martes, 24 de agosto de 2010

Primeros días en Camboya y Angkor

¡Hola de nuevo! Hoy no me entretendré en preámbulos porque voy tarde. Así que al lío, que os quiero mucho y tal. Antonio contó los últimos días de Laos en “las cuatro mil islas” que, la verdad, nos dejaron en un estado de relax y paz con el mundo perfectos para reanudar la marcha. ¡Ala! ¡A Camboya!

Familia camboyana en un desplazamiento cotidiano

Habíamos comprado el ticket de autobús en uno de los restaurantes-agencia de viajes de Don Det y no teníamos que preocuparnos por el visado porque ya lo habíamos conseguido en Vientiane así que sólo había que subirse al vehículo y bajarse cuando nos lo dijeran para enseñar los pasaportes con la correspondiente pegatina. Bueno, no tan rápido, primero había que llegar de la isla a tierra firme en una barquita que nos dejaba en el embarcadero-mercado donde estaban llegando barcas llenas de pescado. Muy pintoresco pero a una chica le dio un yuyu porque tenía fobia al pescado, la pobre, se le puso una cara… Una vez allí había que esperar media hora porque el autobús se había estropeado y entonces había que subirse en un camión de esos que hacen que en vez de dos culos tengas uno ¿se me entiende?

Al llegar a la frontera el camión nos volcó en el lado de Laos porque había que presentar la “tarjeta de salida” que es un papelito que se rellena al entrar a los países y te lo piden al salir, como el ticket del guardarropa o algo así. Por supuesto nos cobraron un dolarcillo por pasar por ventanilla. Habiendo completado esta formalidad un chico de la empresa de transportes vino a acompañarnos hasta el lado camboyano que estaba a doscientos metros, los cuales había que cubrir a pie. En la ventanilla de Camboya otro dolarcillo y una toma de temperatura, no sea que trajéramos enfermedades contagiosas. Luego hubo que esperar otro ratito a que todo el mundo terminara con los trámites antes de reemprender caminito, pero esta vez sí que nos subieron a un verdadero autobús. Un coqueto autobús camboyano color crema en el que nos proyectaron una película de unos chicos que hacen un viaje por Australia en coche pero un psicópata asesino los intercepta y les da la del tigre, ¡qué tacto! En un autobús lleno de viajeros aventureros. Yo, para que no se me quiten las ganas de hacer el trayecto en coche por Australia me puse música a todo volumen y me dediqué a echar unos primeros vistazos al paisaje de Camboya.

Ya nos habían avisado y en las guías había leído algo sobre la deforestación en el país pero me sorprendió que al ver las grandes llanuras sin árboles no daba sensación de desierto, no era un paisaje desolador. Los ojos se te llenan de verde, hasta donde te alcanza la vista. En la mayoría de los casos los campos están cultivados con arroz, Camboya produce muchísimo. Me imagino que el problema de la deforestación será más grave en zonas no cultivables y que el efecto no estará sólo en el hecho de que no haya árboles, el impacto será mucho más que una cuestión visual. El caso es que la tala descontrolada unida a la corrupción política es una amenaza real. En tres palabras y como diría la baronesa Thysen, la amiga de los árboles: “¡no! ¡ala! ¡tala!”.

El autobús en el que viajamos iba hasta la capital, Pnom Penh, pero nosotros nos bajamos en una de las primeras paradas, Kompong Cham. Para que os hagáis una idea, Camboya es un país redondete y en el centro tiene un lago muy grande y alargado, el Tonlé Sap. Nosotros vamos a rodear el lago en sentido opuesto a las agujas del reloj empezando por la derecha.
Al bajarnos del bus un grupito de conductores de motos y motocarros intentaban captar algún cliente pero nosotros fuimos andando porque los hoteles baratos estaban cerca. Pasamos por la orilla del río y vimos a un grupo de señoras haciendo aerobic al lado del puente, algo común en Camboya. La gente le paga una pequeña cantidad al profesor y se ponen allí a menear el cuerpo. También lo practican hombres pero, como siempre, las que tienen más arrojo para estas cosas son las mujeres. Ole.

Del primer hostal que visitamos me ahorro los comentarios, bueno no, os doy una pista, había anuncios de marcas de preservativos en los pasillos, en fin… Luego nos pusimos a buscar otro hostal cercano cuando nos interceptó Didier, un expatriado Francés que vive aquí con su mujer y juntos regentan un restaurante muy especial, como ellos. Me hizo mucha gracia que el único motivo que presentó cuando le preguntamos que por qué no vivía en Francia fue que no podía soportar a Sarkozy poniendo unas caras muy divertidas. Nuestro amigo voluntariamente nos acompañó a varios hoteles hasta que conseguimos una habitación decente a un precio sensato. Evidentemente esta ayuda le fue agradecida con visitas a su restaurante para hacer todas las comidas que pudimos. Pero su espíritu hospitalario no se contentó con lo de la habitación, también nos ayudó a descubrir la ciudad. Al día siguiente, y bajo consejo de Didier y Dany, contrataríamos al señor Kim que nos llevó en su moto a los dos juntos para visitar los puntos más importantes de Kompong Cham. ¡Ay madre! Todo el día en moto de tres, creo que cuando llegue a España tendré que hacerme una reescultura de coxis porque a estas alturas de viaje tengo un mantecao aplastao.

El señor Kim es encantador, los camboyanos en general son encantadores, esa es nuestra impresión. Kim hablaba despacito en un inglés que ha aprendido hablando con guiris como nosotros. Él mismo nos dijo que sólo lo podía hablar, no escribir ni leer. Nos lo explicaba todo plácidamente, incluso que el precio no iba a ser cinco dólares sino nueve, mmmmm. Lo entendimos y nos subimos.

A mí personalmente me ganó cuando la primera parada que hicimos fue para invitarnos a probar unos pastelillos de arroz que una señora hacía al lado de la carretera. No era nada improvisado, Kim sabe cómo cuidar a sus invitados y este exótico postre para nuestro desayuno nos dejó encantados. Eran unas bolitas de bizcocho tiernísimo de harina de arroz y leche de coco cocinado al vapor rociadas con coco fresco recién rallado. Unos kilómetros más adelante pararemos también para comer frutos de loto, unos granos verdes que parecen entre avellana y cacahuete pero saben más a castaña y hay que sacarlos de una especie de alcachofa de ducha que es lo que queda cuando la mítica flor de loto se mustia.

Comiendo pastelitos de arroz con el señor Kim

Comiendo frutos de loto

¡No paramos mover el bigote! Los dos estamos encantados con nuestro guía conductor y el paisaje de las aldeas es precioso. Ya habíamos visto ese tipo de construcciones de casas con patas para evitar las inundaciones pero en esta zona más que en Laos son casas zancudas especialmente altas. Desde la moto era muy difícil hacer fotos, así que no tengo pero, bueno, imaginaros una cabaña de madera con zancos.
La primera parada fue en un monasterio muy curioso, se llamaba Wat Hanchey. Hay que subir unos buenos tramos de escalera para llegar a un recinto salpicado de frutas gigantes hechas con cemento entre los edificios, una delicia. También tenía sus templos con sus budas muy bonitos, de hecho fue precisamente allí donde este buda y yo cruzamos la mirada.

