lunes, 25 de octubre de 2010

Kunming, Xijiang, Fenghuang y Dehang, huelga decir que seguimos en China


Hola de nuevo.
Ya sabéis que estamos en ese país tan grande del que ahora se ha puesto de moda decir que es la gran potencia por explotar y bla bla bla, todo cierto. Por algunas cosas que nosotros hemos visto China tiene pinta de estar preparada para lo más grande, sin embargo nosotros nos hemos movido por zonas rurales donde se sigue recogiendo el arroz manualmente y se complementa la economía local con el turismo, mayoritariamente de visitantes chinos.
Desde Xinjie, donde nos habíamos  acercado para conocer las terrazas de arroz de Yunnan nos dirigimos a Kunming, la capital de la provincia desde donde preparamos la ruta hasta llegar a Hong Kong, la cosa quedó así: De Kunming (provincia de Yunnan) nos moveremos a Xijiang (provincia de Guizhou), más tarde a Fenghuang (provincia de  Hunan) luego a Dehang (provincia de Hunan) y finalmente a Yangshuo (provincia de Guangxi), donde os dejaré otra vez en manos de Antonio, porque de allí nos vamos a Hong Kong y esa parte le toca a él.
Comienzo así porque quería ahorrarme contar los desplazamientos y no tener que nombrar muchos sitios en los que sólo hemos parado a cambiar de tren a autobús o viceversa, e incluso algunos en los que tuvimos que hacer noche para continuar al día siguiente ya que en China las distancias son muy largas. Estos son, pues, los cuatro sitios que hemos visitado en el tramo de viaje que os voy a resumir: Kunming, Xijiang, Fenghuang y Dehang. Si no os importa contaré lo que más me ha gustado de cada sitio pero sin transiciones.
Antonio posa ante una puerta ornamental en Kunming 

