tardamos algo así como un cuarto de hora o veinte minutos en situarnos en el mapa. Como comprenderéis el inglés no es especialmente bueno en los habitantes del delta del Mekong, pero que venga un vietnamita a Sevilla sin tener ni idea de español y que sólo hable inglés ¡a ver quién le ayuda! No se puede ver sólo la paja en ojo ajeno sin ver la viga en el nuestro ¿verdad? 
También fue fácil encontrar hotel, así como encontrar barquero para el paseíto por los canales. En este caso un hombre nos asaltó por la calle, ofreciéndonos un par de horitas al mismo precio que el del día anterior en My Tho. La diferencia fue que en este caso el hombre nos cayó bien, y aunque no tratamos de buscar algo más barato, directamente quedamos con el hombre para más tarde, creíamos que ocurriría algo parecido a lo de My Tho. Llevábamos razón, no había más barqueros en el pueblo; resulta que muchas veces acertamos en nuestras decisiones, y puede ser que eso lo de la experiencia del viaje. También he de decir que a veces nos equivocamos, aunque la balanza se inclina más hacia los aciertos. Creo que esto tiene algo que ver con un consejo común en las guías de viaje para mochileros o viajeros independientes que a mí me encanta, y es: “haz caso de tu instinto”, sobre todo referido a cuestiones de seguridad. Os parecerá una chorrada, pero generalmente funciona.


Pronto estábamos paseando por las calles del pueblo, comimos, y tomamos café en un bar cutre con banquitos y mesas de plástico en la terraza. Además de la tradición del pan en forma de baguette, los franceses también importaron a Indochina la cultura del café, sobre todo para el disfrute de los turistas occidentales. Así, Vietnam está lleno de cafés que ofrecen un riquísimo café, valga la redundancia, de cosecha nacional. No sé si Andrés ya os lo comentó en la primera entrada de Camboya y Kompong Chan, pero fue allí donde por primera vez probamos el café vietnamita, que tiene un aroma exquisito a chocolate. Es realmente bueno. Y durante este ratito de café pudimos disfrutar de la amabilidad y buen humor de los vietnamitas. Más tarde nos daríamos cuenta de que sobre todo esta amabilidad reside en los sureños. En este caso compartimos la charleta con un profesor retirado, un chico al que le encantaba la barba de Andrés, a deducir de las caricias que le profería a mi compañero en la carita, y la dueña del local, que le preguntaba a Andrés por señas qué se tomaba para que le saliera ese pelo ajabatado en la cara. Una risa. Uno de esos momentos entrañables del viaje.


Pero todo acaba, y nos tuvimos que ir porque habíamos quedado con nuestro barquero. La actividad de dos horas consistió en un tranquilo viaje de ida por un pequeño canal que discurría entre palmeras, un paseíto andando por los caminos y puentes que comunican las aldeas perdidas entre plataneros, y una vuelta por el mismo camino por el que habíamos ido. En la primera foto os muestro el canal por el que navegamos, y en la segunda un ejemplo de la relajada vida de los canales. También vimos algún hombre lanzando redes para pescar, otros que remojaban la fibra de coco para emplearla en colchones, esteras y otros utensilios, y pequeñas barcas de remo que se desplazaban al estilo vietnamita, de cuclillas al frente del bote y remando tranquilamente, lo que ya habíamos observado en las aldeas flotantes de Camboya. En la última foto, los caminos entre las aldeas.





Y otra vez una sola noche en cada ciudad. El día siguiente mochila a cuestas rumbo a Can Tho, la ciudad más grande y conocida del delta del Mekong. Para todo turista es imprescindible una visita a los mercados flotantes de alrededor de Can Tho. De nuevo alcanzamos en autobús nuestro siguiente destino, e igualmente en moto nos dirigimos al hotel seleccionado, esta vez sin incidentes. Rápidamente, dado que era un poco tarde, salimos en busca de algún barquero que nos llevara temprano al día siguiente al más grande de los mercados flotantes de la zona. Sólo había que pasearse alrededor de la estatua de Ho Chi Minh en el paseo del río y esperar que nos asaltaran con las ofertas. Dicho y hecho, la señora Nam nos llevaría a las 5 de la mañana por 200000 dongs al Cai Rang Floating Market; eso sí, una paga y señal de 50000 dongs fue necesaria para no madrugar en vano. En esta foto os presento a la señora Nam envuelta en un espectacular cielo al amanecer. Nada de retoques en la foto, es tal cual.


Y el mercado resultó ser un mercado al por mayor, de ahí que fuera el más grande. Nada de señoras con sus barquitas haciendo la compra del día, sino barcos cargados hasta arriba de toneladas de vegetales, principalmente. Encontramos el barco de las pitahayas, el de las sandías y así sucesivamente. Suponemos que allí iban a comprar los vendedores de verduras que tenían una tienda aquí o allá. Una de las cosas más curiosas era que, para ser reconocidos en la distancia, cada barco colgaba de una caña uno o varios ejemplares de los productos que vendían, una calabaza, zanahorias, mazorcas de maíz etc. Aquí un par de fotos, en la segunda el barco de las lechugas y algunos tomates.



Y esa misma tarde, no había tiempo que perder, de vuelta a Saigón para desde allí tomar un bus nocturno a Nha Trang. Después de los días de tranquilidad e inmovilidad en Saigón volvíamos a recuperar nuestro culo de mal asiento. El país tiene más de dos mil kilómetros de norte a sur, y a estas alturas ya nos parecía poco un mes para recorrerlo y visitar todos los sitios que nos interesaban.


Llegamos a Saigón a media tarde, y no tardamos en comprar nuestro billete a Nha Trang, primera parada en la costa vietnamita de ruta a la capital en el norte, Hanoi. Resulta que en este país el turismo está muy “pero que muy” desarrollado. Tras haberlo visitado y quedar, en general, satisfechos con nuestra estancia, pensamos que hemos llegado a lo justo es decir, la cosa está bastante explotada y en un par de años esto puede ser una costa del sol cualquiera. Fruto de ello los principales puntos de interés están más que definidos, y han pasado a ser las paradas de lo que se conoce como “open bus”, “open ticket” u “open tour”, un tipo de billete de autobús entre Saigón y Hanoi con las fechas abiertas y que te permite hacer el recorrido en un máximo de un mes parando en los puntos de interés que consideres. Por lo que pudimos investigar la cosa no sale mal de precio si sumas las tarifas de los trayectos independientes, y la ventaja adicional es que los autobuses privados suelen ser más cómodos que los públicos, además de que salen y llegan de sitios céntricos en lugar de a/desde las estaciones de autobuses, generalmente en las afueras de las ciudades.


Pero nosotros somos así, y queríamos probar por nuestra cuenta. Además, la segunda escala de rumbo al norte que habíamos planeado era Quy Nhon, una ciudad que no consta en los “open ticket”. Aún así, el bus nocturno que nos llevaría esa noche de Saigón a Nha Trang pertenecía a una compañía de “open ticket”, por lo que tuvimos que preguntar en varias hasta encontrar la que todavía tenía sitios libres en su autobús. Estas compañías venden también los billetes por separado, pero eso sí, a precios un poco más caros. Dejaré a Andrés el placer de regocijarse con las aventuras y desventuras de los “sleeper bus” o autobuses-cama vietnamitas, ya que a mí me queda por contar en esta entrada uno de nuestros trayectos más terribles, el de Nha Trang a Quy Nhon.


Pero bueno, hagamos que ya llegamos a Nha Trang, algo así como siete u ocho de la mañana. Esta vez confiamos en un motorista que nos ofrecía una habitación por ocho dólares. Y Nha Trang, pues poca cosa. Habíamos decidido parar aquí para relajarnos en “la mejor de las playas urbanas de Vietnam”, ya que habíamos dejado atrás a Mui Ne, otra ciudad en la costa famosa por su playa y sus dunas. La playa de Nha Trang resultó ser normal, y el barrio que la acogía era una sucesión de agencias de viajes y tours, bares y restaurantes para guiris, tiendas de suvenires etc. Vamos, una playa como el Arenal en Mallorca o como Benidorm, aunque en este último sitio no he estado nunca, y mira que tengo ganas...


