Parte I: “Viviendo un reality en Cat Ba Island”
Era viernes 3 de septiembre y por fin, tras tres días en la poco encantadora ciudad de Hanoi, tomábamos rumbo a Halong Bay, en busca de cinco días de relax alejados del calor, el humo y el tráfico.
Habíamos dejado encargada la gestión de nuestro visado chino a la chica del hostal. Así, deberíamos volver a Hanoi el miércoles 8 de septiembre, para al día siguiente, jueves 9, recoger el visado a las 5 de la tarde y marchar rápidamente a la frontera. Y digo rápidamente porque entre el mismo jueves 9 por la tarde y el viernes 10 teníamos que buscarnos la manera de alcanzar Lao Cai, ciudad fronteriza de Vietnam con China. El sábado 11 expiraba nuestro visado de Vietnam, y aunque nos habían sugerido que no pasaba nada si salíamos un día más tarde, no nos queríamos arriesgar ni un pelo a tener un bis a bis con la policía comunista vietnamita.
Halong Bay es la postal más típica de Vietnam, y el único sitio que no te puedes perder si visitas este país. Si no has estado en Halong Bay no has estado en Vietnam. La parte negativa de esto es que absolutamente todos los turistas pasan por allí, y la belleza del paraje natural podría quedar enmascarada por las hordas de viajeros. Aún así, sería un error no ir a Halong Bay. Era importante por tanto llevar una actitud positiva y optimista, y disfrutar así del paisaje al 100%.
Halong Bay es una bahía al oeste de Hanoi que asoma al mar de China, la cual aparece salpicada por cientos si no miles de islas rocosas y puntiagudas que salen del mar en forma de puntas de flecha dirigidas al cielo. Estas masas de rocas kársticas están adornadas por una abundante vegetación, y están repartidas al azar en unas aguas que, al permanecer parcialmente protegidas del mar abierto, están tranquilas y son fácilmente navegables. El paseo en barco por este mar en calmachicha descubriendo los paisajes que asoman detrás de cada roca es un placer enorme, un regocijo para la vista, un regalo sin igual para el turista. Sólo por esto han merecido la pena los más de dos mil kilómetros recorridos de sur a norte de Vietnam. Por muchas postales que hayas visto antes de llegar, Halong Bay no decepciona.
Nosotros, como no, haríamos la visita a Halong Bay por nuestra cuenta, nada de tours ni agencias. Además disponíamos de cinco días en total; cuando tienes tiempo suficiente puedes hacer las cosas a tu manera más fácilmente. Habíamos decidido pasar estos días en una isla de las pocas que están pobladas de Halong Bay, llamada Cat Ba Island, y en concreto buscaríamos alojamiento en Cat Ba Town. Habiendo disfrutado de los paisajes de Halong Bay en el barco que nos llevaría a la isla, podríamos relajarnos en las playas y en el “nada que hacer” de Cat Ba Town.
Ruta: autobús urbano hasta la estación de autobuses de Hanoi, luego minibús decente a la costa, a Halong City, y una vez allí, de paquete en una moto al puerto para coger el barco. Con el despiste lógico inicial y entre los cientos de turistas, un señor intenta vendernos un par de billetes a un precio exagerado para el “único” barco que a esas horas podría llevarnos a Cat Ba Island. Aunque pronto pudimos encontrar una venta oficial de tickets y, por mucho menos dinero, pagar el barco a Cat Ba Island y la entrada a unas cuevas en otra isla en la que pararíamos de camino. Una vez el barco nos dejara en Cat Ba Island, concretamente en la costa norte, sólo tendríamos que coger un autobús público por 10000 dongs, 40 céntimos de euro (1 € = 25000 dongs), el cual recorrería los 20 kilómetros hasta Cat Ba Town, en la costa sur de la isla.
Durante el paseo en barco desde Halong City, en tierra firme, hasta Cat Ba Island, pudimos disfrutar de los paisajes que os muestro aquí. La niebla es algo común en Halong Bay, y le otorga al conjunto geológico un aire misterioso.