Kunming
La llegada a Kunming fue memorable, veníamos de nuestra primera parada en China en un pueblito mínimo que organizaba su vida en torno, como contó Antonio, al mercado de los sábados y la sesión de aerobic de por las tardes mientras el tiempo esté bueno, de modo que el cambio nos resultó de alto contraste. Kunming es una ciudad de alrededor de 1.100.000 habitantes, aunque desde el autobús se veían tal cantidad de enormes bloques de pisos en construcción que dudábamos de estas cifras.
Llegamos a una estación de autobuses interurbanos que estaba junto a otra de urbanos de entre los cuales alguno, suponíamos, nos llevaría al hostal. Había una hilera de diez o doce andenes de los que no paraban de salir autobuses con numeritos. Nosotros no teníamos ni idea de cual nos vendría bien y por los carteles tampoco íbamos a adivinar nada ya que estaba todo en chino, claro.  Pasaba una pandillita de jóvenes con pinta de universitarios y les preguntamos si hablaban inglés, al instante el que más hablaba había sido encumbrado por empujones de todos los demás al puesto de líder de aquel intercambio cultural. En cuestión de unos minutos el chico nos había hecho una ruta con tres autobuses para que llegáramos sin caminar más de cien metros a la puerta del albergue que le señalábamos en el mapa. Para ello tuvo que hacer unas gestiones telefónicas y todo, nada que a él le pareciera demasiado esfuerzo, qué gente más linda. 
Tras sus indicaciones, nos fuimos a un cruce cercano a coger una línea que no entraba en la estación y mientras buscábamos la parada un matrimonio desde su coche nos hacía señales para que nos acercáramos. Les contamos que queríamos coger el 71, para luego trasbordar al 62 y… ¡vale, vale, subiros que os acercamos a la parada del 62! ¿cómo? ¿estamos haciendo autostop urbano en China? ¡Esto es Pekín Express! Los dos estábamos muy sorprendidos y divertidos con aquello y la pareja parecía disfrutar con nuestra presencia, aunque no pudimos hablar nada porque no tenemos ni pajolera idea de chino y ellos no hablaban inglés, no, español no saben tampoco. La legendaria hospitalidad china nos daba la bienvenida por segunda vez en cuestión de minutos. Luego la cosa continuó en la misma línea aunque fue todo más normal, cogimos un bus en el que las señoras nos decían cuantas paradas faltaban y antes de coger el último, otro chico nos dijo que no hacía falta, que andando llegaríamos en seguida y nos dio un par de indicaciones clarísimas y facilísimas.
El sitio al que nos dirigíamos era el Cloudland, un youth hostel (hostal o albergue juvenil, aunque hay gente de todas las edades) que tenía muy buena pinta y, aunque el precio nos resultaba un poco elevado, nos acomodamos en un dormitorio de seis personas por 35 yuanes cada uno, alrededor de cinco euros. Era un edificio muy luminoso y casi sin ruido de tráfico, el cielo nublado hacía que los colorines del edificio flotaran en el aire del patio de cuatro plantas sobre las mesas de ping pong y de billar que hay en el bajo. Tiene un clima extraño entre amable  y distante, quizá el más apropiado para un sitio en el que no para de pasar gente. 
A nosotros nos sienta muy bien este sitio, el clima es fresco y las habitaciones muy agradables, tienen un restaurante algo caro, sobre todo el café, pero tienen dispensadores de agua caliente por todas las plantas para que Antonio y yo hagamos cocinillas por los pasillos con nuestros bols de noodles instantáneos y nuestros cafés solubles y tés verdes.
La ciudad no tiene demasiadas cosas que ver pero ofrece algunas visitas como el templo Yuangtong, un templo budista al estilo chino en el que Antonio disfrutó mucho con el estanque de las tortugas, y el templo dorado, al que fuimos el último día y desde cuyo campanario pudimos disfrutar buenas vistas de la ciudad, es un templo taoísta en un jardín elevado sobre la ciudad y tiene algunas imágenes muy bonitas de sus dioses.
Creo que sin dudarlo, lo que más nos ha gustado en Kunming han sido los parques y plazas públicas no porque sean especialmente bonitas sino porque están llenas de mayores que pasan el rato, juegan al ajedrez chino, al mah jong, a las cartas, bailan, hacen aerobic, practican coreografías con abanicos, cantan con su micrófono que ellos se llevan, se cortan el pelo porque hay peluqueros rondándoles, se limpian los oídos, se hacen la pedicura. En definitiva, hemos sabido que en China las pensiones no son para permitirse muchos lujos así que nada de gimnasios y peluquerías, los mayores encuentran todo su entretenimiento y cuidados personales en el parque.
La vida en Kunming ha sido, en realidad, tranquila. Veníamos algo cansados desde Vietnam, teníamos ganas de un sitio relajado para quedarnos sin hacer nada unos diítas y aquí parecía que lo habíamos encontrado. Sin embargo una mañana aciaga del quince de septiembre dejé a Antonio a mitad del desayuno para subir a por dos cafés más a la habitación. Al volver le encuentro con compañía, en principio todo bien, la vida en los albergues de este tipo incluye compartir mesas con otros viajeros y aprender, gracias a ello, muchas cosas y conocer a mucha gente interesante. Desgraciadamente no es el caso de hoy, este señor de la India parecía saberlo todo y lo peor es que estaba dispuesto a contarlo de principio a fin entre galleta y galleta. Cuando su santa señora se lo llevó de la mesa dos horas después de que nosotros hubiéramos terminado el desayuno deseando sin parar de desear que aquel señor cerrara la bocota, llevaba todavía en la mano  su intacto vaso de leche más aburrido que un vaso de leche y unas galletas que no se podían creer aquel indulto que estaban disfrutando. ¡Hay que ver lo que raja la peña! Pero como el señor no había quedado satisfecho del recorrido caótico que nos había realizado desde sus conocimientos de chino mandarín a sus dudas sobre la veracidad de los escritos en los que se funda el cristianismo, se nos encalomó también para comer. Evidentemente él dijo donde comeríamos y por un pelo no obliga a Antonio a comerse unas berenjenas porque el míster decía que allí estaban buenísimas. Dos horas más nos tuvo en aquel velador escuchándole sin piedad, ningún asomo de cerrar el pico y ningún interés por los trescientos cincuenta temas que intentamos introducir para que dejara de hablar de paleocristianismo y criticar a todas las religiones que a él no le gustaban.  La cara de aburrimiento de Antonio sirvió para que finalmente se nos liberara de aquel secuestro.  ¡Coooorre! A partir de hoy desayunaremos en una mesa muy pequeña donde no quepa nadie más y nos pondremos la gorra de la asociación de sordos todo el tiempo.  
Para resarcirnos de estos ratitos de trauma nos hemos ido de compras en Kunming. Después de mucho y mucho buscar hemos encontrado pantalones para Antonio y camisas para mí a un precio apañado y ¡Dos por uno! Uuuuu ¡qué locura! Ya veréis qué majos que estamos con la ropa nueva. 