No coment

Buda te ama

De vuelta en nuestra moto, un vehículo en el que se coge mucho cariño a los otros pasajeros, haríamos otro trayecto hasta “la montaña de los hombres” y “la montaña de las mujeres”, dos montículos que tienen en su leyenda una disputa de géneros que Kim nos explicó vívidamente y de la cual nosotros no entendimos ni jota. Subimos primero a la de las mujeres y cuando ya se nos había pasado la sensación de que no había merecido la pena ese matajogazo de escalones, bajamos y nos dirigimos a la de los hombres, poca cosa también. Entre una y otra había unos templos con algunas atracciones como el buda acostao que a mí me encanta. Vale, no es acostado, perdonad este humor irreverente, es que Buda ya no se iba a reencarnar más veces y dijo: “Quedarse con mi cara, pisha, que este que está aquí se va a planchar la oreja pero por los siglos de los siglos, amén”.

Buda acostao

Kim, insisto, sabe cómo hacer un tour, y después de tanto templo y montañitas nos llevó a visitar una aldea típica rodeada de campos de arroz en la cual viven algunos artesanos que se han organizado, gracias a una ONG, en torno al occidentalizado nombre “Amica Village”. Nos dio unas vueltas y nos llevó a casa de una señora muy amable que tejía artesanalmente los típicos pañuelos camboyanos que se llaman krama. Todos son de cuadritos unos más parecidos a un mantel que otros, pero muchísima gente los lleva alrededor del cuello, en la cintura o en la cabeza, es una prenda de llevar a diario. Evidentemente nos llevaban allí para que compráramos algo pero sólo costaban tres dólares y nos pareció bonito este recuerdo. (Nota para mi amigo Manolo: le he prometido a Antonio no te lo voy a regalar cuando vaya a Cortegana, ya lo sé, la he cagado)

Señora khmer tejiendo un khrama

Por último y antes de dejar la motito, nos acercamos a una edificación muy curiosa. Se trataba de un templo del siglo XI, previo a la era dorada de Angkor, en el centro del cual se habían ido empotrando otros más modernos. El contorno lo formaba una muralla de piedra gastadísima y en el interior descubrí unas hileras de columnas que me recordaban mucho a las del balcón del Palau de la música catalana, que es precioso y no podéis dejar de visitar si vais a la Ciutat Comtal.

Niños en bici juegan entre la muralla y el templo

¿A que parece el Palau de la música catalana de Barcelona?

El señor Kim nos insistió hasta la saciedad para que le dejaramos llamar a un amigo suyo que nos esperaría en el siguiente destino, Kompong Tom, así es que al final no pudimos resistirnos y le dijimos que vale. Al día siguiente nos esperaba al bajar del autobús la típica pandilla de moteros ruidosos pero sólo uno de ellos tenía un papelito que decía “Mister Antonio”. Con él y con su amigo arreglamos el precio y les dijimos que nos esperaran un momentito que subiéramos al hostal, que estaba al lado, a dejar la mochila para partir en seguida a nuestra excursión.
Habíamos parado en este pueblo para hacer una visita muy concreta, se trataba de Sambor Prei Kuk un grupo de edificaciones en ruinas que albergaron en desde el siglo VII la capital del imperio Chenla y que constituyen el mayor grupo de templos pre-Angkor de Camboya. En aquella época todavía no había entrado el budismo así que estos templos estaban dedicados a deidades Hinduistas, la mayoría al mismísimo Shiva. Son muy curiosas las representaciones fálicas de Shiva denominadas “Linga” que aparecen por todas partes.

La naturaleza ayuda a mantener algunos templos en pie en Sambor

Shiva Linga

Nosotros pasamos una tarde estupenda rondando por los templos, los desplazamientos en moto no fueron tan dolorosos porque cada uno tenía a su propio conductor y después de las visitas nos volvimos al hotel. Resultó que por la noche montaban un mercado nocturno en la calle donde nos albergábamos así que comimos allí mismo. Con lo de mercado nocturno uno se imagina cosas así exóticas de vender y comprar por la noche pero en realidad es que la peña saca el carrito y monta un chiringuito con sillas de plástico para vender comida. Ese día nos costó una mijita cenar porque había cosas muy raritas, una de las más visibles eran unos chocos secos ultra finos que todavía no sabemos cómo se los comen y unos huevos de pato con el pato dentro ya formadito, les llamaban “baby duck” es decir pato bebé ¡aggggg! Al final resolvimos con una sopa de noodles (fideos largos). Pero hubo una grata sorpresa, había un cantante de canción romántica grabando un videoclip en la fuente que había allí al lado y tuve tiempo de sacarle unas instantáneas.

Cantante melo-pop haciendo un terrible playback para las cámaras

Como nos habían avisado nuestras amigas Susana y Gaëlle, las chicas que habíamos conocido en Kuala Lumpur y luego nos reencontramos en Laos, en Camboya están locos con la canción romántica. No, en serio, como decía Susana, les tienen el coco comido con las baladas, ¡es que tienen que ser los enamorados más empalagosos del globo! Así que no es tan extraño que en estas páginas coincidan un cantante pasteloso y los templos de Angkor, todo es patrimonio cultural de Camboya.

Prueba de este meloseo nacional es que en los autobuses (menos el que nos cruzó la frontera de Laos) siempre ponen videoclips de baladas romanticas ¡siempre! Bueno y también ponen unos vídeos de humor así como de teatrito parecido a las matrimoniadas de Telecinco supercasposo. ¡Pero es que los videoclips de baladas…! Hay uno de un chico le regala a su chica la anilla de una lata de cocacola colgando de una cadenita cuando ella se intenta suicidar cortándose las venas. Ella no muere, entre otras cosas porque él le dona sangre mientras ella está inconsciente, claro, y luego cuando ella se recupera él vuelve a verla ¡¡¡pero ella está con otro!!!! ¡Dios mío! A todo esto el otro en ciernes es una especie de representante de artistas (porque creo que ella canta) y seguramente la tiene camelada con un contrato millonario. Al final vuelve con su pichurri, no os preocupéis.

Queridas Gaëlle y Susana, si creéis que no entendí nada del vídeo no os cortéis y sacadme de mis errores.

La primera vez que vi esta maravilla de videoclip fue en el viaje de Kompong Tom a Siem Riep. Ese día salimos tempranito del hotel y nos fuimos a donde nos había dejado el autobús el día antes, porque seguiríamos la misma ruta. Un conductor de moto listillo intentó por todos los medios sacarse unos rieles (moneda de Camboya) encargándose de gestionarnos el ticket. Cuando llegó el autobús ignoramos totalmente al motero, nos subimos y pagamos el precio que valía. ¡Con la iglesia hemos topado!

Como digo, el viaje se nos pasó disfrutando de baladas más empalagosas que comerte una docena de torrijas con Ane Igartiburu, pero nosotros estábamos muy contentos porque nos dirigíamos a Siem Riep, el centro de operaciones para visitar Angkor.

Llegamos a una estación de autobús que no igualaba las grandezas que esperábamos encontrar en este destino pero sí encontramos a nuestro conductor de tuc tuc o remolque de moto, que sería quien nos llevaría a las ruinas los próximos dos días. Como en cualquier sitio tan turístico todo había que negociarlo y con este chico nos pegamos un buen rato dólar arriba dólar abajo hasta que conseguimos el precio que creíamos justo. En esto también nos habían servido de inspiración Susana y Gaëlle y la verdad es que nos salió bastante apañado. Estamos consiguiendo una técnica de regateo que no nos lo creemos, el truco es jugar primero con el factor precio y hacerte el pobrecito, luego, cuando el enemigo ha bajado la guardia, regatearle también con el factor tiempo, ¡oh, qué dulces victorias nos hemos adjudicado con esta sutil estrategia! La verdad es que te lo ponen en bandeja, porque ellos para justificar el precio desorbitante te ofrecen excursiones larguísimas y en muchas ocasiones con visitas a sitios absurdos (no en el caso de Angkor). Nosotros nos dedicamos a quitar toda la paja del tour y pagar sólo por lo que queremos ver en un número de horas sensato, porque a estas alturas de viaje no aguantamos una excursión de ocho horas ni de coña.