Un barco de madera y con cabeza de dragón nos pasea entre las islas de Halong Bay
Aldea flotante entre las islas
A pesar de la niebla, y aunque no se aprecie en la foto, hacía sol. El paraguas ha resultado ser nuestro compañero inseparable. Ya lo sabéis
Andrés, con la camiseta de las tetas naranjas, posa en Halong Bay
Así es Halong Bay
Atardecer en Halong Bay
Antes de llegar al Cat Ba Island, el guía turístico de nuestro barco nos ofrece un ticket de autobús privado desde el embarcadero, en la costa norte, hasta Cat Ba Town. 70000 dongs, ¡casi tres euros por 20 kilómetros! En el autobús público nos costaría 10000 dongs según la chica del mostrador que nos vendió el billete del barco. “Nunca he visto un autobús tan barato hasta Cat Ba Town”, nos insistía el guía para convencernos de que compráramos el ticket de “su autobús”.
Pronto llegamos al embarcadero de Cat Ba Island, y antes aún reconocimos a la otra pareja que se negó igualmente a comprar el sobrevalorado ticket de autobús privado; un par de israelitas, ella rubia de pelo rizado, bajita y delgada, con sombrero y gafas de sol; él moreno, con rizos desarreglados y gafas de sol que le ocultaban la expresión general de la cara. Juntos entablamos conversación nada más llegar, y esperamos al bus público entre las constantes ofertas de motoristas y conductores de furgonetas que pretendían acercarnos a Cat Ba Town. Los motoristas por 100000 dongs por persona, 4 euros, y la furgoneta por 400000 los cuatro a la vez, mismo precio, claro. Imaginad nuestra cara, super espabilados los cuatro y esperando gastarnos diez veces menos con la información y “los deberes hechos que traíamos de casa”. Mientras tanto, el resto del pasaje del barco se acomodaba en el autobús privado. No tardó en aparecer un minibús verde clarito que se asemejaba a un transporte público, con la única diferencia de que al preguntarle al conductor por el precio del billete nos afirmó de manera contundente que el viaje eran 100000 dongs. “¡No puede ser! Será otro autobús. ¿Esperamos otro rato, no?”, nos decíamos entre nosotros cuatro.
Otra pareja de ingleses se nos unió en la espera del autobús público a Cat Ba Town. También habían rechazado la oferta overpriced (más que cara) del autobús privado, y nos preguntaban si sabíamos algo del autobús público. “Sí, vale 10000 dongs. Sentaros aquí con nosotros que debe llegar en breve”. Ella era menudita, morenita y con cara angelical, y él delgado, alto y con gorra.
Pero los motoristas y conductores de furgonetas no paraban de ofrecernos sus servicios. Erre que erre con los 100000 dongs por persona. Y allí nada parecía menearse. Y venga a insistir. Habíamos llegado al embarcadero al atardecer, y ya estaba oscureciendo. En el embarcadero a nuestro alrededor no había nada; más lejos estábamos rodeados por agua en calma e islas en silencio total. La carretera que a nuestros pies se alejaba hacia el interior de Cat Ba Island estaba desierta. Aquello tenía mala pinta. Seguramente ya no era hora de haber más autobuses públicos, y probablemente aquel minibús verde había sido nuestra última oportunidad. Empezábamos a pensar que los 100000 dongs que nos había pedido su conductor no era el precio real. Quizás la pandilla de conductores macarras que nos rodeaban estaba imponiendo “su ley” en el embarcadero para asegurarse el dinero fresco del turista.
Comenzamos a contemplar otras formas de transporte alternativas al minibús público y a los motoristas y conductores de furgonetas. Le insistimos al conductor de la furgoneta de un hotel de lujo que venía a recoger a sus clientes, a los fotógrafos de una pareja de novios que había venido a hacerse las fotos a aquel paraje sin igual que nos rodeaba, y a cualquiera que apareciera con un medio de transporte privado. No había manera, en cada intento algún vietnamita del lobby de conductores nos seguía para impedir, con amenazas o lo que fuera en su idioma, que ninguno de ellos nos llevara Cat Ba Town gratis o por un módico precio. Estaba claro; aquella pandilla de macarras estaba presionando a todo quisqui para que nos negaran la ayuda y, además, para que nos afirmaran que 100000 dongs era un precio razonable. Estábamos solos, éramos seis pero estábamos más tirados que una colilla.