Xijiang
Tras un tren nocturno y dos enlaces de bus llegamos a un pueblecito de casas de madera y callecitas arregladitas hasta el último detallito, sí todo muy muy. Es un pueblo muy turístico aunque todos menos nosotros son turistas chinos. Eso sí, todos los que veníamos en el autobús, sin excepción hemos pagado la entrada al pueblo, un ticket de 60 yuanes (7.5€) que el gobierno chino carga a todos los visitantes de determinados sitios muy visitados. Nos bajamos del autobús en el parking de los autobuses donde habíamos leído que alguien vendría a buscarnos para ofrecernos un alojamiento en una casa. Efectivamente, mientras Antonio estaba en el aseo de la “estación” una señora muy amable se acercó a mí haciéndome señas para decirme que si no teníamos donde dormir, ella tenía habitaciones, le dijimos que sí porque era lo que esperábamos, una habitación doble tipo la casa del abuelo de Heidi por cuarenta yuanes, unos cinco euros. A mí me encantó que cuando Antonio fue a coger su mochila, la señora le dijo que ella le llevaba la pequeña y, claro, no pude aguantarme de hacer la foto.
Aunque imagino que en Xijiang no todo el mundo vivirá del turismo sí es cierto que cuando caminas por la calle todo lo que ves son tiendas de souvenirs y de ropa “típica”. En una plaza hay muchos tenderetes con los trajes folclóricos de la etnia Miao para que, las chicas sobre todo, se disfracen y se hagan fotos por el pueblo, es muy gracioso verlas posando por ahí. Curiosamente la misma plaza se utiliza también para secar el grano. Entre todos los tenderetes hay una buena explanada y las señoras del vecindario extienden allí su arroz y su maíz para darle vueltas y que se seque al sol.
Hay muchas casas en construcción y por todas partes se oyen golpes de martillo, los carpinteros no deben dar abasto, de hecho a pesar de lo tranquilísimo del enclave, tuvimos que dormir con tapones porque el señor martillo no descansaba hasta bien entrada la madrugada. El aserradero con su sierra a gasoil no para en todo el día de sacar tablas como quien corta fiambre. Son para hacer paredes, aunque las partes bajas se hacen en algunos casos con ladrillo y luego se cubren de madera para no romper con la estética y quizá para evitar algún que otro incendio.
Nuestro plan para Xijiang era dar paseítos y el primer día nos perdimos por las calles para ver qué hacía la gente. En cuanto sales de la calle principal ya comienzas a ver las señoras con sus moños típicos haciendo sus labores, los artesanos haciendo cositas de metal para los adornos de las señoras, otros meneando el arroz para que se seque bien, uno con un pony moviendo ladrillos de acá para allá, gente con cargas de forraje para los caballos, en fin, lo que es la vida rural, todo a un ritmo tranquilísimo y contagioso que da gusto. El segundo día dimos un paseo precioso por los alrededores del pueblo y, nada más alejarte cien metros ya ni te acuerdas de cuando viste una casa por última vez. Hemos visto familias celebrando la matanza en el río, bañándose en el río, recogiendo el arroz, transportando el arroz, señores mayores fumando en un recodo del camino y muchas terrazas de cultivo. Cada veinte metros el paisaje ha cambiado totalmente de forma, es como si te metes en el mapa de esos de curvas que saca el hombre del tiempo pero en tres dimensiones y de color verde fosforito.
 Habrá paisajes más hermosos en el mundo, seguro, pero a mí los paisajes humanos me resultan bellísimos, quiero decir, cuando el ser humano hace que algún paisaje sea bello, porque de feos también hacemos. Las terrazas de arroz son un ejemplo de cómo las personas  hacen del campo una despensa sin destrozarlo y con un resultado precioso. Concretamente en esta zona, como hay algunas coníferas pues todo el rato estás acordándote de los pirineos, aunque los biólogos de campo pensaréis que no tengo ni idea pero permítasemele esta licencia.  
Pero antes de salir a pasear bajamos de nuestra habitación que está en el primer piso y encontramos nuevos inquilinos en el salón de la casa. No os imaginéis ningún lujo, es una salita que da a la calle donde el matrimonio que nos aloja tiene su sofalito y una tele con una mesita para comer.  El grupo que había llegado eran seis señoras y señores de sesenta años aunque ninguno aparentaba más de cuarenta y ocho, os lo juro.  Estaban tomando leche de soja recién hecha porque nuestros caseros la hacen cada día y luego fabrican el tofu para vender en el mercado. No nos pudimos resistir ni a la leche de soja ni a pasar un rato con aquellos jóvenes sexagenarios divertidos y encantadores. Estuvimos un ratito trasteando con los mapas para que nos explicaran de donde eran, el sabor a leña de la leche de soja artesanal en la boca hacía que cualquier cosa que te dijeran resultara entrañable y no podíamos parar de hacer risas y fotos.
Nuestro casero haciendo el tofu 