Después de un intento frustrado de playa, ya que las nubes se impusieron a pesar de haber pagado el alquiler de la hamaca previamente, ¡a quién se le ocurre!, descansamos y echamos la siesta en el hotel. Había que prepararse para la búsqueda nocturna de la bia hoy. De nuevo en la calle pronto encontramos lo que queríamos, aunque no nos acabó de convencer: cuatro cañas y dos platos de cacahuetes 30000 dongs, 1,20 euros, pero ¿qué precios son estos? ¡Ni que estuviéramos en plena rambla de Barcelona! Fuera, a otro. Y allí que nos sentamos en una terraza bien concurrida con jarras de buen tamaño a 6000 dongs.


Un par de chicos bastante agradables de la mesa de al lado entablaron conversación con nosotros, bueno, más bien uno de ellos, que era el que hablaba inglés; el otro estaba más pegado. Y nos invitaron a sentarnos con ellos. Hablamos de lo típico, de nuestro viaje, de qué nos parecía Vietnam, de dónde iríamos en los días venideros etc. Y cerveza tras cerveza la cosa se fue animando un poco, aunque sólo un poco, con lo que al final nos propusieron ir a tomar unas copas después y, quizás, ir a bailar. “¿Por qué no?” Nos dijimos Andrés y yo. Ya que no había mucha cosa que hacer en Nha Trang, podíamos salir esa noche y al día siguiente irnos a Quy Nhon. Allí que seguimos la conversación, y más cervecitas. Y de nuevo otra propuesta. Resultaba que ellos irían a un spa a darse un masaje y unos baños después de la cervecita, y luego más tarde saldrían. “¡Qué raro!” nos comunicamos entre nosotros en castellano. Era sábado por la noche, supongo que algo así como las nueve o las diez, y la excusa es que estaban cansados del trabajo y les gustaba darse el masaje antes de salir de bailoteo, por nada más y nada menos que 200000 dongs por cabeza, 8 euros. La cosa nos olió a chamusquina, y más aun cuando al rechazar la invitación cambiaron los planes de nuevo. Ahora resulta que podíamos ir a un karaoke después de la cervecita, y más tarde a bailar. “Ahora ya sí que no vamos con estos pintas a ningún lado” pensamos al unísono. ¿Pero por qué no? Os preguntareis. Pues resulta que esa misma tarde habíamos estado leyendo timos y engaños varios en la Loly… y ¡chan tata chaaaan! “Atención a los turistas gays” decía la guía. Por lo visto uno de los engaños más típicos es llevarte a un karaoke, a una de esas salas privadas, y después de la jornada musical y múltiples copichuelas te sorprenden con una desorbitada cuenta que no puedes evitar bajo la extorsión de técnicas varias. “Bueno chicos, encantados. Hasta la vista”. Me vuelvo a repetir, menos mal que llevamos los ojos bien abiertos. Y todavía nos preguntamos ¿por qué sólo hacen esto con los gays? Ni idea oye.


Y al día siguiente nos levantamos temprano para que nos diera tiempo a visitar unas ruinas Cham además de coger el autobús a Quy Nhon. Para hacer la cosa más ágil alquilamos una bici, y para hacerlo más divertido nos decidimos por un tándem. De chico siempre había soñado con tener uno. Y la experiencia fue muy entretenida aunque no muy cómoda, la talla del vehículo era más bien pequeña. Allí que sorteamos el tráfico de motos y varias rotondas para ir a la estación a comprar primero el billete de autobús, y luego por el paseo marítimo hacia las ruinas de Po Nagar. La visita tampoco fue nada del otro mundo, así que ni os pongo fotos ni os cuento nada del reino de Champa. Andrés ya se encargará de ello a propósito de otra visita que hicimos en los alrededores de Hoi An. Sí que os enseño una foto de las islas frente a la playa de Nha Trang y otra de los barcos de pescadores.




Lo mejor de todo el paseo fue el cafelito que nos tomamos de vuelta, cuando Andrés habló de las reglas del ajedrez chino con un viejino sordo que le gritaba en vietnamita, imaginaos la papeleta. También paramos en un cartel de propaganda comunista para hacernos la foto de rigor. Pero lo mejor de todo fue el amigo que nos encontramos al lado del cartel, quien tratamos de convencer para que nos hiciera una foto a Andrés y a mí subidos en el tándem. Él no hacía más que reírse y tirar unas fotos horribles y mal encuadradas. Cuando nos fuimos a dar cuenta el gachó resulto ser un mariquita muy gracioso que andaba cancaneando alrededor del baño público que se escondía detrás del cartel Realidades. Como no, foto de rigor con él también. Me meo.



Y a eso de la una nos fuimos a la estación, Un minibús, en lugar de un autobús nos esperaba para llevarnos a Quy Nhon. ¡Qué digo un minibús! Era una furgoneta de esas grandes, como las Ford Transit esas, que son de carga, pero en este caso con cuatro o cinco filas de asientos para transportar personas. Nosotros, muy espabilados, como llegamos temprano, nos sentamos delante con el conductor. En estos vehículos adelante se pueden sentar tres personas. ¡Y qué inocentes nosotros si pensábamos que habíamos cogido el mejor sitio! Por si venís a Vietnam está bien que sepáis que aquí los “autobuses” salen de las estaciones medio vacíos, pero una vez en carretera paran en cada esquina y puerta para coger nuevos pasajeros. Tras la experiencia dedujimos que el chófer y su compañero, el acomodador, se embolsan todo el dinero que pagan los pasajeros que no han comprado el billete en ventanilla, y estos son todos los que se montan fuera de la estación. También creemos que estos pasajeros pagan menos de lo estipulado oficialmente, aunque cuentan con el privilegio de la recogida a domicilio. Así que cuanto más se aproveche el espacio en el vehículo más dinero que sacan. Imaginaos entonces los esfuerzos del conductor y su compañero por encontrar pasajeros; pitan a todo viandante y paran el vehículo en cada cruce en el que se acumulan los viajeros sin billete. Sí que es cierto que lo primero que se llenó hasta el corral fue la parte trasera, hasta el punto de viajar con la puerta corredera totalmente abierta. A esas alturas el acomodador viajaba colgando con el cuerpo fuera del vehículo y sólo los pies dentro de él; eso sí, enganchado fuertemente para no perder la vida. La “risa” comenzó cuando al llenarse la parte trasera, llenarse con mayúsculas, el siguiente pasajero obviamente vendría delante con nosotros. Muy amablemente el conductor se bajó para dejarle paso y tomara asiento entre Andrés y él mismo. Yo iba en la ventanilla, y este nuevo pasajero viajaba en el espacio para la maniobra de la palanca de cambios. Pero una familia que esperaba en el siguiente cruce también quería venir con nosotros, y aunque los padres cupieron detrás, todavía no entiendo cómo, la niña pequeña no entraba de ninguna de las maneras. De nuevo el conductor bajó, esta vez para coger a la niña y colocarla entre las piernas del hombre que viajaba con nosotros, un completo desconocido para ella. Pero se portó divinamente, y en las tres horas que quedaban de viaje, no rechistó lo más mínimo. Pero no os creáis que el suplicio fueron las tres horas de viaje en esta compañía, no, lo peor fue meter a uno más en nuestra fila. Sí, ¡¡cinco adultos, uno de ellos el conductor, y una niña!! Y os preguntareis ¿pero dónde se sentó el quinto? Pues muy fácil. Ya nos habíamos mofado de un caso similar que vimos pero no sufrimos en Camboya. El quinto viajó “a cuerpo de rey” entre el conductor y la puerta… sí señores sí, ya el conductor no iba ni siquiera delante del volante sino desplazado a la derecha de este, y con una niña y un hombre en la palanca de cambios. Nosotros no íbamos mejor, que conste. Tampoco tenemos foto, pero a ver quién era el guapo que se movía allí para sacar la cámara de la mochila.