Comenzaron entonces las conversaciones y negociaciones entre los seis desconocidos: dos ingleses, de los cuales sólo a ella se le entendía, dos israelitas, y los dos andaluces. Los ingleses se arrepentían de no haber pagado los 70000 dongs del autobús privado que les ofrecieron en el barco, y no les importaba pagar lo que fuera para llegar a Cat Ba Town. Los israelitas deberían de haber salido del servicio militar recién, ya que su orgullo les impedía pagar más de la cuenta a un estafador, y así librarnos de pasar la noche al raso en el extremo más solitario y oscuro de la isla. Andrés tiraba más pa los ingleses, y yo más pa los isrealitas, pero, ¿quién nos asegura que pasando aquí la noche al día siguiente podríamos coger el autobús público? ¿A lo mejor nos volvía a pasar lo mismo después de haber pasado una noche de perros? Y mira que teníamos aislantes, mosquitera y hacía una temperatura ideal… ¡y el paraje no podía ser mas paradisíaco!
Entre los seis no había quien se pusiera de acuerdo. Y mientras, los macarrillas nos seguían tomando el pelo y nos ofrecían chicas para boom boom para cuando llegáramos a Cat Ba Town. Parecía que el precio de la moto no bajaba de los 100000 dongs por cabeza, y el de la furgoneta nos lo dejaban en 500000 dongs por los seis.
Noche cerrada cuando de repente la única furgoneta arranca para abandonarnos en la oscuridad del embarcadero. “¡Un momento!” imperaba Andrés mientras se amorraba a la ventanilla del conductor, “¿cuánto es entonces por los seis?”. “Quinientos mil dongs” repetía ya cansado el conductor de la furgo en lo que de seguro era su última oferta. De nuevo charla entre nosotros y, por fin, los seis nos subimos al vehículo tras tres horas de infructuosos y frustrantes intentos de regateo.
Una vez colocadas las maletas y cada pareja en una fila de asientos, el conductor solicita el dinero contante y sonante. “Cuando lleguemos a Cat Ba Town te damos el dinero” afirmamos. Esto no parecía agradar al conductor, e insistía en el cash una y otra vez con aspavientos y sonidos vietnamitas… vamos, que el tío no salía si no era con el dinero en el bolsillo. Y nosotros que tampoco nos bajábamos… “Mitad ahora y mitad cuando lleguemos”, alcanzamos a pedir con nuestra mentalidad occidental, hartos de ver películas americanas de gangsters y negocios sucios. Total, que no, que aquello no pasaba los requisitos orientales del acuerdo; o se pagaba, o nos bajábamos, pero aquello no se movía ni medio metro.
De repente lo israelitas se bajan de la furgo, dejándonos a Andrés y a mí en la fila de en medio y a los ingleses tras nosotros. Ahora sí que no, con esta actitud no arreglamos nada, pensábamos los que aún permanecíamos en el vehículo mientras los israelitas bajaban su equipaje del maletero. ¡Y no estamos dispuestos a pagar 500000 dongs entre cuatro!, pensaba yo recurrentemente en los 20 o 30 segundos que duró la acción. Fue entonces, sí, cuando se me ocurrió la idea más brillante que he tenido en mucho tiempo… y no es que fuera nada fuera de lo común, pero fue ágil y nos salvó el culo. “¿Y si pagamos los 500000 dongs entre nosotros cuatro ahora, y que los israelitas nos den su parte cuando lleguemos a Cat Ba Town? Así ellos no arriesgan su dinero pero por lo menos nos vamos de aquí”. Sinceramente, tanto los ingleses como Andrés y yo, no pensábamos que el pirata del conductor nos la fuera a jugar y nos abandonara en la mitad de la nada sin acercarnos a la ciudad. Así que, más bien poníamos nosotros y nos íbamos de allí ya. Dicho y hecho, sin movernos de nuestros asientos convencimos a los israelitas de que tomaran posiciones de nuevo para salir rumbo a Cat Ba Town.