Fenghuang
La antigua ciudad de Fenghuang o literalmente traducido como ciudad del fénix es un enclave famoso a nivel nacional por su historia y su cultura, incluso ha sido aclamada como la ciudad más atractiva de China por algunas fuentes (yo lo he leído en intenné, sí, esa fuente). Tradicionalmente ha sido un lugar de residencia de las etnias Miao y Tujia o “Nacionalidad o nación Miao” y “Nación Tujia” como le llaman aquí sin miedo a que se desintegre el estado chino.
Llegamos a la ciudad del fénix muy tempranito en un autobús totalmente lleno de turistas chinos, nos quedamos un poco desorientados en la parada del bus y cuando nos quedamos solos nos pusimos a andar sin tener muy claro hacia dónde. Al ratito de ir preguntando, una chica muy amable nos dijo que nos acercaría al hostal que queríamos pero por el camino se puso a hacer llamadas y a nosotros nos quedó bastante claro que esta pelazo (tenía una melena que habría avergonzado a la Pantoja de los mejores tiempos) nos la estaba dando con queso. Sin embargo aquí un servidor que tiene vista de lince, detectó al fondo en una esquina el distintivo de hostelling international y me lancé sin decirle nada a nuestra improvisada guía. Antonio se quedó con ella en la esquina un momento pero en seguida me siguió. Nos pedían una locura, 300 yuanes, una barbaridad, como cuatro veces más de lo que ponía en la guía. Nos largamos de allí en cuestión de segundos y pelazo había desaparecido. Mmmmmm, ¡qué raro! Llamadas telefónicas, precios desorbitados, desaparición, algo a podrido huele Dinamarca. Este misterio, amigos, quedó sin resolver, nunca más volvimos a ver su preciosa melena y el siguiente alojamiento en el que preguntamos valía sólo 80 yuanes y estaba en un sitio privilegiado, con un balcón que daba al río y todas las comodidades, incluyendo el hervidor de agua que tan imprescindible se nos ha hecho en China para tomar cafelitos y tés a cualquier hora. Antonio ha llegado a cinco nescafés de sobre en un día; de sueño sigue igual de bien, no preocuparse.
Tras unos minutos para instalarnos (soltar mochila, elegir cama, test de grifos y colchones) nos salimos a pasear plácidamente entre las mareas de chinos y chinas felices y contentos que suben y bajan por todas partes haciéndose muchas fotos y disfrazándose para hacerse más fotos, la verdad es que se les ve a gusto, a nosotros la multitud tampoco nos agobia y disfrutamos de la belleza de las calles sin perder la paciencia.
Al minuto uno de salir del hotel me veo a Antonio hablando con una doña que nos ofrecía un paseíto por el barco. La verdad es que el rio debe dar unas vistas estupendas de la ciudad y la gente que pasa en las barcas tienen pinta de ir muy entretenidos. Es una pequeña Venecia, salvando las distancias, pero hemos llegado a pensar que el señor Marco Polo no sólo se llevó la idea de hacer fideos largos sino que copió también la de los remeros de góndolas que cantan para entretener a sus clientes.
Aceptamos el paseo en barco, pero antes tenemos que comer, luego venimos. Nos zampamos unos pinchos de pescado, de tofu, de nosequé más y de cangrejitos enteritos ensartados en un palito, todo ello a la brasa. Antonio se comió los cangrejos, yo no pude, porque había que tragárselos enteros, concha y pinzas y todo para dentro, era como masticar tiza. La señora del barco no pudo esperar que acudiésemos a nuestra cita y vino a buscarnos al tenderete de las comidas. La seguimos durante unos diez minutos andando y nos llevó a las afueras del pueblo, donde se acaba lo bonito pero todo el tiempo nos decía que el barco iría hacia arriba, hacia la ciudad. Todo trola, nos dieron un paseo por donde ya no hay ni un edificio bonito y el rio está sucio. Nos pillamos un rebote que si cogemos a la talento que nos relió, se entera bien.