Y Quy Nhon, pues como Nha Trang. Bueno, mejor. Mejor porque es una ciudad sin turistas, y con una playa que a pesar de no ser tan grande como la de Nha Trang sí que tiene más encanto. Sobre todo por los barcos que se acumulan frente a ella atracados por el día, y que por la noche iluminan el mar con sus bombillas cuando pescan el chipirón que se acerca a la luz. La estampa nocturna es bastante romántica, y los adolescentes aprovechan para emparejarse y sentarse frente al mar en el paseo durante largas horas. Si echáis un vistazo a las fotos de los barcos quizás os recuerde, como a mí, a las flotas de pesqueros del mar Cantábrico en el norte de España. No sé si la forma de pintar los barcos y los colores son cosas importadas por los franceses durante la era colonial, pero a mí me da que sí. Es una teoría. En la tercera foto aparecen los “cascarones” de mimbre que se acumulan en la playa y que los pescadores utilizan para alcanzar su barco cuando han de ir a faenar. Todo esto le da su gracia a la playa.





Y ¿qué más hicimos en Quy Nhon además de pasear por la playa? Pues visitar unas torres del reino de Champa, parecidas a las que vimos en Nha Trang, conocer una pareja de viajeras y cenar con ellas un par de noches, una madre y una hija góticas y australianas de Tasmania, e ir en bicicleta a una playa privada que pertenecía a un hospital de leprosos. Todo muy sugerente ¿no? Pues no me explayaré más, que si no de vuelta en España a ver qué anécdotas nos quedan por contar. Como final, os adjunto la foto de la bia hoi que localizamos en Quy Nhon, esta vez en formato jarra por 14000 dongs, 60 céntimos de euro aproximadamente.


Y por cortesía de María & Aitor, el mapa actualizado de nuestro viaje. Muchos besos a todos, estamos deseando volver a disfrutar de vosotros, pero hasta entonces seguiremos paseando.

Antonio

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jueves, 9 de septiembre de 2010

De Camboya a Vietnam

¡Hola a todos! En esta ocasión me toca una entrada puente, contaré los últimos días en Camboya y los primeros en Vietnam, concretamente en Ho Chi Minh City, la antigua Saigón. Iré rapidito en esta ocasión, no os puedo explicar por qué para no adelantar acontecimientos pero quizá me entretenga menos en esta entrada.

Como habíamos tenido que irnos urgentemente a Phnom Penh desde Batambang, ¿os acordáis? para comprar el billete en la ventanilla de Airasia en el Aeropuerto, habíamos dejado atrás un par de paraditas que queríamos hacer. Una vez solucionado el tema aéreo podíamos volver sobre nuestros pasos tranquilamente, la primera parada es Pursat, donde iremos para conocer en primera persona el famoso tren de bambú.

Llegamos a Pursat sin que nos diera tiempo a cansarnos del autobús y encontramos un hostal a cinco metros. Hubo suerte en esta ocasión, nos instalamos en cuestión de segundos y salimos a buscar un restaurante. Uno de los dos o tres conductores de tuc tuc para turistas que hay en el pueblo se acercó a nosotros cuando salimos a la calle y en cuestión de segundos nos propuso todos los planes que tenía para nosotros. Le pedimos un respiro y aceptó. Parecía que los precios en Pursat eran más elevados que en el resto del país, supongo que había un acuerdo local entre todos los hosteleros para sacar dólares a los guiris. Todos los platos valían dos dólares en todos los restaurantes. Pasamos por el mercado local pero no era gran cosa y supimos en seguida que todas las comidas que hiciéramos en el pueblo iban a tener lugar en el restaurante contiguo a nuestro hostal y que de paseos por el pueblo ya habíamos tenido bastante, Pursat no tenía muchoque ofrecer. Y entonces ¿qué hemos venido a hacer aquí? Muy fácil, hemos venido a experimentar en propias carnes “El tren de Bambú”.

En Batambang había un tren de Bambú pero leímos en la guía que el de Pursat era menos turístico, aunque en ambos sitios es un medio de transporte real que utilizan los habitantes de la zona para mover personas y mercancías. En sí misma la idea de un tren de bambú puede generar muchas fantasías pero todo se reduce a una tabla de tres metros por tres metros realizada con tiras de caña de bambú y dos ejes de hierro con rueditas en los extremos. La tracción la aporta un pequeño motor que se pone sobre la tabla y que transmite la fuerza al eje trasero con una simple correa. Se colocan los ejes en la vía a ojímetro y luego se pone la tabla encima sin olvidarse de pasar la correa del motor por el eje; hay que agacharse debajo de la plataforma para hacer unos ajustes y que encajen las piezas pero lo tienen bastante controlado. Ahora los pasajeros pueden ir subiendo con cuidado de no ir todos al mismo lado porque la tabla perdería el equilibrio y se iría al garete y habría que volver a empezar. Una vez acomodados los pasajeros y/o las mercancías, sólo queda arrancar el motor y tirar millas.

A nosotros nos dejaron la primera fila, claro como somos turistas… pensamos al principio, pero cuando la cosa empezó a marchar me dio por pensar que nos habían dejado el papel de parabrisas porque si había algún tropezón o frenazo fortuito o descarrilamiento o llámesele equis, los primeros en salir volando íbamos a ser nosotros. Yo miraba hacia la vía cuando pasaba por debajo de mi culito a esa velocidad y pensaba “mis pies están aquí arriba y esas traviesas de madera están ahí abajo a medio metro, que todo siga así siempre” así que los primeros minutos fueron algo tensos. La terrible incomodidad nos acompañó todo el camino y mi lumbago superó en protagonismo al miedo a perder los pies.

Cuando llevábamos unos minutos de chaca chá todo se hizo normal y comenzamos a disfrutar del trayecto. Fueron 4 horas de paseo y casi todo el camino fuimos acompañados de un corredor verde precioso que parecía estar ahí para amortiguar con belleza y frescura lo precario del vehículo, lo tórrido del sol que caía y quién sabe si frenar el vuelo libre de los pasajeros en caso de descarrilar.

Buster Keaton no se apartó de mi mente ni todas las películas del oeste cuando cogían esa plataforma con una palanca que servía para moverse por las vías del ferrocarril. A nosotros solo nos faltaba encontrarnos de frente con una locomotora a toda velocidad para que la acción fuera completa. Por suerte nunca llegó tal escena pero sí que nos encontramos con otros trenes de bambú. Sólo hay una vía así que para decidir cuál de los dos coches se desmonta y deja paso hay que comparar la carga de ambos y el más ligero es desensamblado y vuelto a ensamblar cuando el más pesado ha reemprendido su marcha y se ha quitado de en medio.

En esta foto veis a Antonio ayudando a colocar la tabla sobre los ejes. Al fondo de la foto se ve el otro tren que se aleja con una gran carga de madera y a los pies de Antonio podéis encontrar dos muletas que son del señor que está en primer término a la izquierda de la foto. ¿Por qué os llamo la atención sobre las muletas?, muy sencillo. A mitad de camino hubo un pequeño tumulto entre los pasajeros que estaban justo detrás de nosotros. Habíamos observado que dos de ellos llevaban piernas ortopédicas. Uno de ellos era el que venía con las muletas y era el más exaltado en la discusión, sobre todo parecía reprocharle algo a una señora pasajera que había subido unos kilómetros atrás. El tren se paró, el señor se bajó y entonces comprendimos que el cabreo venía porque había perdido una muleta y que se había bajado para volver por la vía caminando a buscarla. El tren continuó la marcha sin él. No os preocupéis, el señor está bien, por la tarde le vimos con las dos muletas caminando sin problemas. La vida por aquí es así de sencilla aunque para nuestra mente occidental acolchada con justicia, solidaridad y libros de reclamaciones resulte cruel.

A la llegada al punto de destino, conseguimos estirar las piernas mientras nos abordaban algunos conductores de moto. Era lo que esperábamos para volver a Pursat de un modo más cómodo y rápido. Resultó que los moteros estaban tan seguros de que eran la única opción que teníamos que nos pedían ¡veinticinco dólares! O bien diez dólares para ir a Kracor, otro pueblo muy cerca de allí en el que podíamos coger un autobús. Ambas opciones nos parecieron carísimas y decidimos acercarnos a la aldea a tomarnos un refresco y darles tiempo para que pensaran una nueva oferta. Mientras sorbíamos nuestras Coca-colas el líder-cabecilla-abusón de los moteros se acercó a nosotros con sonrisa de reconciliación y dice…dice… ¡venga va! veinticinco dólares a Pursat y diez a Kracor. ¡Lo mismo de antes! Le dijimos que no y esperamos en vano que otros moteros más humanos se acercaran a ofrecernos algo más sensato, parece que impera la ley del más fuerte. Finalmente pensamos que lo mejor sería volver en el tren aunque tuviéramos que buscar repuestos para vértebras a la llegada a Pursat. Nos volvimos al sitio donde nos había dejado el tren y nos encontramos con nuestro mismo maquinista. ¡Super! Con este ya tenemos hecho el trabajo de regatear el precio así que sólo tenemos que saltar sobre la tabla y marchar tan campantes. El camino de regreso fue mucho más cómodo y placentero porque venía menos gente y nos pudimos tumbar. Ida y vuelta en tren de bambú, cuatro dólares por persona. Una experiencia inolvidable no tiene precio.