Tras cuatro horas de negociaciones y diálogo con totales desconocidos, como si de un Gran Hermano se tratara, conseguimos alcanzar nuestro destino. Pocas veces me he visto en otra como esta, y todo por ahorrar 2 euros con 90 céntimos por cabeza. El billete real en bus público valía 40 céntimos. Vale, es verdad, al final tampoco es tanto dinero el que nos sacaron, pero la sensación de haber sido timados y engañados, y sobre todo el sentimiento de desprotección y el saber que no puedes hacer nada en contra de ello, es lo que te mueve para luchar por un trato más noble y honesto. Que cada uno piense lo que quiera.
Los días en Cat Ba Town y sus playas fueron maravillosos. Además volvimos a coincidir con Elia y Thom, quienes muy sabiamente habían contratado un billete combinado de bus-barco-bus hasta Cat Ba Town desde Hanoi. Nosotros se lo recomendamos cuando los conocimos, pero hicimos caso omiso de nuestra propia información para lanzarnos a “la aventura de Halong Bay por tu cuenta”. Bia hoi, tardes de playa, y jornada de kayak sin rumbo entre las islas de Halong Bay, descubriendo playas desiertas donde parar a comer frutita y echar unas risas y unos baños con Elia y Tom. Desde aquí un saludo y muchos besos. Ha sido un placer compartir con vosotros esta etapa. ¡Qué vivan los novios!
Una de las pocas fotos que tenemos de nuestros días en Cat Ba Island. Un bañito con Elia y Thom
Parte II: “9 y 10 de septiembre de 2010: la odisea hacia China”
El miércoles día 8 partimos de nuevo hacia Hanoi. Al día siguiente debíamos recoger nuestro visado para China a las cinco de la tarde, por lo que todavía tendríamos un día para preparar nuestra marcha a la frontera. La chica del hostal parecía muy segura de poder conseguir el visado, pero aún pensábamos que no las teníamos todas con nosotros. Primero, porque los requisitos para obtener el visado en la embajada de China eran excesivos -ya os contó Andrés-, segundo, porque ninguna otra agencia de la ciudad se ofrecía a gestionarnos el visado si era la primera vez que lo solicitábamos –todavía no entendemos bien el por qué de la dificultad adicional-, y por último, porque a Thom, ciudadano francés, le negaron la posibilidad de obtención del visado chino incluso en nuestro hostal. Parece que tiranteces en las relaciones diplomáticas entre Francia y China habían decantado al gigante asiático por negar el visado a los ciudadanos franceses. Esto sólo nos aportaba más inseguridad, aunque no tenía por qué afectarnos a nosotros, claro.
El mismo miércoles por la tarde nos informamos en la estación de trenes, y decidimos comprar un billete nocturno a Lao Cai, ciudad fronteriza, para el día siguiente por la noche. Así, recibiríamos el pasaporte con el visado el jueves 9 a las 17 horas, y a las 21:10 horas saldríamos rumbo a la frontera con China, a donde llegaríamos el viernes 10 por la mañana. Y nos pagamos un soft sleeper y todo (litera blanda), ¡a todo complot! vamos.
Durante la tarde del miércoles 8, además de comprar el billete de tren, sólo nos dio para comprar la Loly fotocopiada de China y poco más. Al día siguiente haríamos tiempo visitando un templo, haciendo compras (desodorante, repelente de insectos) y en internet. Pero a las cuatro de la tarde de vuelta al hostal, Thu, como se llamaba la chica, nos informaba de que había retraso. Sí, el pasaporte no llegaría a las 17 horas sino a las 20. ¡Y nosotros con el billete de tren comprado para las 21:10! “Y si se ha retrasado de cinco a ocho de la tarde, ¿quién nos asegura que el pasaporte llegará puntual a las ocho?” Thu no tenía respuesta para nosotros. De nuevo los dos con el cerebro a mil erre-pe-emes pensando posibilidades, soluciones y formas varias de que la cosa fuera a peor.