Ya por la noche y una vez olvidado el incidente del barquito habíamos pasado un día tan agradable por las calles de Fenghuang que  decidimos quedarnos otra noche. Hablamos casi por señas con la chica de la recepción y nos comunica que sí, que para mañana no son 80 yuanes, que son 200 ¡pero qué es esto! Ella nos lo intenta explicar en chino y nosotros no nos enterábamos de nada pero ella nos lo escribió en chino para que nos quedara más claro o para que la dejáramos un ratito en paz. Así fue, nos pusimos con el traductor de chino del ipod y a darle vueltas a la guía hasta que dimos con la solución. Era la fiesta de medio otoño, una celebración muy importante en China en la que todo el mundo come unos dulces típicos que se llaman Mooncakes, bueno, se llamarán de otra manera pero en inglés es así y significa pastel de luna o dulce de la luna o algo por el estilo. Reciben este nombre porque esta fiesta está relacionada directamente con la luna llena y por la noche la gente en Fenghuang subirá a una montaña a mirar la luna y comerse sus pastelitos. También nos dijeron que dejarían lamparitas de llama en el río para que las lleve la corriente. Todo es muy romántico y, de hecho, tengo entendido que es una fiesta que gusta mucho a los enamorados, supongo que eso de subir a la montaña a ver la luna… mmmmm ¡qué picarones! En la ciudad hay un mirador que da al rio donde las parejas dejan constancia de sus romances, véase en esta foto de Antonio entre cortinas de candados con forma de corazón.
Pues bien, teniendo en cuenta que nuestro siguiente destino será también un lugar turístico, que puede estar lleno de gente hasta el punto de quedarnos sin alojamiento, decidimos quedarnos una noche más aunque sea la habitación más cara del viaje: 200 yuanes son 25€. Al día siguiente leí en un blog una historia acerca de Dehang, que es donde iremos luego, y el festival de medio otoño y los protagonistas decían que tuvieron que dormir en un colegio y a un precio disparatado. Una vez más nuestro instinto nos aconsejó bien, esperemos al menos que mañana el tiempo esté bueno para disfrutar de la celebración.
Ni de coña, amaneció malísimo, había esa niebla tan espesa que moja y a lo largo del día no hubo ni un minuto en que pensáramos que iba a mejorar. De todos modos nos hemos dado unos paseítos por las calles que con este gris tienen un aire melancólico que a mí me gusta un poco. Ni uno de los cientosmiles de turistas chinos que han venido hoy hasta aquí se va a quedar en el hotel porque llueva un poquito así que las calles están macizas de gente, o como diría mi amiga Maleni que es de Almonaster la Real, las calles están “hasta medias paeres” (muchos besos Maleni). Por la noche no mejoraría así que yo me quité pronto la idea de subir a la montaña. Después de cenar nos dimos una vuelta para ver qué ocurría y ya el gentío era increíble, ambiente festivo total, las parejitas comprándose dulces y regalitos por las calles, los bares atronando música en directo y miles de flashes a cada instante haciendo fotos de cualquier cosa. En el río algunos enamorados desafían al viento y la lluvia y dejan sus lamparitas para que las lleve la corriente. Sin embargo a mí lo que más me ha gustado son las bandas de rock local que se apiñan en cualquier rincón de los bares para animar la fiesta y atraer a más clientes. Estos chicos tocaban tan apasionadamente,  en tan poco espacio y tan cerca de la ventana que parecía que en cualquier momento iban a caer sobre los transeúntes.