Al día siguiente empaquetamos nuestras mochilas y las dejamos en la recepción para irnos por la tarde a nuestra siguiente destino pero antes fuimos al encuentro de nuestro conductor de tuc tuc y le pedimos que nos llevara a una aldea flotante que había en el lago cerca de Pursat. Como os conté hace un par de entradas hemos dado la vuelta al gran lago Tonlé Sap que ocupa una enorme extensión en el centro de Camboya, pues aquí, al sur del lago, hay algunos asentamientos de vietnamitas en villas flotantes. Vietnam está muy cerca y es normal que haya mezclas de población pero además en el año 1979 cuando Vietnam invadió Camboya (os remito a la anterior entrada) algunas familias vietnamitas siguieron a su ejército y se quedaron a vivir en el agua. Imagino que serían gente del sur de Vietnam, del delta del Mekong, donde la cultura del agua está muy presente o puede ser que, simplemente, no encontraran tierras donde asentarse y optaron por el agua.

Mientras navegábamos nos cruzábamos con gente haciendo su vida diaria como comprar fruta o ir a la ferretería o la iglesia pero en lugar de ir en su moto iban en su barquita, las había de remo y de motor para las cuales había varias gasolineras flotantes, muy gracioso.

Después de la visita a la aldea flotante volvimos a por nuestro equipaje y cogimos el autobús a Kompong Chnang, allí nos encontramos con unos conductores de moto que nos llevaron a un hostal de mala muerte y no sé cómo, pero nos quedamos. Al rato salimos a pasear y decidimos quedarnos solo una noche en ese sitio, a la mañana siguiente visitamos la aldea flotante vecina y por la tarde saldríamos hacia Phnom Penh.

Aquí os paso una serie de fotos de las dos aldeas flotantes, muy similares pero muy bonitas las dos, pintorescas, coloridas y alegres. La gente nos saludaba y los niños especialmente se desgañitaban diciéndonos ¡¡Jelouuuuuuu!! Hasta el cura de la parroquia nos quiso hacer pasar a la casa del señor, invitación que declinamos porque no teníamos tiempo, claro.



Casas zancudas

Familia viendo la tele


Fruta a domicilio

Pescando en la casapuerta


En nuestro regreso a Phnom Penh hicimos poco más que cortarme el pelo y comprar el billete de autobús para salir al día siguiente hacia Vietnam, así que vamos a continuar. El trayecto de la capital de Camboya a Ho Chi Minh City no dio ningún problema; un cómodo autobús nos llevó desde la puerta del hostal donde nos quedamos en la capital de Camboya al corazón de la que fuera capital del sur de Vietnam hasta la reunificación comunista en 1973.

Una vez en tierra, habíamos previsto localizar unos hostales baratitos que venían en la guía pero nos asaltó una señora de más de sesenta años que se hacía llamar Madam Sisí y era muy divertida y decía tener una habitación con ventana y ventilador por ocho dólares. Efectivamente, la seguimos y nos llevó a casa de Quy, quien nos alquiló una habitación en el ático por el precio anunciado. Estábamos en el barrio de los guiris totalmente pero justo en unos callejones donde vivía mucha gente local y donde algunos como Quy, tenían habitaciones para alquilar. La gente vive hacia la calle en Ho Chi Minh, todas las casas que veíamos en los alrededores tenían un amplio salón donde se podían aparcar las motos por la noche, por supuesto, pocos muebles y una televisión por ahí en alguna parte. Había familias que hacían la vida directamente en el suelo, unos suelos muy limpios y muy nuevos de gres bueno, no preocuparse, pero es que ellos son de poco mueble, mira tú.

Señora con cocinilla ambulante

Señores jugando al ajedrez chino, vencedor en primer termino

Al salir de los callejones llegamos a una calle muy bulliciosa donde los guiris se mezclaban con otros guiris y con personal de las cafeterías para guiris los vendedores de libros fotocopiados para guiris, las chicas para gu… bueno en fín, todo lo que se puede obtener en Vietnam cuando uno viene de turismo, en su mayor apogeo. Nosotros que nunca hemos sido de llevar la contraria nos dimos una vueltecita por ese parque de atracciones y localizamos algo que veníamos esperando desde hace tiempo, y no es el bar “crazy girls”, pero justo en frente encontramos nuestro primer bar de Bia Hoi (que significa cerveza de barril). Para los amantes de la cerveza, supongo que habrá alguno leyendo estas palabras ¿verdad Angelines?, esto es un regalo caído del cielo. Se trata de bares donde puedes beber cerveza por unos veinte céntimos de euro la caña, bien ¿no? Nosotos nos hicimos asiduos con mucha facilidad, recordad que nuestro presupuesto nos ha mantenido alejados de las tabernas por semanas y semanas, así que ahora nos tomamos lo que viene siendo la gran revancha. Al mismo tiempo en estos sitios puedes comprar botellines de tercio a cincuenta céntimos aproximadamente, que tampoco está mal, pero la Bia Hoi es más suave y mucho más barata, además es una cerveza de fabricación local y se ha de tomar fresca (además de fría) porque no lleva conservantes, ¡sanísima oye!

Al día siguiente no nos levantamos muy temprano, pero tampoco nos habíamos acostado muy tarde, no sufráis que no nos emborrachamos demasiado, así que comenzamos a hacer visitas tranquilamente. Para empezar visitamos un museo de bellas artes donde encontramos este retrato de Ho Chi Minh.

Este señor fue el artífice de la declaración de independencia de Vietnam (de los franceses) en el año 45 y el líder de la mitad norte del país durante la guerra contra los americanos, aliados del sur. Los americanos cometieron en Vietnam la mayor cagada de su historia militar, se metieron en un berenjenal y cada vez que se proponían algo nuevo volvían para meter más la pata. Aproximadamente desde 1965 los americanos intentaron frenar el avance del comunismo hacia el sur, para ellos debía ser como una simbólica bofetada a todo el bloque comunista de manos de los líderes del bloque capitalista. Ya sabéis lo paranoicos que andaban por entonces con este temita. Al final fueron los americanos los que se llevaron no una sino muchísimas bofetadas, entre ellas, y me imagino que la que más huella dejó, sería la que el propio pueblo estadounidense profirió a su gobierno retirando el apoyo a la guerra. Al final tuvieron que hacer un apaño en 1973 y salir por la puerta de atrás. Absurdo total.

Es curioso que hace no tanto tiempo se pelearan por el protagonismo del comunismo o del capitalismo porque hoy cuesta creer que Saigón es una ciudad de un país comunista, aquí el negocio es algo totalmente asimilado y muy abundante. Si uno consigue hacerse hueco entre los millones de motos, puede llegar a las aceras atiborradas de tiendas por toda la ciudad.

Supongo que ya os habréis dado cuenta que la ciudad que fue capital del Vietnam del sur perdió su antiguo nombre (Saigón) para recibir el nombre del mismísimo líder de los Vietnamitas del norte, no se corten señores vencedores, que quede claro quién ha ganado. Además al tío Ho lo han elevado a las alturas, por lo visto en contra de su voluntad, y tras su muerte fue convertido en el símbolo omnipresente del régimen. Actualmente figura en todos los billetes vietnamitas y tiene homenajes en todos los pueblos y ciudades a lo largo de todo el país; casi siempre nombrando calles y avenidas principales y en muchos casos en forma de esculturas de estilo realista-socialista. Una de las más conocidas es esta que se encuentra en la puerta del ayuntamiento de Ho Chi Minh City.