Plan A. Podíamos ir a la estación a cambiar el billete. Había un tren una hora más tarde. O podríamos preguntar para salir al día siguiente, viernes 10. Lo que era seguro es que abandonábamos Vietnam el día 11 como muy tarde.
Plan B. Thu nos había planteado la posibilidad de que marcháramos a la frontera sin el pasaporte. Ella nos lo haría llegar por un mensajero suyo al día siguiente y aun tendríamos tiempo de cruzar la frontera antes de que nos caducara el visado vietnamita.
Plan C. Si A y B fallan, nos encontraríamos en Vietnam con el visado vietnamita caducado. Ante esto sólo podríamos volver a Hanoi, y presionar a Thu para que nos consiguiera una extensión del visado vietnamita, lo cual se suele hacer antes de que éste expire, claro.
Paso a paso; primero a por el plan A. De vuelta en la estación, la señorita en la ventanilla parecía dispuesta a cambiarnos el billete para una hora más tarde también en litera blanda, o bien para el día siguiente por la noche pero en asiento, con lo que nos devolverían sólo un porcentaje de la diferencia del precio de los billetes. La primera posibilidad sólo nos aumentaba en una hora el tiempo de espera para el pasaporte, mientras que cambiarlo para el día siguiente nos daba un día entero. Pero la opción de hacer el viaje por la noche en asiento no nos hacía ninguna gracia. Tras marear a la señora un poco y cambiar nuestra opinión varias veces nos decidimos por la primera opción. A lo mejor una hora más era suficiente para asegurarnos el pasaporte y seguiríamos disfrutando de un viaje “de lujo”.
“Lo siento, son las seis de la tarde, y vuestro billete es para las nueve y diez; hacen falta al menos cinco horas de antelación para poder cambiar el ticket. No os puedo ayudar”. Las palabras de la señorita caían como una losa que de un golpetazo nos devolvía de nuevo al mismo punto de partida. Por más que imploré su ayuda, la señorita se obcecaba en anular nuestro plan A.
¡A por el plan B entonces! Si no llegaban los pasaportes nos arriesgaríamos a irnos a la frontera sin ellos. Ya veríamos allí cómo resolver la papeleta con la ayuda de Thu. Unas cervecitas nos entretuvieron antes de volver al hostal a las 19:30. Cuando llegamos no había noticias. Los pasaportes debían llegar a las 20 horas y ya está, afirmaba Thu. Allí sentados en los muebles de madera maciza de la entrada del hostal los minutos parecían horas. Por la amplia puerta que se abría al exterior observábamos en incesante ir y venir de la gente en el callejón; no sabíamos quién debía traer los pasaportes, así que cualquier ademán de un desconocido para entrar en el hostal podía suponer su llegada. ¿Hasta qué hora podemos esperar como máximo para no perder el tren? Pensábamos y hablábamos Andrés y yo.
19:58 horas. Una moto se para en la puerta del hostal; un chico joven se baja, se quita el casco y levantando el asiento saca del compartimento inferior una bolsa de plástico con dos pasaportes. Thu los recibe y nos lo entrega. ¡Efectivamente! Dos visado de un mes para China, con los que podíamos entrar en el país en los próximos tres meses, y permanecer allí un mes desde la fecha de entrada.
Con las mochilas a cuestas y corriendo nos montamos en el taxi que muy amablemente Thu nos había solicitado por teléfono. Tras corregir la trayectoria del taxista y llegar en breve a la estación, alcanzamos nuestro compartimento, de seguro el único compartimento gay de todo el tren. Andrés y yo en las camas de abajo, y un cantante y un ginecólogo en las camas de arriba. No pasaron ni dos minutos tras arrancar el tren cuando el cantante vietnamita saltó por los aires a la litera del doctor, y allí que pasaron toda la noche acurrucados. Ellos sabían que nosotros también… por lo que tenían luz verde para dormir juntos. Después de tanto estrés, la cama blandita y la compañía tan relajada nos permitieron dormir como niños. “Buenas noches Andrés, mañana ya estaremos en China”.