Dehang
A esta aldeíta junto al río hemos llegado también en un autobús que traía a más turistas, nosotros los únicos occidentales, claro. También hemos pagado una entrada de 60 yuanes, pero este trayecto tiene una novedad, una chica muy motivada a practicar el inglés nos ha pedido que si se podía sentar con nosotros para comunicarse, literal. Evidentemente le hemos dicho que sí con las carnes abiertas y hemos venido todo el viaje dándole a la sinhueso. Es muy simpática y cuando hemos llegado a Dehang se ha reunido con su amiga que la esperaba allí y nos han acompañado a buscar habitación. Luego nosotros las hemos acompañado al espectáculo de danzas que hacen en el pueblo cada día y me lo he pasado pipa porque ha sido un auténtico desfile de modelos, sin coña, salían, caminaban y se iban, esas danzas también las hago yo. Luego también han hecho el juego de la cuerda ese de tirar por equipos hacia los dos lados y el público participaba la mar de encantaditos, al final todo el mundo se hacía fotos con los bailarines. Nosotros nos hacíamos fotos con nuestras amigas, véase.
Aunque a decir verdad la sesión de fotos no terminó ahí, el teatro al aire libre tenía un graderío de unas seiscientas localidades y estaba a medio aforo. Pues la mayoría de ellos quisieron hacerse una foto con nosotros, si señores, en China los turistas occidentales somos susceptibles de convertirnos en souvenir en cualquier instante y como es lógico nosotros nunca decimos que no. En este caso fue un poco mareante pero el detalle final mereció la pena. El cuerpo de baile al completo nos pidió hacerse una foto con nosotros. Genial.
La casita de piedra y madera que se ve detrás del puente (siguiente foto) es nuestro hostal para estos días, estamos al lado del río y desde el comedor se ven matrimonios lavando juntos la ropa, señoras acarreando niños en una trona-mochila y limpiando las verduras en una fuente, señores que limpian las calles tirando toda la mierda al río, en fin, la vida junto al río. A nosotros nos encanta pasar el rato en la mesita del comedor que está pegada a la baranda sobre el agua, además nuestra casera no nos hace ni puñetero caso, nos atiende lo más rápido posible y se vuelve a la calle a jugar a las cartas con las vecinas. Todas tienen los negocios igual de atendidos así que ninguna se lleva los clientes de las otras. Ella es una mujer muy guapa, lleva el pelo un poco frito de los autotintes pero va vestida al estilo tradicional con una especie de pijamita y una camisa bordada con cuello mao y cierre en el hombro. Sonríe constantemente y con tal que la dejemos volver rapidito a la timba nos dice que sí a todo y nos cocina en un santiamén.
Hemos venido hasta aquí para ver la vida rural en un entorno geológico precioso. Montañitas de roca caliza rodean la aldea y encierran los cultivos de arroz entre paredes altísimas. Entre las calles se ve sobre todo a los mayores haciendo tareas como cribar el arroz, hacer cestas de mimbre o tejer, a mí esto último me conquista especialmente y no he podido resistir la tentación de comprarle una preciosa camisa azul a esta señora mayorcísima que tenía una habilidad con las manos que no te lo crees. Una vez fuera de la aldeíta sigues viendo a gente acarreando con cosas, recogiendo arroz, amarrando la paja del arroz para secarla, y en menos de media hora  pudimos disfrutar de esta cascada, no sé si podéis hacer algo de zoom y buscar un puntito rojo que hay detrás de la cortina, pues ese soy yo, para que luego diga Antonio que yo no sé posar, yo me veo divino.
Aquí os dejo con una tira de imágenes de Dehang y con eso me despido hasta la próxima.
Antonio se reencontrará con vosotros en Yangshuo, un destino muy especial.
Besos y hasta pronto,
Andrés.
¡Ah! Que se me olvidaba, Antonio se ha aficionado a comer patas de pollo. Las venden envasadas al vacío no sé si cocidas o guisadas pero con sabor tipo barbacoa picantillo. Yo no tero.