Este primer día lo acabaremos reconociendo un poco Siem Riep y visitando la zona nocturna de los guiris para cenar algo, pero a la cama prontito que mañana hay que madrugar.
Efectivamente, antes de que la noche obtuviera ninguna invitación por parte del día a abandonar el cielo que nos cubría ya estábamos montados en nuestro remolque. Los remolques son como un cochecito de caballos, como si fuera para un pony, pero tirado por una moto. Todo funciona estupendamente gracias a un aparejo que ellos instalan en la parte de detrás del asiento de la moto y del que pueden desengancharse cuando no necesitan llevar el carricoche.

Nuestro chofer posa serio pero era muy simpático

La idea es llegar a Angkor Wat para ver el amanecer, una vez allí nos alejamos un poquito de la multitud de turistas, Antonio se puso a dar paseítos por lo que en sus tiempos había sido el gigantesco foso entre el templo y la muralla exterior y yo me quedé sentado a ver como las claritas del día iban recortando con manos delicadas la silueta de las torres. Esta silueta en sí misma constituye todo un emblema nacional presente en la bandera del país, en los billetes y en un sinfín de logotipos comerciales sobre los que destaca la omnipresente cerveza Angkor. Digo omnipresente porque está por todas partes y no porque nosotros la vayamos a catar demasiado; en Camboya una lata de cerveza vale un dólar y a nosotros eso nos parece una barbaridad.

La silueta de angkor wat al amanecer

Angkor significa ciudad o capital y de hecho fue la capital del imperio Khmer desde el siglo IX al siglo XV, la época dorada de los Khmer. Un complejo que debió ocupar un espacio de más de treinta kilómetros de largo por más de diez kilómetros de ancho (más grande que Manhattan) y que fue cabeza de un imperio que llegaba desde Birmania hasta el sur de Vietnam y desde el sur de China a la península de Malasia. Los reyes khmer tenían la humildad suficiente para autodenominarse reyes-dioses y ostentaban el rol de representante del dios Vishnú sobre la tierra. Como rey-dios cada uno de los sucesivos cabezas del imperio fue construyendo complejos religiosos, y en algunos casos funerarios, que hicieran honor a su alteza y divinidad.


Con el conductor hemos acordado hacer dos días de visitas. Con estas dimensiones comprenderéis que necesitábamos un transporte y preferimos el motor antes que la bicicleta para empezar. No puedo explicar todo lo que visitamos porque estaría escribiendo diez días más, y ya me he retrasado bastante, pero intentaré daros alguna idea.

Angkor Wat, dicen, es el culmen del ingenio arquitectónico del impero Khmer, la pieza clásica por antonomasia del estilo y fue mandada construir por Suryavarman II, el último rey hinduísta. Después, el siguiente rey, devoto seguidor del budismo Mahayana fue el último que construyó grandes templos.

Curiosamente, mientras se construía esta pieza clave del imperio que es la edificación religiosa más extensa del mundo, Angkor Wat, ya habían comenzado a resquebrajarse algunos cimientos de esta civilización. Los historiadores y los arqueólogos parece que siguen discutiendo y afinando sobre cuáles fueron las causas de una caída comparable a la del imperio romano. El crecimiento de la población y el colapso del sistema hidráulico de la gigantesca ciudad, la corrupción del poder y las intrigas de la corte y de las autoridades religiosas tras la aparición del budismo e incluso una larga temporada de sequía son motivos comúnmente referidos para explicar el fracaso. Es curioso saber también que precisamente el hecho de construir los gigantescos templos cuyos esqueletos tenemos hoy la suerte de recorrer fue otra causa más a añadir. Cada rey intentaba con todos sus medios dejar en sombra la megalomanía del anterior y el ansia de edificar templos cada vez más y más grandes pudo suponer finalmente un coste demasiado exigente.

Antonio posa en las ruinas mucho tiempo despues de la caida del imperio

Elefantes de piedra perfectamete conservados

En general se pueden buscar características en común en todos los templos, aunque cada uno tiene su propia personalidad y normalmente algo que les identifica claramente. Muchos de ellos tienen forma piramidal porque representan el monte Meru, monte sagrado del hinduismo y las cinco torres que culminan el recinto central en algunos templos como Angkor wat representan los cinco picos de dicho monte. Casi todos los edificios tienen patios que representan los continentes de la tierra y un foso que representa a los océanos. Para cruzar sobre el foso, algunos templos tienen una pasarela custodiada a ambos lados por dos Nagas o serpientes colosales de siete cabezas sujetadas por un ejército de dioses y demonios. Este puente alude a un arco iris mitológico que debía facilitar a los hombres el acceso a la morada de los dioses.

Uno de los templos montaña

Una imponente hilera de demonios sostiene una de las serpientes

Una de las entradas a Angkor Tom una ciudad dentro de la ciudad

Delírio daliniano

Fantásticas y enormes tallas en piedra

Para llegar al centro del templo, el espacio más sagrado reservado solamente para las máximas autoridades religiosas y el rey-dios, hay que atravesar varios recintos amurallados. En el caso de Angkor Wat el muro exterior mide un kilometro y medio por un kilometro ochocientos , luego está el foso y un segundo muro sobre el interior del cual se extiende una finísima muestra de bajorrelieves que mide ochocientos metros.

Un tramo de las galerías de bajorrelieves

Cuando te acercas al interior es común en muchos templos que las paredes estén cuajadas de Apsaras, unos personajes que representan el ideal de belleza femenina y que nacían exclusivamente para placer de los héroes Khmer y hombres santos. Algunas parecen recién esculpidas y todas presentan fantásticos peinados y vestidos.

Bellísimas apsaras

Por fin se llega al lugar más importante subiendo a empinadísimas escaleras que debían insinuar lo difícil que era acceder al Dios mismo. Las torres centrales tienen diferentes acabados, la de Angkor Wat tiene forma curva piramidal con las aristas rematadas en unas estilizadas esquinas como si fueran llamas, pétalos de flor de loto o alguna otra alegoría que desconozco.
A pesar de la grandeza de los espacios a mí me llamó mucho la atención que en Angkor todos los templos tienen pasillos muy estrechos porque no conocían los contrafuertes y otros descubrimientos posteriores para poder elevar los techos y ensanchar las galerías sin que se desmorone la construcción. Esto da un aspecto muy peculiar a las bóvedas que tienen un acabado tosco aunque permiten apreciar el esfuerzo que tuvo que suponer montar ahí esos bloques de roca que habían sido traídos aquí en carros de bueyes desde canteras a más de cincuenta kilómetros.

Las torres de Bayon tiene esculpidas la cara de Avalokitesvara, la divinidad
budista de la compasión, pero con los rasgos del rey que lo mandó construir

Vista general de Bayon

Nosotros teníamos una entrada de tres días así que el tercero decidimos cogernos unas bicis y acercarnos a otro grupo de templos que estaba a unos dieciséis kilómetros de Siem Riep y continuamos visitando a otro ritmo.

La terraza de los elefantes
Edificaciones en ladrillo en el grupo de templos de Roluos

Perdonad que haya intentado resumir lo irresumible pero, insisto, es que no se puede contar ni el uno por ciento. Angkor Wat es increíble, no te aburres ni un minuto, todo es tan grande y hay tantos sitios para ver que ni en dos semanas podrías ver todos los templos. Si hay una visita que recomiendo totalmente, sin dudas ni reservas es Angkor. Los camboyanos y camboyanas son muy lindos y la peleilla turística por unos dólares se te olvida en seguida cuando pones tus pies en esta joya de la humanidad.