Llegamos a Lao Cai todavía de noche, a eso de las seis de la mañana. Desayuno, y andando al banco para cambiar los dongs que nos sobraban en yuanes. Intento frustrado, no tienen yuanes. De todos modos la Loly, nuestra guía de Vietnam, asegura que el cambio al otro lado de la frontera siempre sale mejor. Dos motos a la frontera, y tras pasar con éxito los controles policiales, ya estábamos en Hekou. Ya estábamos en China.
Aquello, no sé por qué, se notaba que era China. Las calles y las casas eran diferentes… Pero ¡no había tiempo que perder!, había un único bus a las 10 de la mañana a Xinjiè, nos afirmó un cambista del mercado negro en la puerta de la estación de autobuses. Eran las ocho y algo, y aún teníamos que cambiar euros a yuanes, y dongs a yuanes. Conseguimos darle esquinazo al personajillo y encontrar el Banco de China, donde nos cambiarían los euros, pero sorprendentemente no nos cambiarían los dongs. Bueno, todavía teníamos la posibilidad de buscar de nuevo al cambista. Y así fue, de vuelta a la estación allí estaba. Ahora nos decía que el bus se acababa de ir, que si queríamos él podía llamar al conductor para que parara allí donde se encontrara y nos esperara; un taxi, gestionado por él, claro, nos podría acercar al autobús que se encontraba ya a unos kilómetros del centro de Hekou.
Él sabía que no habíamos cambiado nuestros dongs, así que ¿sería una estrategia para ponernos nerviosos y hacernos un cambio de mierda? No, al menos lo que contaba era verdad en parte. Se nos había olvidado cambiar la hora, y en lugar de las nueve y diez, como indicaba mi reloj en hora vietnamita, eran las diez y diez, hora local de Pekín aplicada a todo lo largo y ancho de China. “Andrés, pregunta tú por otros autobuses en las ventanillas mientras yo entretengo al pavo este y le regateo el cambio”. Pero era cierto que no había tiempo que perder. Realmente el único autobús había salido a las diez. Finalmente, en medio del hall de la estación, conseguimos un cambio medio qué, y seguimos las indicaciones del usurero hasta el taxi de su colega. Con el lío de ir corriendo, el cambista llamando al conductor del autobús, las maletas, los yuanes todavía en la mano, el regateo del precio con el taxista… ¡Rassss!, hicieron mis pantalones mientras me lanzaba, literalmente, al asiento trasero del taxi. Una raja de más de una cuarta a la altura de la bragueta dejaba entrever mis intimidades a través de mis únicos pantalones cortos. Y ahora ¿qué más?
Daba igual. Ya habíamos alcanzado al minibús que nos esperaba parado en una cuneta. Confirmamos el precio del billete hasta Xinjè y pa’ arriba. El conductor con sus dos colegas de charleta, un viajero más y nosotros dos. Ya podíamos estar más tranquilos, cuando… ¡Piiiiii! El silbato de un policía chino, alto, delgado y fuerte, y con cara de pocos amigos, paraba el autobús tras diez minutos de ruta. Pronto se sube al autobús e inspecciona visualmente el vehículo. Evidentemente la nota discordante éramos los dos guiris. “¡Pasaporte!” nos imperó bruscamente. “¡Mierda!” pensábamos Andrés y yo mientras el policía se alejaba del autobús con nuestros pasaportes. “Lo único que espero es que no me haga bajar del autobús con estos pantalones”, le decía yo a Andrés sin haber tenido tiempo siquiera para pensar en cambiármelos.