Antes de continuar me gustaría comentar que, por supuesto, la mayoría de la población de Ho Chi Minh City llama a su ciudad Saigón. Como decía, la escultura de la puerta del ayuntamiento de Saigón es muy famosa porque representa al Ho Chi Minh más cálido. No se sabe muy bien si la imagen representa sólo un símbolo precioso de cariño del presidente hacia los niños o más bien la costumbre del régimen de adoctrinar a las generaciones venideras desde su edad más tierna. Luego, la cosa esa donde se apoya la niña no sé si representa un pupitre o un arma de combate, curiosa ambigüedad.

Hablando de armas, una de las visitas más populares de Saigón es el Museo de los residuos de la guerra, una exposición muy extensa que no pudimos visitar con total tranquilidad porque las salas estaban a cuarenta grados. Se trataba de cuatro o cinco colecciones de fotografías y textos separados por temas, hablaban del agente naranja, ese explosivo que provocaba mutaciones genéticas, de los periodistas de guerra, de los horrores que cometieron los americanos, claro, y de todos los acontecimientos que rodearon esta conocidísima guerra de Vietnam, aquí llamada la guerra americana o guerra de los americanos.

Nunca hago fotografías ni fotografías de fotografías de personas que sufren, yo no soy periodista, soy turista, así que en este caso en lugar de enseñaros ninguna de las cositas que vimos en el museo, os dejo un recorte artístico de unos cazas que hay aparcados en los alrededores del edificio.

Otro cazabombardero (¿se dice así?) similar a los del Museo de la guerra permanece aparcado en los jardines del palacio de la reunificación, aunque es más importante un tanque que también sigue aquí desde el día que fue utilizado para acceder al palacio cuando los comunistas tomaron Saigón. Hasta entonces se había llamado palacio presidencial y el gobierno que vino del norte lo privó de utilidad para convertirlo en un museo de la victoria, las cositas de las victorias. El edificio fue construido en el año 66 y conserva el sabor de aquellos años, de hecho se ha mantenido tal cual lo encontraron los militares en el 75.



¡Pero bueno! Ya está bien de política, ahora hablemos de religión. Por toda la ciudad se pueden encontrar templitos de diferentes confesiones, bueno, que parecen diferentes pero, en realidad casi todos ellos profesan una fe ecléctica que denominan la triple religión, con creencias que beben del Confucionismo, el Taoísmo y el Budismo, todo ello acompañado con tradiciones chinas y antiguas creencias animistas de Vietnam, toma ya. Los templos son muy chinos (hay días que tengo facilidad de palabra, hoy no) y lo que más me llama la atención en todos ellos son los santitos tan raros que tienen, claro. Nosotros el santoral y la imaginería católica la tenemos controlada y no nos asusta cuando vemos a una persona clavada en una cruz o a un señor atado a un tronco con flechas por el torso, sin embargo cuando vemos a un señor con bigotes largos y perillita con un tocado chino que parece que lleva antenas, pues nos quedamos de piedra. También me gustó mucho este rinconcito lleno de buditas gorditos y felices y, por supuesto, me quedo embobado cuando veo a alguien rezando o haciendo sus ofrendas al estilo de aquí, es un momento muy íntimo y siempre hago las fotos desde muy lejos para no molestar a nadie, pero es que me encanta verles. En la última foto podéis ver parte de la decoración de un templo, lo que hay colgando del techo son unas espirales de incienso que sueltan humo durante un montón de horas.

Como decía, nosotros las cositas de los católicos las tenemos controladas, pero es que el catolicismo de España es uno y el de Vietnam es otro. Al parecer este es el segundo país en número de católicos en el sudeste asiático (8%-10%), superado tan solo por Filipinas y, claro, es un catolicismo muy chino. Obsérvese neón rosita rodeando toda la cruz y corona de neón blanco sobre la cabeza de Cristo, especial atención también al neón amarillo que preside el retablo y que debe ser algo chino ¿no?

Pero además de templos y guerra, en Saigón pudimos disfrutar de tradiciones tan bonitas como el teatro de títeres en el agua, del cual os muestro una foto regularcilla porque mi asiento tenía una visibilidad un poco complicada y además había muy poca luz, claro, pero nos encantó. Todas las historias suceden en el agua, en campos de arroz , la técnica es complicadísima y son capaces de representar con marionetas el cultivo del arroz desde la siembra hasta la recogida, una maravilla para todas las edades.

También hemos disfrutado lo más a menudo que hemos podido de la fruta de Vietnam, una de nuestras favoritas es la pitahaya o “dragon fruit” que es una fruta de carne blanca (también la hay morada) con un montón de pepitas pequeñitas y una piel que parece de silicona rosa fucsia y verde casi fosforito. Está buenísima y en Saigón la encontramos por treinta céntimos de euro el kilo ¡mmmmmmm! Crece en una especie de cactus, pero estas señoras con el gorro típico te la traen al mercado lista para comer.

Por último, y para despedirme os dejo con una imagen de uno de los momentazos de Saigón. Resulta que nosotros habíamos visto que la gente hace mucho deporte en los parques, pero a nosotros lo que más nos llamaba la atención era el bádminton, así que nos fuimos a una tienda y por cinco euritos nos compramos todo el equipo, bueno, dos raquetas básicas y doce volantes, que era el pack. Y lo mejor de todo es que en cuanto uno se pone a darle a la raqueta, aparecen chicos y chicas que quieren jugar contigo y practicar el inglés. El primer día se puso a llover y las chicas nos propusieron ir a tomar un café, un amigo de ellas que andaba por allí se apuntó también e intentaron que les pagáramos lo suyo, pero tocaron hueso y lo único que les salió gratis fue la charla. Je je. A estas alturas de viaje la perspicacia es lo último que se deja en la habitación. ¿A que tiene estilo el Antonio con la raqueta?

Muchos besos a todos. Gracias por seguir ahí.

Andrés

jueves, 2 de septiembre de 2010

Y al final, todo acabó en fiesta

Andrés ya ha contado las maravillas de Angkor, unos vestigios arqueológicos casi indescriptibles, ya que es muy complicado explicar la grandeza y voluptuosidad de los templos que hemos visitado. Incluso habiendo estado allí es difícil imaginarse la mayor ciudad preindustrial de la historia, en la que por supuesto no había sólo tempos, sino que se cree allí vivieron hasta un millón de personas en una aglomeración que se extendía 1000 kilómetros cuadrados ¡toma ya! Más tarde en el Museo Nacional de Phnom Penh, capital de Camboya, observamos unas recreaciones de animación que la Monash University (Melbourne, Cristina ¿qué tal?) ha creado para reflejar cómo transcurría la vida normal en Angkor. Aquí os pongo el enlace a la página de National Geographic, creo que colaboraron en el trabajo. Es una página un poco rara, y hay que actualizar el flash y todo eso, pero es que me pareció muy curioso cuando lo vimos.


Finalmente dejamos Siem Reap en un autobús que por 5 $ cada uno nos llevaría a Battambang, una ciudad al noroeste del Tonle Sap, el lago en el centro del país. En principio teníamos intenciones de desplazarnos a Battambang en barco, ruta muy recomendada ya que tienes la oportunidad de navegar el Tonle Sap y observar algunas aldeas flotantes y la vida que tiene lugar en ellas a golpe de remo. Pero encontramos varios inconvenientes; el primero de todos eran los 19 $ del billete por barba, lo cual dista mucho de los 5 $ del autobús, y lo segundo eran la ocho o nueve horas del recorrido, por supuesto hacinados y sentados en un palo. Además planeábamos visitar otros pueblos flotantes de camino a Phnom Penh, con lo cual nos podríamos ahorrar 14 dólares cada uno en beneficio de nuestro presupuesto, que seguro que no os parece tanto, pero os aseguro yo que las labores de contabilidad y gestión del dinero están siendo tareas arduas en el transcurso de nuestra vuelta al mundo. La única desventaja del autobús frente al barco es que puedes pinchar una rueda y retrasar la llegada. Nosotros, por supuesto, pinchamos. Os prometo que después de tantos episodios tirados en la carretera soy capaz de cambiar una rueda de autobús; la de un coche no lo sé, ¡como soy novato! je, je.