Un visitante se toma un merecido descanso entre las ruinas


Antonio también se toma un descanso en el masaje de pies con peces

Gracias por esperar y gracias por seguir ahí. En esta ocasión quiero mandar un saludo muy especial a Juanfra, el seguidor que de manera más constante comenta nuestras entradas. Te queremos Juanfra y nos alegramos de que estés viviendo una época tan bonita en tu vida, muchos besos.

Andrés

martes, 10 de agosto de 2010

10 de agosto de 2010, ¿hay alguien ahí?

Y tras unos días de relax en Savannaket nos dirigimos de nuevo al sur. En este viaje nos volvieron a acompañar Jake y Rosie, que tras investigar la misma guía de Laos que nosotros, decidieron Tat Lo como su próximo destino. Si al final todos los guiris acabamos haciendo la misma ruta, o parecida… y nos creemos aventureros o algo así, ja, ja. Lo de ser viajeros independientes está muy bien, pero al final todos vamos con nuestra guía debajo del brazo. Más adelante Jake y Rosie tomarían un ritmo más frenético y nos dejarían atrás. Nosotros, a estas alturas de vuelta al mundo, ya vamos más tranquilitos.

Decidimos hacer nuestra siguiente parada en Tat Lo, entre otras cosas porque un guiri francés, que nos encontramos en la Cameron Highlands en Malasia, nos lo mencionó como un paraíso en el que tuvo que quedarse unos cuantos días porque le cautivó completamente. Pero en la Loly no ponía nada de otro mundo; algo así como un paraje rural entre varias aldeas por las que discurría un río con varias cataratas. Las actividades para hacer eran pocas aparte de pasearnos por las aldeas y saltos de agua, aunque tendríamos finalmente la oportunidad de montar en elefante, algo que habíamos ido dejando para otro momento desde nuestros días en la India.

Para llegar a Tat Lo pudimos evitar los, a estas alturas tan temidos, sawngthaew, esos camiones endemoniados con tablas por asientos. Tomamos un autobús dirección Pakse, la siguiente población importante al sur y también a orillas del Mekong, y desde allí otro dirección este. Por último habría que conseguir un medio de transporte desde la carretera principal, donde el segundo autobús nos abandonaría, y que nos llevara a la aldea de Tat Lo. Un camión con unas sillas de jardín sería suficiente para un trayecto de unos escasos cinco minutos.

Tat Lo resultó no ser nada, unas cuantas casas tradicionales esparcidas alrededor de una carretera de tierra roja. Eso sí, no le faltaba nada en lo que se refiere al Laos más rural, gallinas por todo lados, cochinos con sus guarrinos chicos, niños en pelotas o no correteando de aquí para allá en pandillas, aldeanos en moto o bici a 10 por hora etc. Tuvimos la suerte de no encontrar habitación en la, tan afamada entre los turistas, casa de huéspedes de Tim, y es aquí donde Tat Lo nos sorprendió con una cabaña de madera en el hostal de al lado. Concretamente una cabaña asomada a un río cuya agua caía por una catarata y se ensanchaba formando un pequeño lago frente a nuestra balconada. Desde allí tendríamos la oportunidad de dejar pasar las horas observando la vida local, los niños jugando y bañándose mientras otros hacían la colada, otros pescaban lanzando sus redes en los recodos de aguas más tranquilas, o simplemente cruzaban de una orilla a la otra por el rudimentario puente.

¡Y al día siguiente por fin nos paseamos en elefante! Eso sí, primero esperamos media horita a que los paquidermos se pegaran una duchita en el río mientras nosotros los observábamos desde la terraza del hotel que los empleaba. Evidentemente teníamos que hacer el trekking en elefante -sobre todo estando en Laos, país que fue llamado inicialmente “reino del millón de elefantes” por su primer fundador, aquel camboyano exiliado y que unificó todo el territorio bajo su mandato-, aunque la actividad tiene más de curioso que de excitante o divertido. Eso sí, fue un agradable paseo de una horita en el que primero cruzamos un tramo de selva hasta avistar una catarata en el río, y luego nos acercamos a una aldea cercana para atravesarla a lomos del enorme animal. La verdad es que fue algo surrealista andar ahí montado encima del elefante entre las casas de madera donde los vecinos hacían su vida normal; creo que en este caso la atracción éramos más nosotros para ellos que al contrario, más aún cuando Andrés y yo, sentados en nuestra cesta de mimbre, sujetábamos sobre nuestras cabezas sendos paraguas negros a modo de parasol, ¡qué monos! Siento no tener fotos de esta estampa pero claro, llevábamos nosotros la cámara y era imposible autorretratarnos encima del elefante con nuestras sombrillas.

Ya de vuelta volvimos a atravesar la masa forestal. Y una cosa que yo no sabía hasta ahora es que por lo visto los elefantes nunca se caen. Pensándolo bien, nunca he visto esa imagen, y no me extraña que sea así porque con ese peso un jardazo del animal puede ser fatal. Observamos cómo el animal se asegura bien antes de poner el pie en terrenos resbaladizos, charcos o rocas, y para ello se toma su tiempo y anda con una calma extraordinaria. Mientras pensaba todo esto nuestro animal pegó un traspiés con una de las patas traseras, lo que hizo que sufriéramos un vapuleo y se nos pusiera el corazón a mil en décimas de segundo… hasta el jinete del elefante, que dirigía el animal sentado en su cuello y con los pies tras sus orejas, hizo un gesto de quitarse el sudor de la frente tras el susto. No quiero pensar lo que podía haber pasado, sigamos pensando que los elefantes nunca se caen, más aún cuando además nuestro seguro de viaje no nos cubre una actividad de riesgo como esta. Evidentemente los ocho euros que pagamos cada uno por el paseo no incluyen una posible indemnización en caso de accidente.

De vuelta en la aldea nos apertrechamos de unas mazorcas de maíz y unas frutas para sentarnos en nuestra terracita y ver pasar la tarde. Ese mismo día Jake y Rosie habían decidido darse un paseo río arriba, ya que ellos ya habían tenido la oportunidad de montar en elefante y además tendrían que abandonar la aldea al día siguiente. Disfrutando de nuestras viandas observábamos cómo una pandilla de niños había decidido acompañar a tres guiris que se estaban bañando frente a nuestra cabaña, aunque con tanto jaleo que armaban más que acompañarlos les estaban dando la tarde. Cuando de repente:

-¡Hola! ¿Qué tal? ¿Cómo estáis?- nos imperaba una de las guiris en español.

-¿Quién es?-le preguntaba a Andrés, yo que no veo mucho de lejos y menos cuando va escaseando la luz. Recordadme por favor que vaya a graduarme de nuevo de vuelta en España, que después de diez años de ponerme las gafas y no revisarme además de una corrección de la vista me hacen falta unos cristales decentes.

-¡Ahhh!, creo que son las niñas de Kuala Lumpur- me comentaba Andrés a la vez que saludaba con gestos sin estar seguro del todo de la identidad de las dos chicas y el chico que las acompañaba.

Y sí, resultaron ser Susana y Gaëlle, española y francesa que conocimos en el bus al aeropuerto de Kuala Lumpur cuando íbamos a coger nuestro vuelo a Vientiane. Ellas volarían a Phnom Penh, capital de Camboya. Y la verdad es que no se cómo no se escondieron de nosotros, porque le dimos el viaje contándoles, durante una hora de trayecto sin parar, todas nuestras aventuras y desventuras por tierras indias. Vamos, poco más o menos lo que hemos hecho con el blog y vosotros pero concentrado en una hora de autobús. ¡Qué espanto! ¡Qué tíos más coñazo con la India! Pronto estábamos sentados con ellas en la orilla del río contando batallitas y comiendo rambutanes.