Tras dos minutos de intensa espera el policía nos devolvió nuestros pasaportes, y por fin continuamos tranquilamente nuestro camino a Xinjiè. Ahora sí. Evidentemente con tanto ajetreo no tuvimos tiempo para hacer fotos que os podamos enseñar. Lo único que podemos asegurar con pruebas gráficas es que en los autobuses chinos aún se puede fumar.
Lo que no proporcionan en el autobús es cenicero, así que mejor fumar en pipa para no ensuciar el vehículo
Parte III: “Dos son compañía, tres son multitud”
Y bueno, ya se está poniendo la entrada un poco pesadita ¿no? Así que resumiré en imágenes nuestros tres primeros días en Xinjiè, pueblito de las montañas del sur de Yunnan, famoso por las minorías étnicas que lo habitan, las cuales cultivan el arroz en terrazas que moldean sorprendentemente el paisaje.
Yunnan es la provincia china que limita con el norte de Laos y Vietnam. Su capital es Kunming, ciudad que visitaríamos más tarde, y está poblada por numerosas etnias que difieren ampliamente de la cultura Han, los chinos verdaderos. A pesar de que Xinjiè está en la falda de una montaña y asomado a un enorme y bonito valle, el pueblo es más bien feo, y de nuevo nos recordaba a las ciudades indias ausentes de arquitectura tradicional y todo manga por hombro. Eso sí, tuvimos la suerte de coincidir con el día semanal del mercadillo, en el que pudimos pasear entre los puestos y observar boquiabiertos los coloridos y originales atuendos de las diversas minorías que allí se concentraron.
Una escena habitual frente a uno de los puestos del mercado
Por su cara, creo que no quedó muy conforme con el precio de la escoba
Valorando y comparando precios
¡Antes muerta que sencilla!
Posado robado
Como siempre, las que más producen su atuendo tradicional son las mujeres. Parece que los hombres han adoptado en su vida diaria el uniforme de aspecto comunista
Ese mismo día por la tarde nos dimos un paseíto y visitamos algunas aldeas de los alrededores. Algunos compradores que habían asistido al mercado principal de Xinjiè, también volvían por los caminos a sus casas. Pudimos disfrutar del precioso paisaje a la vez que comíamos fruta y nos relajábamos del estrés de las jornadas precedentes. Aquí unas instantáneas del paseo.
Aquí los niños siguen ayudando a los padres en los quehaceres domésticos
Mazurcas y calabazas
Sorprendentemente aún quedan casas de ladrillos de adobe
Y al día siguiente tour por las terrazas de arroz en furgoneta-triciclo. Sí, furgoneta-triciclo. Una china muy graciosa nos llevó por diferentes puntos estratégicos para observar las impresionantes vistas y paisajes. La idea era ver el amanecer en uno de ellos, aunque la niebla y la lluvia nos lo impidieron.
Furgoneta-triciclo
La boca le ha quedado rara. Parece que es el pelo largo del bigote que le tapa un poco el labio de arriba
Se ve regular pero, os hacéis una idea ¿no? Es que entre la niebla y la lluvia el reportaje fotográfico fue duro
… aunque es cierto que la niebla le daba su punto
… aunque es cierto que la niebla le daba su punto, otra vez
Esta es de postal
Y en esta se aprecia la lluvia y todo. Vaya curro ¿eh?
Colores de las terrazas I
Colores de las terrazas II
Y ¿a qué viene el título de esta tercera parte? Os preguntaréis todos. Pues a la anécdota revivida en la casa de huéspedes en la que nos quedamos en Xinjiè el primer día. Y digo revivida porque era ya la segunda vez que nos pasaba algo parecido. La verdad es que no estábamos muy conformes con la habitación. Teníamos corte de agua de ocho de la mañana a ocho de la tarde, no había luz en el baño y, desde el amanecer, innumerables aves poblaban nuestro techo de uralita, a deducir por los sonoros paseos y aleteos. Pero lo peor llegó por la noche. Andrés dormía profundamente, y un ligero pero constante ruido me desveló para no dejarme coger el sueño de nuevo en por lo menos una hora. Los envoltorios de plástico de las galletas que nos habíamos comido por la tarde, y que habíamos dejado en la mesilla, no paraban de emitir chasquidos y crujidos suaves. Evidentemente allí había algo, o alguien, ya que los plásticos no se mueven ni arrugan por si solos para emitir aquel sonido. No llegué a encender la luz para descubrir al intruso, y simplemente me limité, hasta que conseguí retomar el sueño de nuevo, a golpear la mesilla con la almohada. Quien quiera que allí anduviera sabía entonces que me estaba molestando, y aunque fuera por momentos paraba de hacer ruiditos.