Ya en Battambang logramos sortear a la decena de conductores de motos que se arremolinaban en la puerta del autobús mientras los pasajeros casi ni podíamos abrirnos paso entre ellos, todos ofreciendo llevarnos a hoteles baratísimos y estupendísimos. Nosotros nos refugiamos en un restaurante chino vegetariano –qué combinación tan rara ¿no?, ni en Barcelona existen cosas tan especializadas- que resultó ser el descubrimiento del día. Evidentemente en el transcurso de nuestro viaje estamos teniendo la oportunidad de salir a comer muchas veces fuera, mejor dicho, siempre comemos fuera. Así, no nos inundan las ganas de probar cada día sitio nuevo; cuando en una ciudad reconocemos el restaurante que está bueno, como decimos en Cataluña, y es barato y agradable, de allí no nos echan ni con agua jirviendo. En Battambang, el Merci, el restaurante chino vegetariano, sería nuestra apuesta durante los tres días que allí nos quedamos. Aquí os enseño una foto de Andrés disfrutando de un postre chino. ¡No! ¡No es merengue!, por suerte. ¡Es hielo con sabores! Es que a los chinos les encantan las texturas raras y los colorines… ¡ya se yo de dónde ha sacado Ferrán Adrià más de una idea!, ese tío es un espabilao, pero a mí no me la da, je, je. ¡Desde que te vi venir!... (guiño a la minipandi)


Después de tomar algo allí, rápidamente encontramos una habitación a buen precio en un hotel cercano. La habitación estaba super limpia, con su tele, su televisor, su cabecero de madera maciza, eso se lleva mucho aquí, y un cuarto de baño reluciente. La única ausencia era la ventana es decir, era una habitación sin luz natural, un trastero vamos. ¡Pero es que eran 6 $! Estábamos seguros de que allí nos apañábamos las dos noches o tres que íbamos a pasar en Battambang. La primera noche bien, el ventilador que a la velocidad 3 provocaba un viento huracanado en aquella habitación hermética fue suficiente para permitirnos un buen descanso. Pero el segundo día la habitación ya estaba más calentica claro, aquello no había quien lo ventilara. La segunda noche fue horrible; además coincidía que yo andaba con dolor de garganta, por lo que sólo permitía a Andrés encender el ventilador en velocidad 1. Y menos mal, con la velocidad 3 podríamos habernos despertado en medio de un remolino a modo de Katrina o tormenta delta!!! ¡Y ya el tercer día era imposible! No podíamos dormir en aquel horno. “Por favor, ¡una habitación con ventana!” implorábamos a la recepcionista. “Ok, pagamos un dólar más por una ventana si esto nos ahora una muerte lenta por falta de oxígeno y alta temperatura”. Os lo digo yo, mereció la pena el gasto, je, je.

Y Battambang no es que tuviera mucha cosa, un pueblo bastante motorizado que podría ser, como otras ciudades de Camboya, el resultado de la mezcla del urbanismo característico de Laos y el caos de la India. Afortunadamente desde que abandonamos el subcontinente indio no hemos vuelto a sufrir un estrés similar en ninguna de las ciudades que hemos visitado, de lo que podéis deducir que la entropía de Battambang era bastante llevadera. Básicamente queríamos hacer dos cosas: una excursión por los alrededores para visitar algunas ruinas de la época de Angkor así como unos templos budistas, y montarnos en el tren de bambú. Finalmente en los tres días que estuvimos allí sólo hicimos la primera de estas dos cosas, y el viaje en tren de bambú, que ya Andrés os explicará en la siguiente entrada, lo dejamos para la visita a Pursat, un pueblo más al sur y en nuestra ruta hacia Phnom Penh.

Y ¿qué hicimos entonces en todo ese tiempo? Como ya sabéis estamos tratando de dar la vuelta al globo sin un round-the-world-ticket (billete de vuelta al mundo), ticket que muchas alianzas de aerolíneas ofrecen a “buen” precio si antes determinas las fechas y las escalas de tu viaje. Nosotros hemos optado por hacer el viaje por libre e ir determinando la ruta, más o menos, conforme vamos viajando, entre otras cosas porque no tuvimos tiempo ni ganas de planear tan detalladamente nuestra escapada con antelación; aún así necesitamos cierta previsión para ir comprando los billetes que nos devuelvan a España, sobre todo para poder pillar las tarifas buenas es decir, la baratas. Y realmente no sé por qué nos dio por ahí, pero en Battambang comenzamos a esbozar el resto de nuestro paseo por el sudeste asiático, la visita a Oceanía y la llegada a Sudamérica. Ya os adelanté en mi anterior entrada que ya tenemos billete para cruzar el Pacífico. Pero todo el proceso de búsqueda y compra de billetes por internet en ciber cafés no duró sólo el tiempo que estuvimos en Battambang, sino que nos hicieron falta otros tres días más en Phnom Penh para cerrar la tourné. En total nos pegamos juntos siete horas de internet en Battambang y otras seis en Phnom Penh. Y además la cosa no fue tan sencilla como buscar, comparar, cuadrar fechas, consultar las condiciones de visados en los diferentes países y comprar, sino que la actividad se nos truncó a la mitad inesperadamente.

Os explico. Una vez teníamos decididas las escalas, las fechas, los vuelos definitivos, y más importantemente, cuadrados los números en el presupuesto del viaje, sólo hacía falta comprar de seguida todos los billetes. Y digo de seguida porque sólo hace falta que lo dejes para mañana para que desaparezca esa oferta tan estupenda, y el vuelo que te salía por tan sólo cien euros ahora te salga por trescientos. Tratando de comprar seis vuelos no podíamos asumir ese riesgo múltiple. Algunos de vosotros ya sabéis la ruta que completaremos, pero aún así trataré de obviar las escalas concretas para mantener el “gran misterio” de nuestro viaje y mantener “vivo” el blog. Compramos entonces nuestros dos primeros vuelos que nos llevarían, haciendo una escala en el sudeste asiático, a Indonesia. Ambos vuelos los compramos con Air Asia, una compañía de bajo coste de verdad, no los queos que tenemos en España. Pero tratando de pagar el tercer vuelo, de Indonesia a Australia donde nos encontraremos con Cristina, también con Air Asia, pues ¡aquello no tiraba! “Error” decía la página, “¡horror!” decíamos Andrés y yo después de intentar la compra cuatro veces a distintas horas del día. “¿Será que nos tenemos que sacar el visado electrónico para visitar Australia antes de efectuar la compra? ¿Será que la compañía muestra ese billete en la web pero al final la tarifa es fantasma?”, nos preguntábamos Andrés y yo sin parar. “Y ahora ¿qué hacemos?”. Pues eso, a grandes problemas, grandes soluciones, “nos vamos a Phnom Penh al aeropuerto, a la única oficina de Air Asia del país, y que nos resuelvan la papeleta”. Claro, ahora que no sabíamos seguro si llegaríamos a Australia no podíamos continuar comprando el cuarto, quinto y sexto billete para completar la ruta. “Mañana nos levantamos temprano, nos cogemos un autobús y nos plantamos en Phnom Penh”. Dicho y hecho.

En esta situación, y entre visita y visita a internet, sólo nos dio lugar a hacer una de las excursiones. El tren de bambú lo podríamos experimentar después nuestra prematura visita a Phnon Penh, en un pueblo al que tendríamos que llegar retrocediendo sobre nuestros propios pasos, Pursat, ya que se encuentra a medio camino entre Battambang y Phnom Penh. Así, tras acordar un precio razonable con un conductor de tuk-tuk visitamos Phnom Banan y Phnom Sampeau. El primero de estos sitios, Phnom Banan, es una colina en cuya cima se encuentran las ruinas de cinco torres-templo del siglo XI, y que según los locales fueron la inspiración para la posterior construcción de Angkor Wat, que presenta igualmente cinco torres. Evidentemente eso sólo lo piensa la gente de aquí, a quienes el resto de camboyanos no les echa ni cuenta. Para visitarlos había que ascender una enorme y cansina escalera cada vez más empinada, en la que nos cruzábamos los guiris acompañados de niños camboyanos que trataban de abanicarte a cambio de unos rieles. “¡Quita niño! Si le estoy racaneando un dólar a la chica del hotel por no tener ventana ¿cómo te voy a dar dinero a ti por abanicarme?” Creo que más que por mis palabras me entendió por el tono de voz, normal. Y arriba, una cosa muy modesta, pero con su encanto. Aun habiendo estado en Angkor merece la pena la visita este sitio. Aquí un par de fotos.