Esa noche cenamos con Rosie y Jake, quienes nos contaron su caminata del día y que nosotros repetiríamos al día siguiente, y nos despedimos finalmente de ellos. Esperamos tener la oportunidad de verlos de nuevo ya que han sido una pareja encantadora con la que compartir unos días de viaje y unas cuantas cervezas. Al día siguiente alargamos nuestro desayuno en compañía de Susana y Gaëlle, y finalmente salimos a pasear en lo que resultó ser una excursión masiva: nueve guiris en total, dos francesas jipilonas un poco cortadas o con poca idea de inglés, no sé exactamente qué les ocurría, un neozelandés de piel morena que debería ser descendente de maoríes o de aborígenes de alguna isla del Pacífico, una pareja alemana que habíamos conocido hacía dos días en el autobús de Savannaket a Pakse, Susana y Gaëlle y nosotros dos. Todos hablando unos con otros, siguiendo un sendero paralelo al río y sin mucha idea de dónde íbamos, sólo teníamos unas breves indicaciones de Rosie y Jake. Primero habríamos de llegar a unas cataratas, y pasadas éstas atravesar una aldea para luego continuar andando por campos de arroz hasta un segundo poblado. Más allá quedaría una catarata enorme pero seca, ya que la presa construida río arriba controla el flujo de agua para producir energía hidroeléctrica. El primer salto de agua precioso, aquí tenéis la foto.

De lo más auténtico fue la llegada al primer poblado. Nosotros desembocábamos en la aldea desde un camino de vegetación bastante densa y de repente, se abrió un claro en la selva y nos encontrábamos entre las primeras casas construidas con madera y hojas de palmera. No se veía gente ni había ruido, por lo que al avanzar en relativo silencio aquello parecía la llegada de unos exploradores a un pueblo no contactado, salvando las diferencias claro. Pronto nos encontramos en el medio de una plaza de tierra sobre la que se disponían las casas en disposición más o menos circular, y comenzamos a observar la vida de la gente de la aldea, los animales sueltos, y una pandilla enorme de niños y niñas de muy distintas edades jugando y armando jaleo. Allí que nos paramos un rato y un aldeano jovencito se me acercó para ofrecerse, por unos kips (moneda de Laos), a guiarnos a la siguiente aldea a través de los campos de cultivo. Aunque rechazamos amablemente su ofrecimiento y por tanto le negamos el dinero, le proporcionamos algunos cigarrillos. A pesar de todo el chico fue muy amable desde el principio, no dejó de sonreír en todo el rato y finalmente nos indicó cómo continuar nuestra ruta. La gente de Laos es por lo general encantadora, tienen muy buen sentido del humor y son muy relajados, más aún en zonas rurales como esta. Son sin duda lo mejor del país, y no exagero.

En el final de la excursión nos dio tiempo a desorientarnos en los campos de arroz y otras verduras, hacernos fotos, y encontrarnos con un agricultor que pese a sus gritos iniciales al invadir su parcela acabó guiándonos a la siguiente aldea. De nuevo más niños, más risas con ellos, algunos bailoteos y culebra-culebra para hacerles gracia y vuelta a Tat Lo, pero esta vez por la carretera, que aunque menos bonito era más corto.

Nuestra siguiente parada sería Champasak, pueblo más al sur y al otro lado del Mekong es decir, en la orilla oeste. Para ello volvimos a Pakse con Susana y Gaëlle donde nos despediríamos, ya que ellas se dirigían a Tailandia y nosotros continuamos al sur de nuevo en otro sawngthaew. En Champasak había poca cosa que hacer, y básicamente lo habíamos incluido en nuestra ruta para visitar las ruinas de un templo khmer de la época de Angkor. Os explico. Los khmer son los habitantes de Camboya y por tanto, la cultura khmer, el idioma khmer y así sucesivamente, es todo lo que se refiere a Camboya y sus habitantes. En su día, aproximadamente entre los siglos IX y XV, el imperio khmer ocupaba la mayor parte de Tailandia, Laos, y el sur de Vietman. Por lo tanto controlaban gran parte de la costa de la península de Indochina y el cauce del Mekong desde su desembocadura, actualmente al sur de Vietnam, hasta la frontera norte con China. Pero antes de esta época dorada, en la que se construyeron los templos de Angkor cerca de la ciudad de Siem Reap, ya existían pequeños imperios que precedieron al gran imperio khmer, concretamente los de Funán y Chenla, que estarían emplazados en el sur y centro de la actual Camboya. Y con todo esto lo que quiero decir es que, básicamente, en la cultura Khmer se diferencian dos periodos: el periodo pre-Angkor y el periodo Angkor; algo así como nuestro antes y después de Cristo, vamos. Y ¿a qué venía todo esto? Pues volviendo a nuestra parada en Champasak, Laos, allí visitaríamos las ruinas de Wat Phu, un templo construido por el imperio khmer en la época de Angkor; de hecho este templo estaría comunicado directamente con Angkor, en Camboya, por una calzada que uniría las dos ciudades. También es importante saber que la religión que practicaban los khmer en su día era el hinduismo, aunque con algunas incursiones en el budismo. Todavía no tengo muy claro cómo ni por qué se pasó de un culto mayoritariamente hinduista a la práctica del budismo, y menos aún cuando se supone que el budismo de aquel entonces era budismo Mahayana, de la ruta grande (norte) del Himalaya y Nepal, China, Corea y Vietnam, cuando hoy en día es Theravada, de la ruta pequeña (sur) desde Sri Lanka y Birmania a Camboya y Laos.

Acerca de las ruinas de Wat Phu que fuimos a visitar en Champasak os puedo decir, como curiosidad, que es un templo que se construyó en la falda de una montaña que se consideraba sagrada. Y esto era así porque los khmer afirmaban que tenía forma de linga, ¿y qué es un linga? Pues una pilila, pene o falo, como queráis llamarlo. Concretamente los hinduistas adoran el linga de Shiva, y es muy común encontrar piedras enormes talladas con forma fálica en los templos. En el de Champasak, un enorme Shiva linga en el centro del templo se utilizaba para verter sobre él el agua del manantial de la montaña con forma de linga, valga la redundancia, y luego repartirla por un sistema de canalización a los campos de cultivo de los alrededores. Así éstos ganarían en fertilidad, evidentemente. El templo estaba en el nivel más alto del complejo, y a él se ascendía tras pasar entre las reservas de agua ya beatilingadas, y atravesar algunas construcciones en niveles intermedios de las que no se conoce con certeza su primitiva utilidad. En el templo hoy día sólo se pueden observar varias estatuas de Buda que sirven de culto y que quedan en el centro de las antiguas paredes del templo. Alrededor del complejo se alojan varias piedras talladas con formas curiosas, como un elefante, un cocodrilo o una huella de Buda. Aquí os pongo las fotos, las dos primeras de la calzada de ascensión al templo y las otras tres de las piedras de los alrededores.