A la mañana siguiente mi relato convenció a Andrés fácilmente para abandonar la habitación y buscar un alojamiento alternativo. Ya en Vang Vieng, Laos, disfrutamos de una compañía similar, aunque en ninguno de los dos casos nos hemos mirado directamente a los ojos. En aquella primera ocasión el bichito nos mordió el cuero cabelludo para despertarnos abruptamente, a mi durante la siesta, y a Andrés en mitad de la noche. Mi sábana roída y agujereada a la mañana siguiente delató la actividad roedora nocturna.
Sólo os digo que encontramos una habitación en un hotel de cuatro estrellas por diez euros la noche. Y no sólo nos permitió disfrutar de agua 24 horas al día, buenas camas y privacidad absoluta, sino que nos sorprendió con entradas vip para el espectáculo diario que acontecía bajo nuestra ventana: aerobic público al más puro estilo tradicional chino. Pasen y vean. Besos a todos.
Antonio
man cantao la alusión a mi impaciencia en el título!!! es que aquí vivimos en un sinvivir con vuestras aventuras, no tenemos otra cosa que hacer que mirar la pantalla del ordenador para ver si se actualiza el blog, yo estoy por dejar el trabajo y la familia, vosotros me dais más alegrías...
ResponderEliminarEEEeeeeeh!!!
ResponderEliminarToito te lo consiento menos decir que dos viajeras peregrinas te dan mas alegrias que tu Lola y tu Carolina. Aceptamos el cumplido, no obstante. Te queremos.
que historion, churri!!!!!!!!!!!!!
ResponderEliminarahora que te digo una cosa, yo como los israelitas me bajo del coche, porque no vea el coraje que me da que me timen,aunque sean 2 centimos, menos mal que estabas tu como cabeza pensante!!!!
andreee, que hemos pedío otra subvencion, por pedir que no quede, y estas otra vez como vestidor, a ver si nos la dan y te pagamos como dios manda.
os quiero
besitos mil
bueno chicos, estoy muy descastao, la verdad, no estoy yo muy lector, las dos ultimas entradas os las he leido asi por encima, no se, estoy en una faceta un poco pasante de todo, pero todo, todo, todo, os dejo, que son las tantas y mañana madrugo para hacer en plan maruja un "poquito de sabado" en mi casa, que la tengo manga por hombro... mil bezitos, que aunque no os la mucho ahora me acuerdo muchiiiisimo de vosotros, abrazos
ResponderEliminarA ver!! Pero esto es el blog de Antonio y Andrés o la versión escrita de Pekín Exprés???
ResponderEliminarPero qué ajetreo en esta entrada!!!Que si el pasaporte que llega in extremis, el mini-bus mafioso (vaya tela con los israelitas tozudos!!), que si la compañía nocturna en la oscuridad (qué temple, Antonio!!! yo no sé si hubiera pegado un grito o la hubiera abierto en canal....deformación profesional, je,je...). Y para rematar: RAS!!! Pantalón al traste.
De verdad, una de las entradas más movidas!!!
Y las chinas haciendo aeróbic??? Parecen auténticas cheer-leaders!!!
Mil besos.
Os queremos!!!!
Me encanta tu blog y lo bien que vas relatando tus vivencias a lo largo de tu viaje.
ResponderEliminarYo soy una maestra de Cumbres Mayores. Posiblemente te impartí clase en algún momento de tu vida.
Me alegro que hayas llegado tan lejos a pesar de la maestra.
Saludos