De nuevo en el tuk-tuk nos dirigimos a Phnom Sampeau atravesando, por un carril de tierra y piedras, el típico paisaje camboyano de llanas extensiones sembradas de campos de arroz de un verde casi fluorescente, y salpicadas por palmeras, bananeros y árboles que aportan unas tonalidades más oscuras de verde. En cierto modo, -a ver si me explico para que no me toméis por loco-, este paisaje me recuerda un poco a las dehesas de Huelva y Extremadura, sobre todo cuando después del invierno y las lluvias la tierra está recubierta por un manto de hierba verde intenso sobre el que destacan las encinas y alcornoques de un verde más oscuro. Salvando las diferencias, claro.

En nuestra visita a Phnom Sampeau, de nuevo una colina que emerge de las infitinas llanuras de arroz, pudimos pasearnos alrededor de templos y santuarios budistas que poblaban la cima, de nuevo recubiertos de reflejos dorados y con el aire un poco hortera que diferencian a la arquitectura budista camboyana de su homóloga laosiana, mucho más refinada y proporcionada. Por ello esto no fue lo que más apreciamos de nuestra parada, sino que nos deleitamos con espectaculares vistas que teníamos de los campos de arroz. Aquí os pongo un par de fotos, a ver si entendéis más fácilmente el símil escrito más arriba.



Por último, y con ayuda de unas chicas camboyanas muy amables, pudimos encontrar en la masa forestal de la colina, el camino a las killing caves o cuevas de la muerte. Estas cuevas fueron escenario, al igual que otros cientos de lugares repartidos por todo el país, de los asesinatos y atrocidades que componen el capítulo más negro de la historia de Camboya, el régimen del Khmer Rouge entre los años 1975 y 1978, del que más tarde contaré detalles a propósito de algunas de nuestras visitas en Phnom Penh. El grupo de chicas camboyanas resultó ser un cuarteto de quinceañeras que, a la caza de turistas, esperaban entablar conversación con cualquiera con el que pudieran practicar su inglés. Ya nos había pasado con algún monje budista en los monasterios de Laos, pero también este motivo es usado en más de un punto turístico caliente por maleantes y timadores como excusa para embaucar y robar a guiris. El grupo de quinceañeras no parecía suponer peligro alguno: chicas jóvenes con sus bolsitos, risas de vergüenza y timidez es decir, chicas en plena edad del pavo, y caras repletas de acné y espinillas. Por ello accedimos a entablar conversación con ellas, contarle un poco de nuestra vida, y de paso pedirle que nos llevaran a las cuevas. La verdad es que fueron encantadoras y en el momento de despedirnos no paramos de darle las gracias y aconsejarles que siguieran practicando y estudiando inglés.


Y tal y como os he contado antes, al día siguiente nos dirigimos a Phnom Penh sin pensarlo dos veces, e intentar resolver la papeleta de los vuelos en el aeropuerto de la capital. Lo malo era que al llegar más por la tarde no podríamos ir a las oficinas de Air Asia el mismo día, así que nos tomamos la cosa con calma, exploramos el barrio en que nos alojaríamos y planeamos un poco qué hacer en nuestros sucesivos días. Y ¿cómo explicaros cómo es Phnom Penh? Pues es una ciudad de 1,3 millones de habitantes y, creo yo, 1,3 millones de motos. Aquí en Camboya la cosa va de motos, eso está claro. El tráfico es algo exagerado, y los miles de motos se mezclan con numerosos coches, todos ellos monovolúmenes de esos que parecen todoterrenos, autobuses y conductores de ciclos, bicicletas que llevan al cliente en este caso en la parte delantera del vehículo en lo que se asemeja a un sofá de una sola plaza. Pero aún así, la cosa no parece ser peligrosa para los peatones, no porque haya pasos de cebra ni semáforos, sino porque una vez que le echas cojones y te tiras al asfalto caminando a una velocidad moderada, todos los vehículos te sortean por delante y por detrás a la vez que tu vas avanzando lentamente hacia la acera opuesta. El truco es ese, lentito pero tampoco despacio del todo, y con decisión; como te vean dudar y no sepan si vas pa’lante, pa’tras o te vas a parar, ya no saben por dónde rebasarte, y entonces ya la hemos liado porque pararse no se paran, ¡eso seguro! Nosotros progresamos adecuadamente en nuestro aprendizaje, y pronto estábamos como pez en el agua. Como no, conforme íbamos andando no parábamos de tener ofertas de motos para llevarnos a algún lado, pero también, por parte de los mismos motoristas al parecer pluriempleados, de marihuana, “boom boom” y “happy ending” (final feliz en inglés). Nuestro guía Kim en Kompong Cham ya nos había mostrado dónde encontrar en su localidad las leidis para “boom boom”, con lo que ya estábamos al día de la terminología utilizada con los guiris para ofrecer chicas y facilitar el turismo sexual. Lo del “happy ending” todavía no lo hemos terminado de aclarar, aunque probablemente sea lo mismo, solo que para asegurarse que has captado la oferta en caso de no haber entendido la primera onomatopeya. Por lo demás Phnom Penh es una ciudad de arquitectura bastante corriente y más bien de poca altura, lo que afortunadamente deja escapar fácilmente el humo y los ruidos del denso tráfico motorizado.

La primera noche ya localizamos el restaurante que nos acogería para desayunar, comer y cenar en los días venideros, el “Mama Restaurant”. Desayunando allí al día siguiente pudimos arreglar con un conductor de tuk-tuk nuestra visita a Air Asia en el aeropuerto, así como otras visitas que haríamos en Phnom Penh; un chico joven, guapete y simpático, aunque lo más importante no era eso, sino que fuera fácil regatear y determinar un precio adecuado. Así fue. Para no entretenerme más, os diré que el problema en la compra de los billetes de Indonesia a Australia se debía a un fallo en la web, ¡toma castaña!, así que fue fácil pagar en metálico y comprarlos inmediatamente. Una vez tranquilos, aunque conscientes de que aún nos quedaban por comprar unos cuantos de vuelos para cruzar el Pacífico, pudimos dedicarnos a la actividad turística, en concreto una visita el Museo Nacional, con lo que terminaríamos el curso intensivo de cultura Khmer que habíamos empezado hacía 11 días en Kompong Cham. En él se encuentra la colección más extensa de cultura Khmer del Camboya, con multitud de esculturas y restos arqueológicos recuperados de Angkor y otros puntos del país. De las cosas más importantes que pudimos aprender allí fue la evolución de la representación escultórica del linga (pene) de Shiva. Básicamente pudimos concluir que la tendencia artística llevó a los escultores de las enormes rocas graníticas desde el realismo a otra tendencia más abstracta; principalmente me refiero a la desaparición del frenillo como elemento ornamental del linga. Así, las esculturas más antiguas tienen claramente forma de pilila, mientras que las más evolucionadas se ciñen a un patrón de base octogonal, una parte intermedia cuadrangular (¿o era al revés?), y un extremo superior redondito. Algo menos ordinario, definitivamente. Siento no tener fotos, pero la captación de instantáneas en el museo estaba prohibida.

Por suerte, en la zona dedicada a una exposición itinerante e interactiva acerca de la cultura de países regados por el Mekong sí se podían hacer fotos, y pude pillar a Andrés probándose algunos estilismos regionales ¡sí! Aquí una foto del exterior el Museo Nacional y del modelo de haute couture mekongiana.