La verdad es que las ruinas estaban bastante hechas polvo, aunque actualmente están siendo reconstruidas y restauradas con la ayuda de profesionales internacionales. Por lo que más mereció la pena fue por las vistas, ya que al encontrarse en la falda de la montaña se podía ver el maravilloso paisaje que se extendía frente a nosotros con el Mekong de telón de fondo. Una pena no tener una buena foto que refleje la belleza de los campos de arroz salpicados con árboles y palmeras, pero es que no se puede triunfar siempre en esto de la fotografía. De vuelta en bici a Champasak, por supuesto con nuestros paraguas en una mano para refugiarnos del sol a la vez que pedaleábamos, pudimos parar para fotografiar un campo de flores de loto. A etas alturas ya hemos probado las raíces de la flor de loto en ensalada así como los frutos, que si os fijáis bien en la foto son una bolitas que quedan atrapadas en lo que se asemeja a una alcachofa de ducha. Las flores se cortan y utilizan como ofrendas en los templos budistas, ya sabéis, para eso de reencarnarse con mejor fortuna.

Y desde Champasak, donde pasamos un par de noches en el hotel más barato que hemos pagado hasta ahora, dos euros la noche, nos dirigimos en minivan al último punto de nuestra ruta por Laos, las islas de Si Phan Don, también conocidas como las famosas 4000 islas del Mekong. La fama les viene, además de por ser un paraje paradisíaco en medio de las aguas marrones del Mekong, por ser el sitio ideal para descansar alojado en cabañas de madera sobre el río y disfrutar de prolongadas siestas en las tan comunes hamacas. Aquí cada casa tiene unas cuantas y parecen ser esenciales para disfrutar de el ritmo d vida más relajado que jamás he visto. Nosotros por supuesto nos apuntamos, aquí una foto.

Y aunque no haya nada que hacer, una parada en Si Phan Don es estrictamente necesaria para todo visitante de Laos. El paraje es muy especial, y no sé si son realmente 4000 islas, aunque seguro que son muchas. Infinidad de trozos de tierra grandes y pequeños repletos de vegetación que descansan entre los miles de brazos en los que se divide el enorme río. Es como un delta infinito pero a cientos de kilómetros del mar. Aquí os añado una fotos de las vistas desde nuestra cabaña, la segunda de una puesta de sol.

Y aparte de cuidarnos, dormir y descansar, cambiar cena por cerveza alguna que otra vez y hartarnos de comer, también nos dimos un paseo en bicicleta uno de los cuatro días que en total estuvimos en la isla de Don Det. En concreto esta isla está unida a la isla de Don Khon, más al sur, por un puente de piedra sobre un brazo del Mekong que corre vertiginosamente hacia una enorme cascada. De nuevo en bicicleta recorrimos los caminos de piedra y tierra de las islas, explorando las zonas más rurales y huyendo de la concentración de casas de huéspedes al norte de la isla de Don Det donde nos alojábamos. A pesar de haber muchos hostales y restaurantes acumulados en un mismo punto, esto dista enormemente de Lloret de Mar o Torremolinos, con lo que esperemos por muchos años siga siendo un pequeño paraíso en el sudeste asiático. Por último os enseño unas fotos de la excursión, la primera una foto obligada para que entendáis por qué la gente local se ríe de nosotros cuando vamos de paseo, y la segunda y tercera fueron fotos que nos sacamos en los alrededores pedregosos de la cascada que fuimos a visitar.

Y hasta aquí las historias de Laos, un país que sin duda es el que más me ha cautivado en lo que llevamos de viaje. Recomendamos cien por cien una visita a esta joya del sudeste asiático, sobre todo mientras el turismo sea tan tranquilo como hasta ahora, y antes de que el gigante chino acabe con sus bosques a cambio de carreteras de asfalto y estructuras de hormigón. Sin más os dejo, deseando que todos estéis pasando unas estupendas vacaciones. Os echamos mucho de menos y, por cierto, ya podemos asegurar que cruzamos el charco, pero no el pequeño sino el grande, el Pacífico. ¡Ya tenemos billete! Ahora sólo nos falta ahorrar un poco más para poder volver a casa desde allí pero… ¿a qué casa? ¡Ay por Dios! Dejemos de pensar en esto ahora, ya resolveremos la papeleta. Muchos y enormes besos.

Antonio

domingo, 1 de agosto de 2010

Regreso a Vientiane y Laos centro

¡Hola queridas/os! A estas alturas de canícula no esperamos una audiencia abrumadora, pero igual queda algún fiel seguidor, sí Mari Asun que sé que estáis ahí, así que aquí estamos de nuevo. Muchas gracias por seguirnos, de verdad, vuestra compañía virtual se nos hace muy cálida y amortigua en parte la lejanía de vuestras presencias. Perdonadme si muestro un tono algo afectado y rimbombante, es que me he tragado dos novelas seguidas de Jane Austen, me encanta.

Con Antonio nos habíamos quedado en el regreso a Vientiane por carretera en sustitución del trayecto en barco que pensábamos hacer. Una vez de regreso en la capital de Laos, no queríamos permanecer demasiado tiempo, pero antes de partir hacia el sur hicimos una visita que considerábamos muy importante. Se trata de COPE, una organización que se dedica sobre todo a ayudar a víctimas de accidentes relacionados con material explosivo. También ofrece su apoyo a personas que hayan perdido de alguna extremidad en otro tipo de accidente o a causa de alguna enfermedad. Tienen una exposición permanente con explicaciones sobre las bombas y la peligrosa relación de dependencia que la población rural guarda con ellas, una muestra del trabajo que realizan como ortopedas y rehabilitadores, vídeos y fotografías contando la historia de algunas víctimas y una sala con documentales. Nosotros vimos uno muy interesante sobre los trabajos de detección y desactivación de bombas por un equipo australiano que estaba seleccionando y formando a nuevos técnicos de entre la población local.

Entre los años 1965 y 1975, el gobierno de los EEUU bombardeó Laos con 2.093.100 toneladas de material explosivo durante 580.944 salidas aéreas según datos oficiales, un promedio de un vuelo cada nueve minutos. Eran bombas de racimo que estaban pensadas para abrirse antes de tocar tierra y desparramar unas trescientas o cuatrocientas minibombas (aquí les llaman “bombis”) que a su vez escupían incontables partículas de metralla al contacto con el suelo, una auténtica filigrana. Por suerte o desgracia el material debía tener alguna laguna en su diseño, y se calcula que un nada desdeñable 30% de los artefactos no funcionó bien en su momento, con lo que yace semienterrado en los campos de casi todo Laos; lo malo es que aunque en su día no funcionaran, todavía pueden hacerlo. El coste económico de semejante campaña fue de unos dos millones de dólares al día durante ¡nueve años! de fuegos artificiales a lo largo de toda la geografía del país. En cuanto al coste en vidas al parecer nadie sabe cuánta gente murió entonces, pero el asunto es que siguen muriendo personas y otras sufriendo terribles mutilaciones cuarenta años después.

En áreas rurales con los recursos limitados a la pequeña producción agrícola y la ganadería doméstica, la búsqueda y venta de la chatarra procedente de las bombas, sobre todo por niños, constituye una entrada económica muy superior a cualquier otra. Así, entre el desconocimiento relativo del peligro potencial de la chatarra y la necesidad económica de estas comunidades, el tema parece obviarse y nadie impone un remedio definitivo. De vez en cuando mueren cuatro o cinco chiquillos, pero me imagino que todos pensarán que a sus hijos no les va a ocurrir, así que los padres cruzan los dedos cuando los niños salen, y ponen la mano cuando regresan. El gobierno no parece dispuesto más que a lanzar una campaña educativa de vez en cuando, de un modo u otro hay un sector de la población que remienda sus miserias con este cambalache y, pensando fríamente, la administración busca el bienestar del pueblo ¿no? Además los intermediarios de la chatarra, que ganan una buena cantidad de dinero, están bien organizados y supongo que dejarán un porcentaje de esa ganancia en el bolsillo de algún ministrillo. O sea que entre las autoridades se impone la ceguera por encargo, ¡qué cosa tan común!