6 comentarios:

  1. Que tal amigos!!!!oyeme Andres,esos pueblitos tienen buenisima pinta.Preciosas esas casitas de madera,os veo muy bien guapines, ahora al mi Antonio como se le ocurre comer patas de pollo,por dios!!bueno he intentado ver el punto rojo detras de la cortina de agua,pero no ha podio se amigo,bueno un beso mu fuerte desde Miami pa la China,Muaaackata!!!!

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  2. Hola chicos...esta entrada, concretamente me ha gustado mucho. Andrés cada vez se gusta más en su estilo literario...me gusta, escribe algo que la gente lea lo que llevas dentro.
    Bueno...ya veis que no os he escrito mucho por aqui, pero leo cada entrada con el mismo entusiasmo que la primera.
    Por cierto,puede que me mateis a la vuelta por esto, pero lo único que veo en la caja tonta es Pekin Express y no puedo parar de acordarme de vosotros cada domingo.
    Besos.

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  3. Me encanta como nos trasladáis la cotidianidad de esta gente, el clima socio-cultural-económico en el que viven. Tanto el texto como en las fotos son fantásticos. Muchos beso.
    Pd. Se os ve limpitos y "escamondaos" después del periplo.

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  4. Amores!! me reincorporo a los comentarios del blog!! bueno ya sabéis que han sido dos meses de locura, pero os sigo siguiendo, valga la redundancia, y esta entrada me ha parecido estupendísima!! me ha relajado tanto que hasta se me ha quitado la cara de estresá que llevo toda la semana. Yo tampoco he podido disfrutar de tu cara en el "punto rojo" pero te creo cuando me dices que sales divino. Antonio amor, a quien se le diga que las berenjenas te dan asco viéndote comer las patas esas... Cuidarse amores!! No puedo esperar para la siguiente entrega, va a haber tela de chicha no?!!

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  5. amigos como estais???' anda decidnos algoooo

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  6. ola chikoss su blog está excelente, me gustaría enlazarlo en mis sitios de turismo. Por mi parte te pediría un enlace hacia mis web y asi beneficiar ambas.

    Espero su respuesta a munekitacate@gmail.com
    Un abrazoo
    Emilia

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