En los siguientes días, además de continuar con las horas de internet y la planificación del viaje, cambiamos de tópico y nos pusimos al día de, como os comentaba anteriormente, el episodio más terrorífico de la historia de Camboya, el régimen del Khmer Rouge. Resulta que tras el protectorado francés de Laos, Vietnam y Camboya, este último país obtuvo su independencia en 1953 durante el reinado de Sihanouk; Francia apoyó la monarquía local en sus últimos años de “visita” en Camboya. Los primeros años del reinado de Sihanouk fueron de prosperidad para el país, así como de apoyo a China y a los vietnamitas del norte, comunistas en guerra contra los vietnamitas del sur, a cuyo lado se encontraban los Estados Unidos de América. Poco a poco el régimen fue virando a un estado más represivo y corrupto, supongo fruto del régimen casi totalitario, y digo casi porque Sihanouk renegó del trono en 1955 para ser elegido seguidamente primer ministro en democracia. El desengaño de las juventudes más revolucionarias así como el bombardeo americano de terrenos camboyanos, dado que Sihanouk estaba permitiendo a través de Camboya el transporte de soldados vietnamitas del norte hacia el sur de Vietnam, provocó una rebelión que terminó con el golpe de estado de Lon Nol en 1970, y que obligó a Sihanouk a refugiarse en Pekín hasta 1975. Fue desde allí desde donde Sihanouk apoyó un movimiento revolucionario en contra de Lon Nol y que él mismo apodó Khmer Rouge, a cuya cabeza se encontraba Pol Pot.

Este pichuflín, Pol Pot, resulto ser un chico becado y educado en París, ciudad donde comenzó a tontear con el marxismo. A la cabeza del Khmer Rouge se encargó de liderar la guerra civil en Camboya, que acabó con la toma Phnom Penh y la liberación definitiva del país del régimen de Lon Nol en 1975. A los bombardeos de los americanos en Camboya durante el régimen de Sihanouk se sumaron entonces cinco añitos de guerra civil. Pero aunque Sihanouk volviera a Camboya, este no salió del Palacio Real, y sólo encerrado desde allí pudo contemplar el viraje al marxismo radical de sus, ya no tan colegas, Pol Pot & Cia. El Khmer Rouge, dando de lado a Sihanouk y tomando las riendas del país durante un régimen totalitario, gobernó Camboya hasta 1978, tratando de convertir el país en una enorme cooperativa de agricultores mediante una transformación total de su sociedad. Para ello se obligó a todos los habitantes de Phnom Penh y otras ciudades, incluidos niños y ancianos, a emigrar al campo, donde trabajarían de 12 a 15 horas al día con dos platillos de arroz en el cuerpo. Las familias fueron separadas de por vida en pro de una nación autosuficiente supuestamente basada en la agricultura pero también en la industria. La cultura y la educación quedaron totalmente abolidas, así como se persiguieron las conversaciones contra el régimen, las relaciones amorosas, e incluso a las personas que llevaran gafas, símbolo de sabiduría. Cualquiera de estas razones era suficiente para ser ejecutado inmediatamente. Fue una época en la que los ciudadanos no podían confiar en nadie, ya que cualquier confesión podría ser utilizada en su contra para acabar con el peor final posible, la muerte. El terror omnipresente hizo que el país fuera reconocido como una prisión sin muros en las propias palabras de los que sufrieron el régimen. El balance fue el asesinato de un tercio de la población total del país en tan sólo tres años, alrededor de dos millones de personas. Hasta entonces se habían cometido numerosos genocidios por desigualdades de raza, religión y razones varias, pero este ha resultado ser el primer autogenocidio de la historia.

No entendemos muy bien por qué la comunidad internacional no intercedió en lo que estaba sucediendo. Finalmente fueron los vietnamitas, después de la reunificación de su país en 1975 con la victoria de los comunistas, quienes entraron Camboya y liberaron a su población del Khmer Rouge. La cosa no debió de ser muy difícil, ya que además de que Phnom Penh y otras ciudades estaban desiertas, el terrorífico régimen había llevado al país a una debilidad total. Los años siguientes fueron años de guerrilla del Khmer Rouge, y no fue hasta 1991 cuando todos los partidos, incluido el Khmer Rogue, firmaron un acuerdo de paz. Lo dramático de la historia es que a día de hoy, incluso habiendo existido un gobierno de transición bajo control de la ONU, los dirigentes del Khmer Rouge siguen sin ser condenados por sus atrocidades. El juicio contra ellos está teniendo lugar ahora mismo, 31 años después de ser derrocados. Pol Pot murió durante los años de guerrilla.

En nuestras dos siguientes visitas nos empapamos de la realidad de estos tres años de la historia de Camboya, y no paramos de leer y escuchar los testimonios de los supervivientes en las exposiciones de dos famosos escenarios: la prisión S-21, ahora el Museo Tuol Sleng, y los campos de ejecución Choeung Ek. La prisión S-21 era un colegio que fue convertido en prisión para encerrar y torturar a aquellos que podrían suponer una amenaza al régimen, entre ellos importantes oficiales y mandatarios del propio Khmer Rouge que fueron denunciados por sus compañeros. Esta es una de las doscientas prisiones que había en Camboya, y está preservada tal cual la encontraron los vietnamitas en 1978. Lo único añadido son los paneles con las miles de fotos de todos los que pasaron por allí entre 1975 y 1978, y con algunos testimonios e historias personales. Algunas aulas hicieron las veces de sala de torturas mientras otras fueron divididas en decenas de celdas individuales. Todo tal cual, muy cutre, como de andar por casa, lo cual añadía mucha más sordidez a la visita. En las fotos os muestro uno de los edificios del colegio, la trama de espino metálico que evitaba que los internos se suicidaran saltando al vacío desde los corredores exteriores, y finalmente los pasillos improvisados entre las aulas y las celdas.






Y la segunda visita a los campos de ejecución de Choeung Ek no fue mucho más agradable. A pesar de lo macabro de todo esto, seguimos pensando que es imprescindible hacer alguna de estas actividades para “comprender” lo que sucedió en aquellos años de horror, algo que no debería de desaparecer de la conciencia popular y evitar así que vuelvan a suceder episodios como este. Los campos de la muerte de Choeung Ek están a unos 12 kilómetros al sur de Phnom Penh. Obviamente lo que allí sucedió fue la ejecución de hasta 17000 personas, la mayoría de las cuales provenía de la prisión S-21. Además de visitar una pequeña exposición y ver un documental, bastante sencillos pero también muy ilustrativos, tuvimos la “suerte” de pasear entre las fosas comunes. Andando entre los caminos que serpentean alrededor de los grandes hoyos en la tierra puedes incluso reconocer vestigios de huesos y ropajes de las personas que fueron ejecutadas y enterradas allí. Aún hoy en día, y tras una jornada de lluvia, estos restos emergen de la tierra volviendo a recordarnos que sólo hace 31 años que terminó el régimen del Khmer Rouge. Adicionalmente también puedes reconocer el árbol contra el que golpeaban a los bebés hasta la muerte, así como el árbol sobre el que colgaban la megafonía para poner a todo volumen canciones que hicieran sordos los gritos de terror de los ejecutados. Soy consciente de lo macabro de este relato, pero es que fue así, tal cual. Por último, y al igual que en otros cientos de campos de ejecución a todo lo largo y ancho del país, recientemente se ha construido un memorial de las víctimas, una estructura de arquitectura típica camboyana en la que se conservan huesos y ropas de muchos de los allí ejecutados. Aquí la foto.


Pero después de todo este sórdido recorrido por los puntos más calientes de la historia de Camboya, ¡todo acabó en fiesta! Sí, al día siguiente era 6 de agosto, el cumpleaños de Andrés. 35 tacos. Para ese día reservamos la visita al Palacio Real, que obviaré por no haber sino nada del otro mundo. Y después disfrutamos de una comida de cumpleaños en un restaurante de postín, ¡trece dólares los dos! Se nos fue la cabeza con el gasto, je, je. Y como no, compramos una tarta que Andrés llevaba esperando desde hacía varias semanas. Por la mañana localizamos una pastelería con buena pinta, y después de comer volvimos a por una tarta individual al gusto del ojomeneado. Para que entre tanto festejo nos se nos olvidara que andábamos en Camboya, decidimos comernos la tarta en el recinto de un monasterio budista en medio de la ciudad, en una mesa de obra a modo de merendero cobijada bajo la sombra de un árbol. Aquí unas fotos de Andrés disfrutando de su pastel. ¡Felicidades!






Al final acabamos el día en una terracita frente al rio Tonlé Sap, que un poco más abajo confluye con el Mekong. La cerveza durante la happy hour a 60 centavos de dólar no nos defraudó, aunque Andrés siempre quería más…


Mil besos a todos. Espero que os toméis con calma y filosofía el mes de septiembre. Nosotros seguiremos haciendo de las nuestras y contándolo. Os echamos de menos.

Antonio­­