Las ayudas de otros países para la localización y desactivación del material explosivo van haciendo lentamente su tarea pero, según el ritmo actual, pueden tardar cien años más en acabar con el último rastro. Los Estados Unidos, contradiciendo su espíritu magnánimo, sólo aportan unos seis millones de dólares al año, lo que solían costar los bombardeos de tres días. Se conoce que no están muy arrepentidos.

Yo intentaba entender por qué Estados Unidos tenía ese afán de bombardear Laos, cuando quedé pasmado al saber que el país había sido declarado neutral en la conferencia de Ginebra en 1954. En dicho acuerdo se prohibía la presencia de militares extranjeros en su territorio. ¿Entonces? Bien, resulta, según la versión “más oficial”, que en esos momentos USA estaba en pleno delirio de Vietnam y los vietnamitas del norte (los malos y comunistas) pasaban al sur (los buenos, aliados con EEUU, claro) utilizando la conocida como “Ruta Ho Chi Minh”, que cruzaba Laos casi de norte a sur por el este. Yo no sé cuántos vietnamitas utilizaban dicha ruta, pero da la sensación de que Estados Unidos reunió a su consejo de sabios para inventar lo de matar moscas a cañonazos.

A mí me da que algún amigo del presidente estadounidense le había ofrecido a éste unas nuevas bombas último modelo que estaba fabricando, así que la Casa Blanca no lo pudo resistir y compró 260 millones de unidades, no se fueran a acabar. Cuando recibieron el pedido se montaron una ciudad secreta dentro del territorio de Laos (¿habíamos dicho conferencia de Ginebra o que no falte la ginebra?) para tener una base y un aeropuerto bien localizados y ¡ala, a ver quién es el guapo que se atreve a pasar por la mencionada ruta!

Como acompañamiento de fondo, parece que los estados los EEUU apoyaban desde hacía ya algún tiempo al ejército monárquico de derechas en la conocida como “Guerra secreta” de Laos, contra los comunistas de izquierdas, claro. Así las cosas, tuvieron que repartirse las bombas entre la ruta Ho Chi Minh y algunos objetivos políticos en el norte del país.

Aquí tenéis un mapa con un punto rojo por cada misión de bombardeo (hagan zoom)

Este es un resumen incompletísimo de lo que pasó, ya sabéis que donde estén los americanos hay espionaje, contraespionaje y encaje de bolillos. Al final, EEUU salió con el rabo entre las piernas de Vietnam y en Laos ganaron los comunistas, entonces ¿para qué sirvió tanta bomba? Me imagino que el fabricante de armas acabaría de juntar para la entrada de un pisito.

Siento haber tenido que incluir una lección de historia en tiempo de vacaciones, pero es que nosotros nos quedamos perplejos con las cositas de los Estados Unidos.

Y de Vientiane poco más, porque al siguiente día salimos hacia el sur. Queríamos visitar Kong Lo, una cueva que está en el centro del país y que según las guías era una de las más impresionantes que se pueden visitar por aquí. Cogimos un autobús y en unas horitas de nada estábamos en una aldea pequeñita ,Ban Na Hin, que la mayoría de la gente visita sólo para hacer la excursión de la cueva y dónde no había mucho que hacer. Así que tuvimos tiempo para unos paseítos y unas BeerLao.

En el camión que cogimos el día siguiente para ir a la cueva de Kong Lo conocimos a Rosie y Jake, una pareja de ingleses de veintitantos años que llevaban un año viviendo en Ho Chi Minh City (antigua Saigón), Vietnam. Ella trabaja como profesora de inglés para niños en proyectos solidarios y él como arquitecto en prácticas para clientes que le vuelven loco con el Feng Shui. Os los presento porque seguiremos juntos de viaje durante algunos días.

Vistas desde el camión camino de la cueva

Algunas cabañas típicas

El verde fosforito de Laos

La cueva es un hueco que el río ha ido horadando en la roca, me imagino que a lo largo de diezmiles y diezmiles de años, hasta conseguir un túnel de siete kilómetros y medio por el que el río discurre con algo de prisa pero sin peligro. Gracias a ello se puede navegar por todo el trayecto y cruzar de un lado a otro de la montaña. De hecho los locales lo utilizan como vía de comunicación cotidiana, cada día cruzan barcas con pasajeros que cargan con sus sacos de grano y sus bolsas de mazorcas y verduras para la semana.

Antonio en la entrada de la cueva

El interior de la cueva está sumido en una infinita oscuridad, huelga decirlo, y a pesar de que llevábamos linternas había zonas en que no servían de mucho, ya que las bóvedas llegan a alcanzar hasta cien metros de altura y noventa de ancho. Las barcas son para tres turistas, así que no pudimos viajar con nuestros recién adquiridos compañeros, Antonio y yo íbamos en una canoa fragilísima con un vigía al frente y el piloto detrás. Al comenzar la travesía teníamos algo de cachondeíto, porque todo parecía la típica atracción turística cargada de expectativas pero que luego se queda en poco más que una rascadeta de butxaqueta (butxaca=bolsillo en catalán). En cuanto avanzamos los primeros cientos de metros nos fuimos quedando calladitos. La sensación era sobrecogedora, había un insistente murmullo de agua que el eco multiplicaba hasta darte la sensación de que no ibas a tardar mucho en caer por la catarata. El motor del barco embarullaba el encanto y ahuyentaba el pequeño cosquilleo de inseguridad, pero no habría sido práctico remar a contracorriente por evitar el ruido por muy romántico que yo lo hubiera encontrado a priori.

Yo me imaginaba en una novela de exploradores, o la de Verne del viaje al centro de la tierra, o no, mejor, esas películas que ridiculizan a las osadas señoras que se atrevieron a acompañar a sus maridos en sus expediciones con complicados vestidos e insuficientes comodidades… ¡Walkin! ¡Walkin! ¿Qué? ¡Walkin! ¡Walkin! El conductor de la canoa me sacaba a gritos de mi ensoñación para ponerme los pies en la tierra, bueno, en el agua, porque había que sortear un pequeño desnivel bajando de la embarcación y caminando unos metros. Esto se convertirá en algo habitual en el resto del trayecto. Antonio había decidido traer los zapatos porque resbalan menos y, claro, fue haciendo chop-chop hasta que volvimos al hostal, je, je. Cuando caminábamos la corriente nos trastornaba los andares y yo iba como una mari torpe el día que la llevaron a Guadalpark , exclamando y perdiendo el equilibrio a cada paso por la fuerza del agua. En una de las paradas los guías encendieron unas luces y nos dieron un pequeño paseo por un hueco de la cueva que tiene algunas estalactitas y estalagmitas. Pero las formaciones calcáreas no son el fuerte de esta gruta, así que yo estaba deseando volver a la barca para seguir imaginándome absurdeces de las mías.

Este soy yo cuando dimos el paseo por la gruta iluminada

Disfruté muchísimo con las gotitas que caían del techo e incluso con alguna buena ducha que el timonel acostumbra a utilizar como nota cómica para el viaje y aportar algo más de emoción. Cualquier cosa añadía interés a mis pensamientos. Por lo visto el túnel sirvió como refugio de guerra en alguno de los capítulos negros de la historia de Laos y mi mente melodramática estaba en plena lucha para no pensar demasiado en ello cuando sobrevino el final del trayecto. Detrás de la última curva comenzamos a ver luz natural y al girar llegamos a una amplia sala cuyos últimos metros de oscuridad en degradé enmarcaban la salida. Una preciosa abertura de diez o quince metros de altura rodeada de un verde brillantísimo que me invitó a descubrir que había tenido la respiración levemente contenida desde la última vez que vi el cielo. En la salida al exterior hubo algo de regocijo pero al navegar otros veinte metros ya estaba deseando volver a entrar. Por suerte había que desandar lo andado por el mismo camino, y tras veinte minutos concedidos al enfriamiento del motor y a la imperiosa y unánime necesidad de los guías de nuestra barca y la de nuestros amigos de fumarse el cigarrito, volvimos a la caverna, esta vez a favor de la corriente.

La entrada de la cueva

Me encantó la experiencia, el barquito era incómodo y el motor te ponía la cabeza loca, pero son dos cosas que ya he olvidado por completo, ahora sólo recuerdo nuestros puntos de luz errando por las paredes y los techos como luciérnagas locas, la intimidación de esa espesísima oscuridad, y el interés con que intentaba imaginarme el tiempo y la paciencia que ese pequeño torrente había empleado para crear esta vía. Habíamos atravesado el tubo digestivo de la ballena y estábamos a salvo, habíamos bajado al corazón de la tierra y podíamos contarlo, había sido, en definitiva, una aventura preciosa y un regalo para mi imaginación.

Emmmm, bueno, un poquito cursi sí que ha quedado al final, pero es que si no hago un poco de pastel vais a creer que soy un insensible, siempre contando crónicas irónicas.

Reanudando el camino al sur nos detuvimos en Savannakhet, una ciudad desde la que se puede ver Tailandia al otro lado del Mekong. De atractivos turísticos no parecía que fuéramos a encontrar el oro y el moro, pero es que teníamos que parar porque la mismita noche que llegábamos era la final del mundial y, claro, era mejor parar en una población grandecita para tener más posibilidades de encontrar un bar con pantalla gigante o tele en la habitación. Rosie y Jake se unieron con nosotros y viajamos los cuatro en un camión revientaculos (perdón) desde Ban Na Hin, la aldeíta de la cueva. Al llegar nos pusimos a buscar hostales y en el primero que visitamos conocimos a Kevin, un chico francés estudiante de medicina que estaba haciendo unas prácticas en un hospital de la ciudad. Luego en nuestro alojamiento definitivo comprobamos con alborozo que las habitaciones tenían tele y nevera, con lo que si no encontrábamos un bar que fuera a estar abierto para la final podríamos verla en la habitación.

Efectivamente, en Laos hay una especie de toque de queda a las 23:00 y después de preguntar durante un buen rato en todos los bares que vimos con tele, parecía que ningún local nos iba a dar el gusto de apoyar a la roja, de modo que tuvimos que comprar quince botellas de dos tercios de cerveza y ¡marchando para la habitación! Cuando llegamos nos dimos cuenta de que eran las 22:00 y que faltaban tres horas y media para empezar el partido, bueno, pues nos vamos a la calle hasta que cierren los bares. A diez metros del hostal había un bar con terracita muy agradable, pero el camarero nos invitó a pasar dentro, un local con aspecto muy occidental y con ¡¡¡PANTALLA GIGANTE PARA VER LA FINAL DEL MUNDIAL!!!! ¡Maldición! ¿Y ahora qué? Evidentemente al comparar, decidimos quedarnos en el bar y ya si eso en días posteriores iríamos reduciendo el stock alcohólico que habíamos almacenado en nuestra nevera.

El camarero iba a hacer la foto pero le vi torpe,
aunque monísimo y encantador, y preferí que saliera él

El bar tenía una atmósfera rarilla, pero nos dimos cuenta de que lo único fuera de lo habitual era que los parroquianos eran travestis y mariquitas, mira tú qué jocosa coincidencia. Al principio Jake parecía no tenerlas todas consigo pero en seguida nos desinhibimos coreando burradas futbolísticas en inglés y en español al más puritito estilo hooligan que él nos enseñó muy bien. La noche fue muy graciosa, no parábamos de hacer payasadas y reír, Antonio intentaba convencer a nuestra travesti favorita de que no animara a Holanda, pero es que a ella le gustaba el color naranja y contra eso no hay argumentos patrios que valgan. Tuvimos tiempo, por lo infinito del partido, para ponernos nerviosos, emocionarnos, luego Rosie se fue a dormir antes de la prórroga, y al final ya queríamos que acabara como fuese porque estábamos muertos de cansancio.

Casi todos con la roja

Esta es la seguidora de Holanda, era muy graciosa

Y ¿sabéis? ¡Ganó España!

No os imagináis cuántas felicitaciones nos quedan aún por recibir cada vez que digamos que somos españoles. En general el mundo está loco por el fútbol, pero que en Laos se sepan la plantilla, o como se llame la lista de los que juegan, del Barça, a mí me parece digno de mención. Nuestra amiga Cristina Gamell que es guapísima y está viviendo en Melbourne describe el acontecimiento de un modo muy elocuente: “…al día siguiente, hasta los compañeros del laboratorio con los que nunca hablo se acercaban a felicitarme, ¡era como mi cumpleaños!”. Maravillas del deporte, fíjate. ¡Un beso Cristina! Y ¡felicidades!

Al día siguiente hicimos poca cosa porque teníamos que descansar, el partido terminó sobre las cuatro de la mañana y nosotros no nos acostamos nunca más allá de las once. Vaale, bueeeno, y que teníamos una resaca considerable también. Dimos un paseíto por el Mekong y por la tarde nos tomamos unas cervezas de nuestra nevera con Rosie y Jake y Kevin y su otro amigo francés estudiante de medicina en prácticas. Otra vez nos acostamos tarde, seguíamos de celebración.

Un día más en Savannakhet y teníamos que hacer algo que no tuviera relación con la roja ni con la cerveza así que nos fuimos a conocer algún templo. De los pocos que había nos atrajo uno en que tenían un taller donde fabricaban estatuas de Buda en serie con unos moldes enormes y mucho cemento. Normalmente los monjes son bastante tímidos pero esa tarde todos querían salir en la foto, casi que me junto con un equipo de fútbol, pero estos irían con Holanda, como nuestra amiga del bar.

Naranjito fútbol club

Taller de fabricación de budas de cemento

Al salir del templo nos encontramos con nuestros amigos ingleses paseando y decidimos ir los cuatro al museo provincial, mejor hubiéramos ido a tomar una cerveza. El museo era lo más ingenuo que he visitado en mi vida, tenían fotos de los objetos de la exposición, pero no había objetos. A mí me parece muy naïf y entrañable, pero es que nos quedamos como la que se tragó el cazo, porque además las explicaciones sólo estaban en lao.

Luego quedamos con Kevin que es aficionado al funambulismo y se había traído la cuerda. Al principio nos dijo que se la llevaba porque se acercaban los niños a jugar con él, y es cierto, los chicos y los mayores que pasaban por la calle se acercaban a jugar. Pero luego, como sin querer, dejó caer que era una manera de atraer chicas. ¡Ay pillín!

Aquí salgo yo haciendo equilibrismos con la ayuda de Rosie

Esa noche, para despedirnos de Savannakhet decidimos bajar a cenar al Mekong y pasamos un rato muy agradable con Rosie y Jake en una plataforma sobre el agua, llevaba corriente ¿eh? Decidimos continuar el viaje juntos, así que al día siguiente nos fuimos juntitos a Tat Lo, a pasar unos días de cabañita junto al río. Pero eso lo contará Antonio en la próxima entrega.

Muchos besos y reitero mis agradecimientos por seguir a la escucha. Muchos besos.

Andrés.